Los profetas
leen el presente y anticipan el
futuro
Leonardo Boff
Profeta en sentido bíblico no
es en primer lugar aquel que prevé el futuro. Es aquel que analiza el presente,
identifica tendencias, generalmente desviadas, hace advertencias y hasta
amenazas. Anuncia el juicio de Dios sobre el curso presente de la historia y
hace promesas de liberación de las calamidades.
A
partir de las tendencias captadas, hace previsiones para el futuro. En el fondo
afirma: si continúa este tipo de comportamiento de los dirigentes y del pueblo
sucederán fatales desgracias. Éstas son consecuencia de las violaciones de
leyes sagradas. Y ahí proyectan escenarios dramáticos que tienen una función
pedagógica: hacer entrar a todos en razón y en la observancia de lo que es
justo y recto delante de Dios y de la naturaleza.
Leyendo
a algunos profetas del Antiguo Testamento y también advertencias de Jesús sobre
la situación de los tiempos futuros, casi espontáneamente nos acordamos de
nuestros dirigentes y de su comportamiento irresponsable ante los dramas que se
están preparando para la Tierra, para la biosfera y para el eventual destino de
nuestra civilización.
Hace
días en algunas partes del mundo se ha roto la barrera considerada como la
línea roja que debería ser respetada a toda costa: no permitir que la presencia
de dióxido de carbono en la atmósfera llegase a 400 partes por millón. Y lamentablemente
ha llegado. Alcanzado este nivel, difícilmente el clima calentado volverá
atrás. Se estabilizará y podrá seguir subiendo. La Tierra quedará calentada
unos dos grados centígrados, o más. Muchos organismos vivos no conseguirán
adaptarse, pues no tienen cómo minimizar los efectos negativos, y acabarán
desapareciendo. La desertificación se acelerará; se perderán cosechas, miles de
personas tendrán que abandonar sus lugares a causa del calor insoportable y la
imposibilidad de garantizar su alimentación.
En
un contexto así leo al profeta Isaías. Vivió en el siglo VIII a. C., uno de los
periodos más conturbados de la historia. Israel se encontraba exprimida entre
dos potencias, Egipto y Asiria, que se disputaban la hegemonía. Tan pronto era
invadido por una de estas potencias como por la otra, dejando un rastro de
devastación y de muerte.
En
este contexto dramático Isaías escribe un capítulo entero, el 24, en una línea
de devastación ecológica. Las descripciones se asemejan a lo que puede
sucedernos a nosotros si las naciones del mundo no se organizan para parar el
calentamiento global, especialmente el abrupto, ya avisado por notables
científicos, que podría ocurrir antes de finales del presente siglo. Si
efectivamente ocurriera, la especie humana correría un gran riesgo de ser
diezmada y de que se destruyera gran parte de la biosfera.
Debemos
tomar en serio a los profetas. Ellos descifran tendencias en una perspectiva
que va más allá del espacio y del tiempo. Por eso también nuestra generación
podría estar incluida en sus amenazas. Transcribo partes del capítulo 24 como
advertencia y material de meditación.
“Lo
mismo sucederá al acreedor y al deudor. La Tierra será totalmente devastada. Ha
sido profanada por sus habitantes porque trasgredieron las leyes, pasaron por
encima de los preceptos, rompieron la alianza eterna. Por esta razón, la
maldición ha devorado la Tierra, la culpa es de los que en ella habitan… La
Tierra se rompe, se resquebraja, es sacudida fuertemente. La Tierra se tambalea
como un borracho, se agita como una cabaña… La luna se sonrojará y el sol
tendrá vergüenza”.
Jesús,
el último y el mayor de todos los profetas advierte: “Se levantará nación
contra nación y reino contra reino. Habrá hambre y peste y terremotos en
diversos lugares” (Mateo 24,7). “En la Tierra los pueblos serán presa de la
angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Las gentes
desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo,
porque los astros se conmoverán” (Lucas 22,25-27).
¿No
ocurren escenas semejantes en los tsunamis del sudeste de Asia, en Fukushima en
Japón, en los grandes tornados y ciclones como el Katrina y el Sandy en Estados
Unidos y en otros lugares del planeta? ¿Las personas no se llenan de pavor al
presenciar tal devastación y ver el suelo cubierto de cadáveres? Estas
catástrofes no suceden por casualidad, suceden porque hemos roto la alianza
sagrada con la Tierra y sus ciclos. Son señales y analogías que nos llaman a la
responsabilidad.
Curiosamente,
a pesar de todos estos escenarios de destrucción, la palabra profética termina
siempre con esperanza. Dice el profeta Isaías: “Dios quitará el velo de
tristeza que cubre a todas las naciones. Enjugará las lágrimas de todos los
rostros… Aquel día se dirá: este es nuestro Dios, en quien hemos esperado y Él
nos salvará” (25,7.9). Y Jesús remata prometiendo: “cuando empiecen a suceder
estas cosas, animaos y levantad la cabeza porque se acerca la liberación”
(Lucas 21,28).
Después de estas palabras
proféticas no cabe comentario; sólo el silencio pesaroso y meditativo.
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