jueves, 11 de julio de 2013

El IOR, 
Francisco y el "alertómetro"


  La magistratura vaticana prohíbe la destrucción o alteración de los documentos del Instituto


ANDREA TORNIELLI


«Para algunas cosas soy muy ingenuo, pero para otras me funciona el “alertómetro”...». Palabra de Jorge Mario Bergoglio, cuando era todavía arzobispo de Buenos Aires. Se refería a los episodios de corrupción en los que estaban involucrados algunos eclesiásticos. Y el “alertómetro” parece haber entrado en vigor en el Vaticano: según diferentes fuentes, el pasado 4 de julio la magistratura vaticana habría emitido una disposición que prohíbe destruir o alterar los documentos del IOR. Un acto sin precedentes, decidido en completa autonomía y sin el plácet de la Secretaría de Estado. Una disposición que indica una nueva voluntad para afrontar los problemas más espinosos sin conformarse con cómodas operaciones de maquillaje. 







Como se reocrdará, el lunes primero de julio, el director general del Instituto para las Obras de Religión, Paolo Cipriani, y el vicedirector, Massimo Tulli, presentaron sus renuncias. Decisión que llegó después de las vergonzosas revelaciones de una investigación sobre monseñor Nunzio Scarano, el prelado de la Apsa (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica) que usaba más de una cuenta en el “banco vaticano” para llevar a cabo riesgosas opraciones financieras, todas aprobadas por la dirección del IOR. 







Sin embargo, días después los dos ex-managers indagados seguían paseándose dentro del Instituto. Luego, al Torreón de Nicolás V, sede del IOR, llegó un tercer indagado, el abogado Michele Briamonte. La presencia contemporánea de los dos directivos y el abogado hizo que la situación se complicara todavía más. Briamonte, abogado del Instituto y de Cipriani, figura, por “insider trading”, en la investigación sobre el banco italiano Monte dei Paschi y además está involucrado en el incidente de hace algunos meses en el aeropuerto militar de Ciampino: al salir de su jet privado, Briamonte, en compañía de uno de los secretarios del cardenal Tarcisio Bertone, se encontró con unos agentes de la Guardia de Finanzas que querían verificar el contenido de su equipaje. No sucedió nada porque Briamonte exhibió un pasaporte diplomático vaticano y no permitió que lo sometieran a la inspección. 











El nuevo presidente del IOR, Ernst von Freyberg, repitió en diferentes ocasiones, tratando de tranquilizar los ánimos, que Briamonte ya no era abogado del IOR y que había sido alejado del Instituto. Y entonces, ¿por qué regresó? Según algunos testigos, habría vuelto al IOR en más de una ocasión. Y, sobre todo, ¿por qué volvió justamente cuando estaban presentes Cipriani y Tulli, que ya habían renunciado? Además, resulta que ese mismo día también se encontraba en el edificio el mismo presidente von Freyberg. 











A la luz de estos acontecimientos, la magistratura vaticana intervino con una nueva disposición: ninguno de los documentos del IOR, en cualquier formato, podrá ser destruido, alterado o transferido de lugar. Es una nueva sorpresa, pero seguramente no será la última, sobre la reciente saga del IOR. 





Nunca ha sido ningún misterio que Papa Bergoglio tiene una cierta alergia ante ciertas operaciones opacas. «Basta leer –sugiere un prelado que sigue de cerca estas vicisitudes– un pequeño párrafo de su diálogo con el rabino Abraham Skorka, publicado en el libro “El cielo y la tierra”...». Efectivamente, en ese volumen, Bergoglio se refería a un episodio que sucedió poco después de su nombramiento como obispo auxiliar, al inicio de los años noventa, «en la época del uno a uno», es decir del momento de la crisis económica cuando el peso argentino fue equiparado con el dólar estadounidense. «Vinieron a verme dos funcionarios oficiales a la Vicaría de Flores –contó el cardenal–, diciendo que tenían dinero para los barrios de emergencia. Se presentaron como muy católicos y después de un rato me ofrecieron 400.000 pesos para mejorar las villas de emergencia. Para algunas cosas soy muy ingenuo, pero para otras me funciona el alertómetro». 











Bergoglio preguntó los detalles sobre los proyectos y sus interlocutores terminaron diciéndole que «de los 400.000 que firmaría como recibidos, sólo me darían la mitad». El futuro Papa encontró la manera para negarse, una «salida elegante»: «como las vicarías zonales no tienen cuenta bancaria, y yo tampoco, les dije que tenían que hacer el depósito directamente en la curia, que sólo acepta donaciones por cheque o mostrando la boleta de depósito bancario. Los tipos desaparecieron. Si esas personas, sin pedir pista, aterrizaron con tal propuesta, presumo que es porque algún  eclesiástico  o  religioso se prestó antes para esta operación». 





Habría sido suficiente prestar atención a las palabras del nuevo Pontífice que sueña «una Iglesia pobre y para los pobres» para entender que habría llevado hasta sus últimas consecuencias el proceso de la transparencia fuertemente impulsado por Benedicto XVI. Muchos cardenales quedaron insatisfechos con las explicaciones que les dio el cardenal Bertone sobre los asuntos del “banco vaticano” durante las congregaciones pre-cónclave. Era evidente que también allí había que reformar. En estos meses ha salido a la luz que el sistema de vigilancia no había funcionado y que no funciona, a pesar de que von Freyberg y el director de la AIF, René Brülhart, hubieran tratado de tranquilizar a todo el mundo. Así, el 15 de junio el Papa Francisco nombró como prelado “ad interim” del IOR –puesto vacante– al director de la Casa Santa Marta, Battista Ricca. Un hombre de confianza que, según su estatuto, tiene la posibilidad de ver todos los documentos del “banco vaticano”, y que, como administrador del “internado” en el que vive Bergoglio, comparte frecuentemente la mesa con él.


La llegada de Ricca al Torreón de Nicolás V fue decisiva para los clamorosos eventos que siguieron. El prelado, que cuenta con toda la confianza del Papa, tiene un carácter fuerte y no adorna sus pensamientos con palabras diplomáticas y retruécanos: «No lo mandó para hablar», dice uno de los colaboradores del Instituto. El retraso en el análisis de las cuentas del IOR y de la adecuación a los parámetros internacionales anti-reciclaje, además de las investigaciones de la magistratura italiana en las que están involucrados dirigentes del IOR hicieron que fuera necesario dar un paso más; Francisco decidió personalmente: la constitución, con un «quirógrafo»papal, de una comisión «referente» de investigación, presidida por el cardenal Raffaele Farina, para indagar profundamente sobre las actividades del IOR e informar paso a paso los resultados directamente al Pontífice. Al final del trabajo, la comisión tendrá que entregar a Francisco todo el archivo con la documentación recopilada. 





Antes de llevar a cabo las reformas, Bergoglio quiere darse cuenta de lo que sucede realmente en el Instituto y, sobre todo, hacer todo para que –más allá de las responsabilidades personales– sea extirpado cierto sistema ramificado y consolidado en el IOR. 







El nuevo estilo de gobierno del Papa argentino

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