martes, 31 de mayo de 2016

maletines

El Roto
col sicre

El relato del evangelio que leemos este domingo, la resurrección del hijo de la viuda de Naín, recuerda otros milagros parecidos: la resurrección de la hija de Jairo y la de Lázaro. Con esta última, el evangelista Juan nos enseña que Jesús es la resurrección y la vida, y aunque Lázaro, o cualquiera de nosotros, muera, vivirá gracias a Él.

Lucas, en este relato que solo se encuentra en su evangelio, no enfoca el tema del mismo modo. Lo que pretende demostrar es el enorme poder y bondad de Jesús, comparándolo con los dos mayores realizadores de milagros del Antiguo Testamento: Elías y Eliseo. De este modo deja claro que está perfectamente justificado creer en Jesús y aceptarlo como salvador.


Primera forma: 
con oración y esfuerzo: Elías 
(1 Reyes, 17,17-24).

El profeta Elías predijo un período largo de sequía, y él mismo tuvo que pagar las consecuencias, debiendo desplazarse a la costa de Fenicia, a Sidón. Allí lo acogió una viuda que tenía un solo hijo. Al cabo de un tiempo, sin que se diga la causa, el niño murió, y la madre acude al profeta.

El relato pretende subrayar el poder de Elías, capaz de conseguir que Dios resucite a un niño. La historia tuvo tanto éxito que poco después se contó algo muy parecido del discípulo de Elías, Eliseo. Este segundo milagro no tuvo lugar en el extranjero, en Fenicia, sino en territorio de Israel, en Sunén, a dos kilómetros de Naín. Habría sido mucho mejor elegir este texto para compararlo con el evangelio, pero no vale la pena quejarse de los liturgistas.


Segunda forma: 
sin oración, pero con compasión: Jesús (Lucas 7,11-17).

Comparando el relato de Lucas con la primera lectura se advierten importantes diferencias.
Actitud de la madre
En el caso de Elías, se queja y protesta.
En el caso de Jesús, no dice nada, cosa lógica porque no lo conoce ni ha convivido con él.
Acciones del protagonista
Elías toma al niño, lo sube a la habitación de arriba, lo acuesta en la cama, clama al Señor, se echa tres veces sobre el niño, entrega al niño a su madre.
Jesús siente compasión, detiene el féretro, ordena al muchacho que se levante.
Lo más llamativo es que Jesús no ora, no tiene que pedir a Dios que resucite al niño, tiene el poder de resucitarlo. En cuanto al tema de la compasión, es muy importante cuando se compara con la actitud de Eliseo (el episodio que no leemos).
Lugar del milagro
Elías lo realiza en la habitación de arriba, y lo mismo ocurre en el caso de Eliseo. Se trata de algo secreto, de lo que solo son testigos Dios y el profeta.
Lucas presenta el milagro de Jesús como algo público, presenciado por numerosas personas. Jesús llega a Naín acompañado de los discípulos y de una gran multitud. En dirección contraria otro grupo numeroso: a la madre la acompañaba un grupo considerable de vecinos.
El poder de Jesús contará con numerosos testigos.
Reacción de la gente
La viuda de Eliseo termina confesando: ¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la palabra del Señor que tú pronuncias se cumple!
De modo parecido, la multitud que presencia el milagro de Jesús exclama: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo.

Tercera forma: 
revelando a su Hijo: Dios Padre 
(Gálatas 1,11-19)

La segunda lectura carece de relación con la primera y el evangelio. No habla de un muerto, sino de una persona repleta de energía, Pablo, que la gasta en perseguir violentamente a la iglesia. En este sentido podemos decir que también él está muerto. Y quien lo resucita es Dios Padre, revelándole a su Hijo, Jesús. Estamos acostumbrados a relacionar esta “resurrección” con la famosa caída del caballo que cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Pablo, en la carta a los Gálatas, no da detalles de ese tipo. Se limita a lo esencial: su experiencia de haber descubierto quién es realmente Jesús.

Conclusión
Las tres lecturas nos ayudan y animan a conocer más profundamente a Jesús. 
Alguien muy superior a un gran profeta, 
como Elías. 
Alguien muy distinto de un hereje, 
como pensaba Pablo antes de convertirse. 

Pero este conocimiento no se adquiere con la simple lectura y comparación de textos. Es una gracia que Dios concede, como a Pablo. Una gracia que debemos pedir, como insiste Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales: “conocimiento interno del Señor, para que más le ame y le siga”.

José Luis Sicre

Cadena perpetua para un ex-dictador

CADENA PERPETUA PARA UN EXDICTADOR

propiedad privada

El Roto

subyugado por lo esencial

Genio-y-figura-Max-Aguirre

¿futuro?

Batu-Tute

Por una teología 

contextual y desde la praxis

Bartolomedelascasas(El texto de este post forma parte del último número de la colección Cuadernos Virtuales de Cristianisme i Justícia, cuyo autor es José Ignacio González Faus: “Romeros de América”).
J. I. González Faus
La teología de la liberación no nació hacia 1968 como suele decirse: había nacido en el s. XVI español con la disputa entre Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda. Y se gestó gracias a un grupo de obispos, predecesores de Msr. Romero que se jugaron la vida en defensa del indio, cuando la conquista de América por los españoles.

La disputa citada entre Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda se celebró ante un tribunal en el que estaban, entre otros, Melchor Cano y Domingo Soto, que es el autor de la crónica. Al leerla se comprende mejor lo que quiso decir Gustavo Gutiérrez cuando define a la teología de la liberación como teología desde la praxis: el proceso de la reflexión sobre la Palabra de Dios no va desde la revelación a la teología, sino desde la fe a la vida y desde esta a la teología. El elemento decisivo es, por tanto, contextual. Y de ahí surgirán consecuencias que afectan a los contenidos.

Sepúlveda era un hombre culto y gran humanista, pero sin experiencia directa de la opresión y del sufrimiento. Nunca había estado en América, ni consideraba necesaria esa presencia para su argumentación. Arguye desde unos supuestos principios universales que cree aplicables tal cual a toda la realidad, y anticipa así lo que luego se dirá del racionalismo hegeliano: «si esas verdades no encajan con la realidad, pues peor para la realidad». Desde aquí se comprende el eje de su argumentación: la verdadera religión es algo tan importante para la salvación eterna de los hombres, que autoriza incluso el daño material que se les haga para librarles de la idolatría. Sepúlveda cree en esa universalidad de la razón en la que ha creído también nuestra modernidad, desde Kant a Marx. Ni sospecha que nuestra razón, pese a su pretensión de universalidad, pueda ser una razón situada y condicionada por intereses inconscientes; ni se le hubiera ocurrido hablar (como hacemos hoy) de una razón instrumental, razón emocional, razón dialogal… Por eso ni siquiera admite, ni conoce, la posibilidad de estar movido por unos intereses ocultos, que confluyen en la defensa de aquel sistema injusto.

Y si Sepúlveda hace su teología desde dentro del sistema eclesiástico-imperial, Las Casas la hace desde los márgenes de ese sistema. Tanto si exageró como si no, conocía muy de cerca y en muchas partes, lo que era el sufrimiento de los indios. Ha percibido que en el sufrimiento y en la opresión del hombre por el hombre hay algo tan irracional que no podrá entrar nunca en los sistemas de la razón universal sino, a lo más, como una nota al pie o un pequeño apéndice sin importancia. Tiene entonces otros intereses —y estos no son ocultos sino muy claros y conscientes—, centrados en la defensa de las víctimas y en la lucha por la eliminación del dolor. Y es desde ahí como la experiencia creyente del Dios de Jesucristo le fue haciendo percibir aquel principio tan conocido que resume su intervención en el debate: «vale más indio pagano y vivo, que cristiano y muerto». Es exactamente el mismo proceso que siglos más tarde se fue dando en la evolución de Monseñor Romero, y en la de todos estos romeros de América aquí presentados.

De esta manera, y sin querer, Sepúlveda manipula a Dios en toda su forma de hacer teología. Las Casas deja a Dios ser Dios en medio del misterio del dolor y de la maldad humanas. Dicho con un lenguaje que retomará en nuestros días Gustavo Gutiérrez, la teología de Sepúlveda se parece a la de los amigos de Job, que intentan defender a Dios aun a costa de la solidaridad real con el sufrimiento humano. La teología de Las Casas procura «hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente» (Gutiérrez), o articular «la fe en Jesucristo desde las víctimas» (Jon Sobrino), única posible manera de hablar de Dios desde Jesucristo «recapitulador de toda la sangre derramada de justos y profetas». Lo contrario hablará sin querer de un Dios hecho a la medida de nuestras conveniencias.

Todo esto tiene una última consecuencia para nuestros días, con la que vamos a concluir: la gente tiene la vaga percepción de que la llamada teología de la liberación es, simplemente, la teología de siempre pero con una extremada radicalidad social, casi marxista. El cardenal L. Müller, (actual Prefecto de la congregación de la fe) en una breve y excelente presentación de la teología de la liberación explica que no es eso, sino más bien otra forma de hacer teología que, además, es  la más auténtica y más tradicional. La teología debe ser contextual, no abstracta universal. Se universalizará después, por su relación y diálogo con toda la iglesia universal, no simplemente por absolutizarse a sí misma, como ha ocurrido con la teología europea. Siempre recuerdo una sencilla frase que le oí a Msr. Romero, en los primeros días oscuros de la Asamblea de Puebla, cuando nos dijo que intentaba «comunicar mi experiencia a mis hermanos» y algo de eso se consiguió.

Müller recurre para explicar lo anterior a la misma definición de teología dada por Santo Tomás: «todo lo que trata la doctrina sagrada lo hace teniendo como punto de mira a Dios (sub ratione Dei); bien porque trata de Dios mismo, bien porque se trata de algo referido a él». La pregunta de la teología es entonces cómo se puede hablar de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de la Iglesia, de los sacramentos, de la gracia y de la vida eterna, frente a la miseria, la explotación y opresión del ser humano, si comprendemos al hombre como un ser creado a imagen de Dios y por quien Cristo murió. Se elimina así todo enfoque dualista de la realidad, como si la historia fuera un inmenso mar de agua inútil en el que sobrenada algo así como una pequeña mancha de aceite, que sería la historia sagrada y que es lo único que importa. «No hay más que una sola historia», proclamó la teoría de la liberación desde sus inicios y esto es recuperar el esquema bíblico.
«En esta perspectiva (prosigue Müller), la inteligencia de la fe aparece como inteligencia no de la simple afirmación —y casi recitación— de verdades, sino de un compromiso, de una actitud global, de una postura ante la vida… hacia una transformación comprensiva de la realidad en dirección a la meta que Dios le ha puesto». Por eso, lo que propone la teología de la liberación no es «un tema nuevo, sino un nuevo enfoque».
Esta célebre controversia es muy distinta del otro encuentro conocido como «Coloquio de los Doce» que tuvo lugar en México en 1524, que no se conserva íntegro y del que ha dado un honesto testimonio Bernardino de Sahagún. El autor, franciscano, había fundado en Tlatelolco (México) un colegio para los indígenas, escribió además varias obras de catequesis en náhuatl, amén de su obra magna Historia general de las cosas de Nueva España y fue perseguido porque sus métodos misionales respetaban demasiado las costumbres antiguas y podían resultar relativistas.
Según ese diálogo, doce misioneros enviados por el emperador, se reúnen con un grupo de líderes religiosos indígenas, para discutir sobre las respectivas creencias. La controversia ya es un notable paso adelante, frente a los métodos impositivos de la conquista; y el tono del diálogo es enormemente cordial por ambas partes. Pero, pasada la exposición de ambas creencias, resulta descorazonadora la argumentación de aquellos misioneros: nuestro dios es más poderoso que vuestros dioses (a los que los indígenas decían deber el maíz, los frijoles, el agua…), porque hemos ganado la guerra. A la que siguió esta sorprendente respuesta de la parte indígena, con la que concluye el diálogo: «si vosotros habéis matado a nuestro dios, preferimos morir con él».
Aquellos doce misioneros no se daban cuenta de que su argumentación valía también para desautorizar su fe en Jesucristo: el dios de Caifás y del Sanedrín sería más verdadero que el de Jesús puesto que había sabido matarlo…
Semejante teología era exclusiva y unilateralmente veterotestamentaria: no aparece en su argumentación ninguna alusión a una serie de enseñanzas del Nuevo Testamento: como la «recapitulación de todas las cosas en Cristo», el que «Dios quiere que todos los hombres se salven» o «el Espíritu derramado sobre toda carne»…
Y aún cabe sacar de aquí otra lección: la llamada «inculturación de la fe» es, por supuesto, obligatoria e indispensable. Pero ese diálogo con las culturas y la misma inculturación no serán válidos si no incorporan la óptica de los últimos, de los sufrientes, de los vencidos por la violencia. y, saliendo ya de los hombres atisbados en estas páginas: la teología actual debe dialogar con la sociedad laica, con el mundo autónomo, con la Modernidad y con el llamado desarrollo económico.
Pero ese diálogo tampoco podrá ser válido si no sabe incorporar y dar la palabra a la óptica de los vencidos y los que carecen de voz porque nuestra sociedad se la ha quitado. Los primeros interlocutores del diálogo entre la fe cristiana y la Modernidad no han de ser las universidades (por indispensables que sean) sino el cuarto mundo, las víctimas de las pateras y de nuestra manera de superar la crisis económica. El diálogo con la universidad (por decirlo otra vez con palabras de Gustavo Gutiérrez) deberá ser un acto segundo. Nada de esto devalúa o resta importancia a la teología: simplemente la contextúa.
Sólo así será posible dialogar con una cultura libre: porque, así como, en la Edad Media, se decía de la filosofía que era ancilla theologiae (sierva de la teología) hoy la mayor parte de nuestra cultura oficial es esclava de la economía.
Bartolomedelascasas



La tristeza de la pederastia
Agencias

Pederastia, abusados y abusadores

Hacer justicia injustamente

"Los medios, como los políticos, tienden a agiatr las emociones y a jugar con ellas"


 En los casos de eclesiásticos, no entiendo que luego se mantenga una doble vida continuada: eso, más que una inmoralidad implica una auténtica falta de fe
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J. Ignacio González Faus, sj. 
La pederastia es una aberración criminal. Incluso como tentación me resulta difícil comprenderla. Creo recordar que había algo de ella en el Satiricón de Petronio; pero me pareció tan extraño que lo dejé como cosa de aquella Roma corrupta.

Hoy está a la orden del día. En el mundo y en la Iglesia. No sé si porque hemos abaratado tanto el sexo que ya no nos cumple la promesa que vehicula y entonces la buscamos en esas deformidades. Con el agravante de que el abusado se convierte fácilmente en abusador, mientras éste tiende a presentarla como "una variante más".

Creo conocer bastante la pasta humana y puedo comprender cualquier debilidad y cualquier aberración. Pero, en los casos de eclesiásticos, no entiendo que luego se mantenga una doble vida continuada: eso, más que una inmoralidad implica una auténtica falta de fe. Añádase que, como señala la película Spotlight, en los casos de la Iglesia, tras la culpa de las personas hay una culpa del sistema: una idolatría del cura mantenida quizá como reclamo vocacional, pero contraria al evangelio que sólo llama sacerdotes a Cristo y al pueblo de Dios, no a los ministros de la Iglesia.

Algo de eso señaló el obispo australiano J. Robinson, encargado por sus hermanos de estudiar los casos de pederastia. Pero la curia romana le impidió llevar sus investigaciones por ahí. Visto lo cual, el obispo se retiró, y luego publicó un libro (Poder y sexualidad en la Iglesia) donde ya es expresiva la primera palabra del título: poder, no sexo. Me evoca lo que viví en casos de niñas abusadas por sus padres: la autoridad de la figura paterna, el deseo de la niña de que su padre la quisiera, es lo que las llevaba a callar y luego (encima) las dejaba absurdamente culpabilizadas. No cabe pues tolerancia con esa lacra. De acuerdo.

Pero todas las realidades humanas tienen dos polos y, si nos quedamos sólo con uno, las deformamos. Así podría suceder que, haciendo justicia, cometamos nuevas injusticias. Por ejemplo:

1- ¿No ha ocurrido algo así con los maristas en Barcelona? Los maristas han escrito en Siria páginas heroicas de solidaridad, sin merecer la más mínima atención y reconocimiento de parte de los medios de comunicación. Ahora, de pronto ocupan titulares diarios, sin otra identificación: "maristas-pederastia". Que no fuera la Congregación sino profesores contratados, importaba poco. Las explicaciones dadas por el colegio tampoco tuvieron demasiada difusión. Imaginemos que la prensa más reaccionaria de Madrid titulara: "Pederastia en Cataluña" o "Los catalanes pederastas". ¿Nos parecería justo?

Si la respuesta es negativa preguntémonos ahora: ¿hemos sido justos nosotros con los maristas? ¿O es que hay gentes que, por no sé qué otra extraña perversión, parece que sólo encuentran placer cuando pueden arrojar basura sobre la Iglesia? Y me atrevo a hablar así porque, personalmente, he sufrido bofetadas y acusaciones por "no amar y criticar a la Iglesia". Pero las críticas hay que hacerlas para mejorar la realidad, no para regodeo propio. ¿Hubo el mismo clamor constante cuando Sánchez-Dragó se jactó de haberse follado dos niñas de 13 años... pero japonesas?

2- En 2004 en Outreau, pequeño pueblo francés, estalló un escándalo de pederastia. Cinco años después, varios condenados fueron declarados inocentes; pero uno de ellos ya se había suicidado en la cárcel, desesperado. Un médico, alcalde de Sécher, pasó varios años en prisión hasta que el acusador reconoció haber mentido. Ahora bien: el dolor del injustamente acusado es tan enorme como el del canallescamente abusado. Lo sé porque conozco algún caso que me ha hecho compartir ese dolor personalmente.
Por desgracia, la justicia humana no sólo puede ser a veces deliberadamente injusta, sino que se tropieza frecuentemente con mil obstáculos debidos a la complejidad de lo real. Y, cuando se ha creado ya un clamor emocional, es muy difícil serenar a las masas, que se sentirán comprensiblemente traicionadas. Pero la justicia auténtica reclama seguridad en la culpa. "Tolerancia cero" no significa convertir la presunción de inocencia en presunción de culpabilidad, ni pervertir el clásico principio romano: "in dubio pro reo", en un: "in dubio contra reum". Porque hay casos en que no tenemos más que la palabra de uno contra la palabra de otro. Y esta generación omnipotente del mimo, el ipad y la selfie, no tiene muchos escrúpulos en amenazar que, "si me suspendes las ‘mates' te meto una denuncia".

3- Resulta extraño que gentes que pasan de los 50, sientan hoy necesidad de denunciar unos abusos de hace 40 años, y siempre en colegios religiosos. Ya corre el rumor de que, detrás de ese dato, late una campaña camuflada contra la escuela concertada. Recordemos que, en USA, la denuncia repentina de casos antiguos coincidió con la oposición de la Iglesia a la barbarie de Bush en Irak. Y que, tanto en el Chile de Allende como en la Venezuela de hoy, junto al innegable desabastecimiento se produce un acaparamiento oculto, como acaba de denunciar un obispo venezolano.
4- Otro de nuestros problemas vergonzosos es la violencia machista. Pero una policía (mujer por más señas) me dijo un día que no imaginaba yo cuántas denuncias falsas reciben; y que no podían decirlo porque toda la opinión se les echaría encima y les acusarían de cómplices.
Y para concluir: los medios, como los políticos, tienden a agitar las emociones y a jugar con ellas. Cuando las emociones se agitan, es casi imposible mantener la serenidad suficiente para hacer verdadera justicia. Por duro que resulte no olvidemos que condenar a un inocente es tan grave como abusar de otro inocente.




lunes, 30 de mayo de 2016

Cada año 60.000 musulmanes se convierten al cristianismo

La mayoría se aboca al protestantismo, pero también hacia los ortodoxos y el catolicismo. Los países con mayor flujo son Indonesia, Nigeria y EE.UU. En 2015, los conversos sumaban 10 millones.



Cada vez son más los musulmanes alrededor del mundo que se convierten al cristianismo, según las últimas estadísticas y otras evidencias. Camille Eid, un periodista libanés y coautor del libro "Cristianos venidos del islam", habló la pasada semana al periódico italiano Tempi sobre recientes conversiones en masa que están sucediendo en todo el norte de África y Oriente Medio, desde Marruecos a Jordania.

También recurrió al testimonio de un misionero francés que hace poco fue expulsado de Irán, Pierre Humblot, el cual ha constatado el número de conversiones en la historia reciente de este país en un asombroso 300.000. En Europa, también, hace apenas tres semanas un pastor protestante en Hamburgo, Alemania -el cual ya había catequizado a 116 musulmanes en lo que va de este año-, bautizó a otros 80 refugiados musulmanes de Irán y Afganistán en un lago de un parque municipal.

El pastor Albert Babajan, quien lideró los bautizos en masa en Hamburgo, espera que el número de conversos musulmanes en su iglesia pueda llegar a alcanzar 500 antes del fin de 2016. Son cifras impresionantes que, si se replicaran en solo un pequeño porcentaje de iglesias en el continente, sugerirían que en Europa estamos ante una verdadera oleada de conversiones del islam al cristianismo. Pero ¿cuáles son las estadísticas y las razones sociológicas detrás del fenómeno?

En 2015, en un artículo publicado en la Interdisciplinary Journal of Research on Religion (Revista interdisciplinar de estudios de la religión), Duane Alexander Miller y Patrick Johnstone publicaron el primer censo global de la comunidad cristiana procedente del islam. De acuerdo con estos autores, el número de musulmanes convertidos al cristianismo en el mundo es una cifra notoriamente difícil de calcular, dada la tendencia a exagerar de misiones cristianas demasiado fervientes, por un lado, y la de las desconfiadas autoridades islámicas a subestimar el número de cristianos en países de mayoría musulmana, por otro.

Pero en base a las estimaciones de Miller y Johnstone, el número de cristianos en el mundo provenientes del islam ha incrementado desde menos de 200.000 en 1960 a casi diez millones en 2015. De este número de musulmanes convertidos, Indonesia alberga a la mayor proporción, con casi seis millones y medio. Nigeria ocupa el segundo lugar con 600.000, y los EEUU el tercero, con una población de unos 450.000 creyentes en Cristo procedentes de una cultura musulmana. Es más, según estas últimas investigaciones, alrededor de 147.800 conversos al cristianismo del islam viven en el continente europeo -de los cuales 2.200 habitan en España-, y 8.800 residen en América Latina.

Globalmente, la gran mayoría de las conversiones son al protestantismo evangélico-en los últimos cincuenta años ha habido cerca de 377.000 solo en los EEUU-, pero se han dado un número considerable de conversos en las iglesias ortodoxas y católicas (en los EEUU, en estos años, unos 40.000 y 60.000 respectivamente). Y el ritmo de conversiones de personas anteriormente musulmanas, según Miller y Johnstone, no hace más que acelerarse. En la primera mitad de los años 90, por ejemplo, un promedio de 20.000 personas de proveniencia islámica se convirtieron al cristianismo cada año a escala global. En el 2005, no obstante, este número ascendió hasta más de 80.000, antes de descender ligeramente hasta los 60.000 en el año 2010.

En lo que se refiere a las razones por las que cada vez más musulmanes se están convirtiendo al cristianismo alrededor del mundo, muchos sociólogos toman como referencia las conclusiones de J. Dudley Woodberry, un profesor de Estudios Islámicos en el Fuller Theological Seminary de Pasadena, California. En 2008, en una de las investigaciones más importantes sobre este asunto, Woodberry llevó a cabo entrevistas con 750 musulmanes conversos al cristianismo de treinta países y cincuenta grupos étnicos, y posteriormente publicó las cinco razones primordiales en su decisión de convertirse:

1. El estilo de vida de los cristianos. Los antiguamente musulmanes citaron al amor que los cristianos manifestaban en sus relaciones con los no cristianos y en su tratamiento de las mujeres como iguales.

2. El poder de Dios en oraciones respondidas y curaciones. Experiencias de las obras sobrenaturales de Dios -especialmente importantes para musulmanes tradicionales quienes tienen una preocupación característica por las manifestaciones del poder divino y las bendiciones- incrementaron tras las conversiones, según el estudio. A menudo se relataron sueños sobre Jesús.

3. Insatisfacción con el tipo de islam que habían experimentado. Muchos expresaron su descontento con el Corán que enfatiza el castigo de Dios sobre el amor divino. Otros mencionaron la militancia islámica y la incapacidad de la ley islámica de transformar a la sociedad.

4. La verdad espiritual en la Biblia. A los musulmanes se les enseña normalmente que la Torá, los Psalmos y los Evangelios provienen de Dios, pero han sido corrompidos. Estos conversos al cristianismo dijeron, no obstante, que la verdad de Dios hallada en las Escrituras les llegó a ser persuasiva y clave para entender el carácter divino.

5. Las enseñanzas bíblicas sobre el amor de Dios. En el Corán, el amor de Dios es condicional. Que este amor pudiera ser para todo el mundo fue especialmente sorprendente para los musulmanes. Estos conversos fueron conmovidos por el amor expresado en la vida y enseñanzas de Jesús. El siguiente paso para muchos musulmanes fue el de formar parte de una comunidad de cristianos de instinto fraternal.

Aunque las conclusiones de Woodberry estén bien documentadas desde un punto de vista académico, algunas voces han expresado una preocupación de que estas últimas conversiones de musulmanes al cristianismo en Europa hayan podido motivarse por el deseo de algunos refugiados de mejorar sus perspectivas de obtener asilo en el continente, o por las acciones de algunos líderes cristianos que estarían ligando las conversiones a las ayudas materiales. Si la opinión de Shima -una joven mujer iraní que fue recientemente bautizada en Hamburgo- es representativa, no obstante, la conversión de musulmanes al cristianismo trata sobre todo de la libertad. "He estado buscando toda mi vida paz y felicidad, pero en el islam, no las encontré. Ser cristiana significa felicidad para mí", relató Shima a una revista alemana después de su bautismo.

Fuente: RD

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CHUMBI. 29 de mayo.

Corpus. 

Cuando el pan era compartido, 

y toda comida eucaristía

Xabier Pikaza

Se celebra este domingo el día solmene del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la fiesta de la Eucaristía.
-- En este contexto quiero comentar un texto eucarístico de 1 Corintios, para comprender mejor el mensaje eclesial de Pablo, básicamente centrado en la comida compartida.
-- Pasaré después a la visión eucarística del principio del libro de los Hechos, cuando los creyentes compartían con frecuencia la comida, y toda comida común, recordando a Jesús, era Eucaristía.
-- Me fijaré después en un texto posterior de la Didajé, donde la comida compartida era siempre, de algún modo, eucaristía.
Sin pan compartido en la comunidad, sin comunión de pan con los hambrientos no existe eucaristía.
-- En algunas comunidades de Pablo (Galacia, quizá Antioquía) el problema había sido el de poner dos mesas separadas, si podían comer juntos todos los cristianos, los de origen judío y los de origen gentil, de manera que Jesús apareciera como principio de unidad y comunión entre todos los hombres.

-- Más adelante, en Corinto, el problema fue el de unir la comida de los ricos y los pobres, que todos pudieran compartir el mismo pan, pues sin comunión de vida no existe eucaristía (las respuesta de Pablo a ese problema siguen siendo importantes todavía).

-- Finalmente, el problema está en haber creado una eucarístía sin comida, adorar el pan "sagrado", pero no compartirlo... Sacarlo en procesión, pero sin que haya comunión entre todos los creyentes... y entre los creyentes ricos y los pobres del mundo.
El problema está evocado, un problema que sigue siendo un tesoro y un reto de los cristianos en el mundo. Siga leyendo quien quiere entender lo que supone en nuestro tiempo el Corpus.

Para seguir leyendo:
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2016/05/28/p97551#more97551