Martín Gelabert Ballester, OP
Francisco, todo parece nuevo
Con las ventanas del papamóvil abiertas de par en par, los gestos (abrazar a toxicómanos, por ejemplo) y palabras del Papa Francisco en Brasil han sido sorprendentes. Y una vez más han gustado a la mayoría de los creyentes y a muchos no creyentes. Hay también quienes con su silencio, con su modo de interpretar lo que el Papa dice, con su modo de subrayar o de apostillar, expresan, de forma más o menos solapada, disgusto, malestar o desacuerdo. Lo sorprendente es que algunas de esas personas que tienen sus reservas, se consideren “más papistas que el Papa”, para decirlo con una expresión coloquial que todos entienden. Es muy fácil ser papista cuando el Papa está de acuerdo conmigo.
Me parece que la mayoría, por no decir todas las cosas que Francisco proclama: necesidad de Obispos menos serios, de monjas que no sean solteronas, de clérigos más coherentes y cercanos a la gente, ser callejero de la fe en las favelas y en las villas miseria, afirmar que la Iglesia tiene que cambiar, animar a los jóvenes que protestan contra la corrupción, defender la dignidad de la persona, decir que desperdiciar alimentos es robar o que toda la moral se resume en las bienaventuranzas, que hay que acoger a madres solteras cuando piden bautizar al hijo, que un estado laico contribuye a la convivencia entre las religiones, y todo lo que ustedes quieran, todas estas cosas, digo, no son del todo nuevas. Pero sí suenan a nuevo en los oídos de la gente, hasta el punto de que en la mayoría suscitan esperanza, aunque causen preocupación en los instalados.
Sí a esto añadimos lo que dicen que vendrá y que el Papa mismo impulsa, como la canonización de Monseñor Romero, entonces la esperanza y la preocupación se incrementan. Porque la cuestión no es que la canonización de Monseñor Romero venga acompañada de otras canonizaciones. Lo significativo no son esas otras canonizaciones, porque el Papa no va a romper con la herencia recibida. Lo significativo es el impulso a una canonización que es todo un símbolo de cercanía al pueblo sencillo. Lo que hay que destacar no son los inevitables compromisos con el pasado, sino las puertas que se abren, para que así cada uno pueda escoger la santa o el santo de su devoción. Por eso, sin decir nada nuevo, este Papa hace que todo parezca nuevo. Esperemos que después de Brasil, la reforma de la Curia y los nombramientos episcopales sigan sonando a música nueva.
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