domingo, 7 de julio de 2013

Xabier Pikaza

Lumen fidei, una encíclica “corta”. 
Breve comentario





 Se me queda corta. Está bien escrita, es teológicamente densa en sentido conceptual, pero la veo algo poco separada de la historia concreta de los hombres y de la tarea más urgente de la Iglesia. Tiene muchos valores, pero pienso que no logra llegar a la raíz de la fe cristiana, con sus hondos valores y exigencias. Se me queda corta. 

‒ Es una encíclica de J. Ratzinger. El Papa Francisco ha tenido el gesto caballeroso de asumirla, completando así el Magisterio de Benedicto XVI, con sus dos encíclicas anteriores sobre el Amor (Deus caritas est) y la Esperanza (Spe salvi). 

‒ Me parece clara la actitud del Papa Francisco, no no veo tan clara la de Joseph Ratzinger quien, tras haber dimitido, debería quizá haber callado como papa (en línea de magisterio), escribiendo y publicando lo que él quisiera, pero con su propio nombre. 

Hubiera sido quizá mejor que Ratzinger pasara en silencio un tiempo oportuno (quizá un año), para publicar después lo que él quisiera, pero como cristiano “de a pie”, no dándoselo a firmar al Papa. Pero es claro que no todos pensarán lo mismo, y es hermoso que Francisco haya asumido la encíclica de su predecesor (para hacer después lo que él quiera).

La encíclica entera puede leerse en texto normal, no PDF, en: http://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=520 Invito a mis lectores a leerla directamente y a tener su propio juicio. Aquí ofrezco sólo dos consideraciones marginales y rápidas, tras haber leído el texto; quizá pueden ayudar a algunos. Son de tipo más bien "crítico", no para negar el valor de lo dicho, sino para indicar que se debería haber ido más allá.

En esa línea introduzco y presento dos textos de la Encíclica para indicar después que sería necesario ir más allá. Siga leyendo quien quiera. Buen fin de semana. 

Ocasión: El año de la fe, asumir y completar el magisterio de Benedicto XVI

 (Estos números sitúan el tema y motivo de la carta, cuya responsabilidad total es del Francisco, aunque él diga expresamente que asume un testo previo de J. Ratzinger. Como saben los estudiosos, las encíclicas no las suelen escribir los papas, sino que ellos piden un texto previo a sus colaboradores, introduciendo modificaciones más o menos abundantes. Pero el “secreto papal” ha querido que no se suelan conocer esos colaboradores, los auténticos autores de las encíclicas. Pues bien, por vez primera en los últimos tiempos de la Iglesia un Papa dice públicamente la fuente de su encíclica, y ésta es una novedad muy significativa. La Encíclica la firma el Papa Francisco, pero la ha escrito básicamente J. Ratzinger, ex-papa Benedicto XVI, como verá quien siga

5. El Señor, antes de su pasión, dijo a Pedro: « He pedido por ti, para que tu fe no se apague » (Lc 22,32). Y luego le pidió que confirmase a sus hermanos en esa misma fe. Consciente de la tarea confiada al Sucesor de Pedro, Benedicto XVI decidió convocar este Año de la fe, un tiempo de gracia que nos está ayudando a sentir la gran alegría de creer, a reavivar la percepción de la amplitud de horizontes que la fe nos desvela, para confesarla en su unidad e integridad, fieles a la memoria del Señor, sostenidos por su presencia y por la acción del Espíritu Santo. La convicción de una fe que hace grande y plena la vida, centrada en Cristo y en la fuerza de su gracia, animaba la misión de los primeros cristianos. En las Actas de los mártires leemos este diálogo entre el prefecto romano Rústico y el cristiano Hierax: « ¿Dónde están tus padres? », pregunta el juez al mártir. Y éste responde: « Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre, la fe en él »[5]. Para aquellos cristianos, la fe, en cuanto encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo, era una « madre », porque los daba a luz, engendraba en ellos la vida divina, una nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban dispuestos a dar testimonio público hasta el final.
 6. El Año de la fe ha comenzado en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Esta coincidencia nos permite ver que el Vaticano II ha sido un Concilio sobre la fe[6], en cuanto que nos ha invitado a poner de nuevo en el centro de nuestra vida eclesial y personal el primado de Dios en Cristo. Porque la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino. El Concilio Vaticano II ha hecho que la fe brille dentro de la experiencia humana, recorriendo así los caminos del hombre contemporáneo. De este modo, se ha visto cómo la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones.
 7. Estas consideraciones sobre la fe, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta virtud teologal[7], pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las Cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a « confirmar a sus hermanos » en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre. 

Fe y verdad, fe y subsistencia

((Éste es un tema muy propio de Ratzinger, empeñado en trasvasar la sabiduría hebrea (semita) en cauces helenistas… El texto hebreo identifica el “creer” con el vivir y subsistir, en sentido político, social y personal: Sólo por fe vivimos como seres humanos (no por conocimiento intelectual), sólo por fe podemos subsistir y tener futuro, de lo contrario moriremos en la lucha de la historia. Pues bien, dentro de la lógica de su teología, Ratzinger da prioridad a la traducción griega de los LXX: si no creéis no comprenderéis (oudé mê synête) interpretando la “fe” en sentido intelectual… Esa opción de los LXX es bíblicamente muy problemática y desvirtúa el sentido de la fe israelita, vinculada a la vida entera, en un plano social y político. Pues bien, siguiendo en esa línea, lo que dice la encíclica no es falso, pero no llega a la raíz de la fe bíblica, como experiencia de vida personal y social, de relación interhumana y de posibilidad de futuro, no de simple comprensión)) 

23. Si no creéis, no comprenderéis (cf. Is 7,9). La versión griega de la Biblia hebrea, la traducción de los Setenta realizada en Alejandría de Egipto, traduce así las palabras del profeta Isaías al rey Acaz. De este modo, la cuestión del conocimiento de la verdad se colocaba en el centro de la fe. Pero en el texto hebreo leemos de modo diferente. Aquí, el profeta dice al rey: « Si no creéis, no subsistiréis ». Se trata de un juego de palabras con dos formas del verbo ’amán: « creéis » (ta’aminu), y « subsistiréis » (te’amenu). Amedrentado por la fuerza de sus enemigos, el rey busca la seguridad de una alianza con el gran imperio de Asiria. El profeta le invita entonces a fiarse únicamente de la verdadera roca que no vacila, del Dios de Israel. Puesto que Dios es fiable, es razonable tener fe en él, cimentar la propia seguridad sobre su Palabra. Es este el Dios al que Isaías llamará más adelante dos veces « el Dios del Amén » (Is 65,16), fundamento indestructible de fidelidad a la alianza. Se podría pensar que la versión griega de la Biblia, al traducir « subsistir » por « comprender », ha hecho un cambio profundo del sentido del texto, pasando de la noción bíblica de confianza en Dios a la griega de comprensión. Sin embargo, esta traducción, que aceptaba ciertamente el diálogo con la cultura helenista, no es ajena a la dinámica profunda del texto hebreo. En efecto, la subsistencia que Isaías promete al rey pasa por la comprensión de la acción de Dios y de la unidad que él confiere a la vida del hombre y a la historia del pueblo. El profeta invita a comprender las vías del Señor, descubriendo en la fidelidad de Dios el plan de sabiduría que gobierna los siglos. San Agustín ha hecho una síntesis de « comprender » y « subsistir » en sus Confesiones, cuando habla de fiarse de la verdad para mantenerse en pie: « Me estabilizaré y consolidaré en ti […], en tu verdad »[17]. Por el contexto sabemos que san Agustín quiere mostrar cómo esta verdad fidedigna de Dios, según aparece en la Biblia, es su presencia fiel a lo largo de la historia, su capacidad de mantener unidos los tiempos, recogiendo la dispersión de los días del hombre[18].

24. Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. Si la fe fuese eso, el rey Acaz tendría razón en no jugarse su vida y la integridad de su reino por una emoción. En cambio, gracias a su unión intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey, porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a sus promesas.

25. Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos....

Fe y Reino de Dios… Una visióninsuficiente

Como era de esperar, la Encíclica tiene reflexiones luminosas sobre el sentido personal de la fe, entendida en sentido sobrenatural, y de fidelidad a la Iglesia. Pero hay algunas cosas que echo en falta. Ciertamente, el Papa Francisco ha firmado la encíclica de J. Ratzinger, y me alegro por ello. Pero me gustaría que, desde la perspectiva de la experiencia de Jesús y de la realidad actual, la Encíclica hubiera puesto más de relieve algunos o temas:

1. Me gustaría que la encíclica hubiera destacado la experiencia de Jesús como “hombre de fe”, de fe en Dios que se expresa en forma de fe en los hombres y de compromiso activo por el Reino. Si no apela al Jesús histórico, como hombre de fe, todo el resto del cristianismo corre el riesgo de volverse ideología. En esa línea, la misma fe es compromiso por el Reino, en línea de confianza activa, tal como se expresa en los “milagros”, es decir en los gestos concretos de fidelidad transformadora al servicio de los demás. Jesús es hombre de fe porque cree en los demás, y en el Dios de la vida (del Reino), actuando por fe (en fe) al servicio del reino. 

2. En contra de lo que parece decir la encíclica no hay una “verdad exterior” (más alta) a la que se puede llegar por la fe, sino que la misma fe es la verdad… Los animales no “creen”, ni creen las “computadores”. Los hombres, en cambio, viven por fe… de manera que si dejan de creer unos en otros (y dejan de creer en el don de la vida) terminan destruyéndose a sí mismos. Éste es el mensaje de Isaías (que me da la impresión de que la Encíclica no ha comprendido). Más allá de la fe no hay nada, la fe es lo más alto… de manera que si dejamos de creer unos en otros terminaremos matándonos y muriendo…

3. El problema de la fe es por tanto un problema de subsistencia… Si dejamos de creer unos en otros terminaremos matándonos, en suicidio personal o en gran homicidio universal… Si dejamos de creer en el don de la vida (en el Dios del Reino: es decir, de la humanidad reconciliada), y si esa fe no se convierte en gesto activo, en conocimiento de amor, de servicio a los demás (como en el caso de Jesús) terminaremos destruyendo toda vida verdaderamente humana en el planeta. Pienso que la encíclica no ha captado la gravedad del momento en que estamos, el riesgo ruptura humana (no religiosa en sentido sacralista) de la falta de fe.

4. Me da la impresión de que la encíclica pone la fe al servicio de un tipo de “comprensión doctrinal”, en línea intelectual. Pues bien, la fe bíblica no está al servicio de nada, sino que es ella misma lo que vale, en línea de confianza activa, en plano de iluminación práctica, es decir, de compromiso creador, En esa línea no me resulta clara la interpretación de la fe pascual que hace la encíclica (que no consiste en negar o superar la fe histórica de Jesús que es compromiso por el Reino, sino de ratificarla). Tampoco me resulta clara la interpretación de Pablo, con su visión de la fe, que no se opone a la “obra” de la fe, sino a un tipo de “obras de la ley”. La fe paulina no es rechazo de la “acción”, sino una acción intensa, al servicio de la vida, en gratuidad universal.

5. En conclusión, acepto pues lo que dice la Encíclica, pero se me queda corta, no responde, a mi juicio, a la raíz del evangelio (y de la experiencia israelita, que está en el fondo del proyecto de Jesús. Falta, a mi juicio, una verdadera antropología cristiana de la fe (o de la fe cristiana). Para el evangelio, la fe no es un “medio” para el conocimiento, sino que es el verdadero conocimiento humano, en línea personal y social, en línea intelectual y práctica. Por eso, la Encíclica me alegra, pero me deja decepcionado… Me da la impresión de que ha sido una ocasión fallida para entender la novedad y exigencia, el don y compromiso de comprensión y de acción (de servicio mutuo) de la fe cristiana.

Me gustaría que, pasado un tipo, el Papa Francisco escriba su propia encíclica sobre la fe, partiendo de la experiencia concreta de la vida, en sintonía con Jesús (en acción solidaria y creadora); mientras tanto, estas palabras de J. Ratzinger nos pueden servir para ir meditando, pero no me parecen definitivas.

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