lunes, 15 de julio de 2013

Fe cristiana y compromiso político
Víctor Codina sj




Palabras de Víctor Codina SJ en la presentación del libro Gregorio Iriarte ¿Quién fuiste y que dicen de ti?

1. Entendemos por fe cristiana la adhesión personal a Jesús en la Iglesia y entendemos por compromiso político no sólo ni principalmente el compromiso partidario sino el compromiso con la "polis”, con la sociedad política, con la ciudadanía, en última instancia el compromiso con la justicia y con la humanidad. 

El binomio fe cristiana y compromiso político no es tan sencillo y obvio como pudiera parecer, pues muchas veces la fe cristiana y el compromiso político han estado y están separados y a veces contrapuestos. Ha existido y existe todavía un divorcio entre fe cristiana y compromiso político. 

Dictadores latinoamericanos que se profesaban cristianos, comulgaban y asistían a la procesión de Corpus, torturaban y asesinaban a sus enemigos políticos; políticos que se profesan cristianos son corruptos.

Ha habido en muchos cristianos una deformación teórica y práctica de la fe cristiana que muchas veces reduce la fe a la profesión de unas verdades (el credo y catecismo) y al cumplimiento de algunos ritos y devociones, sin que todo ello tenga consecuencias morales y menos aún en el terreno de la justicia social y del compromiso con la ciudadanía. Para muchos cristianos tradicionales la moral se reduce a la moral sexual y familiar, todo lo más con algunas acciones de beneficencia y asistencia caritativa. Una fe individualista que no tiene mucho que ver con la vida, ni con la historia, ni con la política. En este caso la fe cristiana se convierte en un hecho meramente cultural, un barniz para tapar una actitud individualista, insolidaria e injusta. Es lo que se ha llamado el cristianismo burgués.

Pero además de esta deformación ideológica, existe una visión negativa de la política, para muchos cristianos existe un dualismo entre la Iglesia y la política, entre la Iglesia y la sociedad, entre Iglesia y mundo, entre nosotros y ellos, entre lo correcto y lo incorrecto, como si la Iglesia se identificase con el bien y la política con el mal, la Iglesia con la cultura de la vida y la sociedad con la cultura de la muerte, como si el cristiano para ir a Dios tuviese que huir del mundo y refugiarse en los muros de la Iglesia… No es extraño que Puebla afirme que en América Latina existe un divorcio real entre la fe cristiana y la justicia social, lo cual, como afirma Puebla, constituye un escándalo y una contradicción con el ser cristiano (Puebla 28).

Tampoco es extraño que muchos piensen que la religión, la fe cristiana y la misma Iglesia son alienación y opio del pueblo.

Por otra parte también constatamos como algo muy positivo la existencia de muchas personas en todo el mundo que practican la justicia y luchan por los derechos humanos con un compromiso social y político, sin que se adhieran a la fe cristiana. Por ejemplo miembros de religiones no cristianas, como Gandhi y Dalai Lama, como los actores de la primavera africana, como muchos jóvenes y voluntarios, muchas veces agnósticos o ateos, que muchas veces no quieren saber nada de la Iglesia, pero que sin embargo son muy sensibles a los derechos humanos, a la lucha por la justicia y al compromiso político por una sociedad más justa. El compromiso político por la justicia no es algo exclusivo del cristianismo sino que constituye una dimensión ética de toda auténtica existencia humana.

2. Nada más lejano a esta caricatura del cristianismo ajeno a la historia, a la justicia y a la sociedad que la visión bíblica de la fe cristiana. Ya en el Antiguo Testamento, Yahvé se revela, sobre todo a través de los profetas, como el defensor del pobre, del huérfano y de la viuda, el que desea que se practique el derecho y la justicia sobre todo con los débiles, el que se conmueve ante el sufrimiento y el clamor de pueblo y busca su liberación, el que no quiere sacrificios ni ofrendas, sino justicia y misericordia, compromiso y solidaridad.

Esta revelación alcanza su plenitud en Jesús de Nazaret quien anuncia el proyecto del Reino de Dios, un proyecto de vida plena y de comunión fraterna para toda la humanidad, para toda la sociedad, simbolizado en el banquete mesiánico en el que todos participarán de los bienes de la creación y en el cual los primeros destinatarios son los pobres y débiles a los que la sociedad ordinariamente excluye y margina. A este Reino de Dios Jesús entrega toda su vida hasta la cruz y al ser resucitado por el Espíritu, el Padre confirma la validez de este proyecto solidario, proyecto que desde Pentecostés la Iglesia está encargada de realizar en el mundo, una Iglesia, que debe ser un recinto de amor y de gracia donde todos hallen razones para vivir y esperar.

3. Pero seríamos injustos si no reconociésemos que a lo largo de la historia de la Iglesia no solo ha habido deformaciones de la vida cristiana, divorcio entre fe y justicia, sino también auténticas expresiones del evangelio, integrando fe y justicia, fe y compromiso solidario. Seguramente al comienzo de la Iglesia se realizó más en la línea de la beneficencia y de asistencialismo (limosnas, hospitales, asilos, comedores, atención a esclavos y prisioneros, protección de la mujer…), pero desde que la sociología y la economía modernas nos han hecho comprender que la pobreza no es casual sino que tiene causas estructurales, la fe cristiana ha adquirido una dimensión más clara de compromiso político con la justicia y de lucha contra las estructuras injustas que producen la muerte del pueblo. La doctrina social de la Iglesia, Juan XXIII con su deseo de una Iglesia de los pobres y su encíclica Pacem in terris, el Vaticano II con su enseñanza sobre los signos de los tiempos han abierto caminos claros en la conexión entre fe cristiana y compromiso político por la justicia. Los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias del pueblo, sobre todo de los pobres, son gozos, esperanzas, angustias y tristezas de la Iglesia (GS 1). El Vaticano II no habla de Iglesia "y” mundo sino de la Iglesia "en” el mundo, en la sociedad política, pasa de la anatema al diálogo, sabiendo que el Espíritu no solo se halla presente en la Iglesia sino también en la sociedad, a la cual la Iglesia ayuda pero de la que también la Iglesia recibe ayuda, sabiendo que tanto en la sociedad como en la misma Iglesia se mezclan el trigo y la cizaña, y que todos hemos de caminar unidos hacia el Reino de Dios. Pero también en las demás Iglesias cristianas tenemos ejemplos vivos de la conexión entre fe y política. Pensemos en Dietrich Bonhoeffer, en Luther King, Dorothe Sölle o en Nelson Mandela.

4. En este camino de relación entre Iglesia y sociedad política se sitúa la actual tradición latinoamericana que en Medellín hizo una recepción creativa del Vaticano II al escuchar el clamor angustioso de un pueblo que pide justicia, pan, tierras, salud, educación, trabajo, techo, respeto a su dignidad, a sus derechos humanos y a sus culturas.

A partir de Medellín la Iglesia latinoamericana vuelve a integrar fe cristiana y compromiso político por la justicia: surge una floración de obispos, verdaderos Santos Padres de la Iglesia de los pobres, que defienden al pueblo de las injusticias, se comprometen en un cambio de estructuras, como Helder Cámara, Proaño, Méndez Arceo, Pironio, Angelleli, Oscar Romero, Samuel Ruiz, Aloysio Lorscheider, Mendes de Almeida, Manuel Larraín, Enique Alvear y en Bolivia Jorge Manrique, Manuel Eguiguren, por solo citar a los ya fallecidos; nacen las comunidades de base lideradas sobre todo por mujeres de pueblo con un compromiso social y político; la vida religiosa, sobre todo femenina, se inserta en los sectores más pobres y populares, entre mineros, campesinos, indígenas, acompañando al pueblo en sus luchas y reivindicaciones; hay muchos laicos cristianos comprometidos con la justicia y la política y en los procesos de transformación política que buscan un mundo mejor, porque otro mundo es posible; surge la teología de la liberación que con sus limitaciones y críticas es una fuerza profética y evangélica que impulsa al compromiso político. La opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, todo lo que tiene que ver con Cristo tiene que ver con los pobres, como afirma Aparecida (Aparecida 393), todo lo cual tiene consecuencias sociales y políticas.

Pero todo esto tiene su precio, hay persecución y martirio, desde obispos como Romero y Angelleli, a sacerdotes y religiosos-as como Mauricio Lefébvre, Luis Espinal, Ignacio Ellacuría, la Hermana Dorothy Stang y cantidad de hombres y mujeres del pueblo, santos inocentes, asesinados por la fe y la justicia, por su compromiso con el pueblo y la política, verdaderos mártires jesuánicos…

5. En este contexto histórico latinoamericano de compromiso cristiano por la justicia y la política hay que situar a Gregorio Iriarte, su vocación misionera a América Latina, su estancia en Argentina y Uruguay, su llegada a Bolivia en 1964 a las minas de Siglo XX y a la radio Pío XII, su experiencia impactante de la masacre de mineros de la noche de San Juan, su defensa de los mineros perseguidos, su lucha por la justicia y por los derechos humanos en tiempos de dictaduras, sus análisis de la realidad nacional, su difusión de la doctrina social de la Iglesia y del magisterio latinoamericano, su preocupación por hacer cambiar la mentalidad de muchos cristianos conservadores (laicos, sacerdotes, obispos y religiosos), sus persecuciones, todo su trabajo de conferencista y escritor, sobre todo últimamente desde Cochabamba.

Y todo ello como consecuencia de su fe cristiana, en coherencia con su adhesión y seguimiento a Jesús en la Iglesia y en la vida religiosa, como fruto del evangelio leído en el mundo de hoy desde el pueblo, uniendo así mística y profecía, amor a la Iglesia y servicio al pueblo de Bolivia, la Biblia y el diario.

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