El lenguaje,
universo y límite de cada uno
Frei Betto
Comentarios de Marisa Lajolo(*) sobre el nuevo libro de Frei Betto: Aldeia do Silêncio
La novela "Aldea del silencio” es un libro impresionante y quizás imprescindible. Parece roturar caminos actualmente poco recorridos en la ficción brasileña. Y parece representar también un nuevo aspecto en la ya numerosa y variada obra de Frei Betto.
Dedicado a Marco Lucchesi, tiene dos epígrafes: uno del Eclesiastés y otro de Wittgenstein. Pero vayamos despacio: los epígrafes habitan el interior del libro. Como sucede con cualquier otro libro, la lectura de esta novela comienza por la tapa. En los escaparates de las librerías y en los puestos de venta una hermosa y sobria tapa anticipa la sencillez envolvente de la historia. Y, página tras página, el enredo va cautivando al lector en los delicados trazos que pintan un paisaje que destaca en la mitad inferior de la tapa. Es a partir de la tenue línea de montañas, árboles y piedras como cada lector crea sus primeras expectativas.
¿Qué me reserva este libro que estoy ojeando? ¿Qué historia me irá a contar?
Al abrirlo, un texto corto titulado prólogo ya comienza a responder al lector. En él comienza la historia propiamente dicha, informando que se trata de una autobiografía. ¿De quién? De alguien totalmente anónimo. Un narrador tan anónimo que el equipo del hospital en que estaba internado le llamaba Nemo, palabra latina que significa "nadie”.
Un cuaderno, en el que Nemo registró su historia, es el libro que el lector ya comenzó a leer.
La infancia de Nemo transcurre en la aldea que figura en el título de la obra. En verdad que la aldea de la historia se reduce a una casucha, en la que Nemo vive con su madre, el abuelo y un cóndor. Es a través de los ojos y la voz del niño como el lector va siendo envuelto en la narración, que cuenta una vida reducida a lo esencial y que, a partir de eso esencial, construye su sentido mayor y mejor.
El abuelo, con la sabiduría de las pocas palabras. La madre, con gestos y miradas afectuosas. Basileia y Ubelino son los animales de la aldea. Es la voz de Nemo la que, desde ese casi nada que vive teje un casi todo de belleza, que da vida a piedras y plantas, hace oír al viento y la lluvia.
La aldea es un espacio primordial, en que viven vidas igualmente primordiales. Lo que se aprende en ella no hay palabras que lo puedan expresar. Poco a poco la mirada del lector se confunde con la mirada con que el niño ve la aldea y, desde ella, ve el mundo. Allí la noche es negrura del cielo perforado de cristales(p.69) y de día el sol se omnipresenciaba (p.35). Y es desde ese espacio en el que el ruido es el de las hojas del mango sonadas por el viento(p.33), desde donde Nemo sale hacia una gran ciudad.
La cuarta solapa del libro anticipa al lector -ese lector que mira y remira el libro en la mano antes de decidirse- el encuentro de Nemo con la vida urbana, (des)encuentro que aguarda al lector al final del libro. Preguntaron mi nombre. No tengo. Indagaron si tenía dinero. Yo no sabía qué era eso (p.177). Los saberes de la aldea no sirven en la ciudad. Será sólo cuando ya sea adulto cuando Nemo aprenda a leer y a escribir: el producto del aprendizaje es el cuaderno que se convierte luego en novela.
Aprendida la lectura y la escritura, Nemo se sumerge en el nuevo lenguaje, y en él se transforma. Desde las veredas del lenguaje se encamina por el silencio. El silencio que se sobreponía a su vida en la aldea primordial, donde el abuelo le enseñó una rara virtud: la fidelidad al silencio (p.178).
Es este silencio el que -ahora identificado para siempre con Nemo- quizás el lector hubiera dejado pasar desapercibido en los epígrafes del comienzo En ellos viene del Eclesiastés la idea de que hay tiempo de hablar y tiempo de callar, y, en el siguiente, Wittgenstein refuerza lo anterior diciendo: lo que no se puede hablar se debe callar.
Es a partir del tardío aprendizaje de la escritura y de la lectura que la reflexión sobre el lenguaje reconstruye la aldea y la ciudad, Nemo y el lector. El narrador es lector de sí mismo, o mejor dicho, oyente y creador de sí mismo, creación que se materializa en el cuaderno, y que alza el vuelo en su esfuerzo por plasmar palabras en el papel. La voz que narra -y narra en un tono de voz cercano al que se imagina sea la voz del narrador primordial que, como sugiere el filósofo W. Benjamin, porque viaja tiene qué contar. El viaje a través del cual el libro conduce a sus lectores es un viaje interior. Es esta inmersión en la interioridad el encuentro del individuo con el lenguaje, con su lenguaje-universo y límite de cada uno- que el lector celebra al leer esta bellísima novela.
[(*) Marisa Lajolo es profesora de Literatura en la Universidad Presbiteriana MacKenzie y en la UNICAMP, São Paulo – SP – Brasil].
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