lunes, 29 de julio de 2013

Una historia para contar
José Manuel Bernal





El plan salvador de Dios se ha instalado en la historia. Esto lo tenemos bien asumido. Quiere decir que la historia, el devenir histórico, se ha convertido en la plataforma, en el escenario en que advienen las grandes gestas que jalonan la liberación del hombre y del cosmos. Estas gestas están marcadas por un acontecimiento fundador, la liberación del éxodo, y han culminado en la gran intervención pascual de Dios en Cristo, en la plenitud de los tiempos.

Tanto la liberación del éxodo como el triunfo glorioso de Jesús son acontecimientos históricos, es decir, hechos que se sitúan en el tiempo y en el espacio. Se trata de acontecimientos fundantes, cargados de significado para la comunidad cristiana y para la comunidad de Israel. Son hechos paradigmáticos, puntos de referencia permanente a los que la comunidad debe remitirse siempre, periódicamente, una y otra vez, para regenerarse, para permanecer fiel a sus raíces y garantizar su propia identidad. De ahí la importancia que ha ido adquiriendo, en el entorno tanto de la comunidad de Israel como en el de la comunidad cristiana, la narración y el relato de los acontecimientos liberadores.

Esta observación que acabo de apuntar nos permite conectar con el comportamiento de las comunidades religiosas más arcaicas en las que el relato de los mitos es un elemento de extraordinaria importancia. Los mitos narran el comportamiento de los héroes fundadores de la tribu, acaecido in illo tempore, es decir en el origen de los tiempos, antes de la historia, en el tiempo mítico que, a juicio de los historiadores, tiene categoría de tiempo sagrado. Son comportamientos ejemplares, paradigmáticos, que señalan la regla de conducta que deberán observar los miembros de la comunidad. La narración del mito reviste formas de evocación actualizadora, de relato anamnético por el que los acontecimientos fundantes originales son conmemorados, renovados y actualizados en el tiempo histórico.

Por eso precisamente la narración del mito suele ir unida a la celebración de un ritual en el que los gestos ejemplares de los héroes son imitados, repetidos y actualizados. De esta forma el tiempo histórico se transforma en tiempo sagrado y las acciones liberadoras evocadas en el mito cobran, a través del ritual, una actualidad nueva y un sorprendente realismo. Así lo resume Mircea Eliade, en su “Historia de las religiones”: «El ritual consigue abolir el tiempo profano, cronológico, y recuperar el tiempo sagrado del mito. El hombre se hace contemporáneo de las hazañas que los dioses llevaron a cabo in illo tempore... [La repetición del ritual] libera al hombre del peso del tiempo muerto, le da la seguridad de que es capaz de abolir el pasado, de recomenzar su vida y de recrear su mundo». Refiriéndose al hecho cristiano, se expresa de este modo: «La experiencia religiosa del cristiano se apoya en la imitación de Cristo como modelo ejemplar, en la repetición ritual de la vida, de la muerte y de la resurrección del Señor y en la contemporaneidad del cristiano con el illud tempus que se abre con la natividad en Belén y se acaba provisionalmente con la ascensión».

Tenemos aquí una clave de extraordinaria importancia para esbozar una interpretación teológica del hecho cristiano. Una interpretación de indudable calado antropológico. Pero, antes de nada, debo clarificar el sentido que estamos dando aquí a la palabra mito. No se trata de invenciones fantásticas sino hechos reales. Así lo entiende el mismo Mircea Eliade; cuando utiliza la expresión mito y la aplica a las realidades cristianas excluye, por supuesto, el modo vulgar de entender los mitos como fábulas, invenciones, ficciones o cuentos; por el contrario, él utiliza la expresión en el sentido en que lo hacen las sociedades arcaicas «en las que el mito designa, por el contrario, una historia verdadera, y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa».

La liberación pascual, culminada en la pascua de Jesús, es el acontecimiento fundante, ejemplar y definitivo al que la comunidad cristiana deberá hacer referencia a lo largo de los siglos. Es el acontecimiento liberador único y total. A él hacen referencia los predicadores de la buena noticia y en él se concentra de lleno toda la fuerza de su mensaje. Ellos son los verdaderos testigos del acontecimientto.

Aquí estoy apuntando a la importancia de la narración y del relato en la experiencia cristiana. Los grandes acontecimientos que dan sentido a la historia de salvación deben ser relatados, contados, narrados. Permanentemente. Generación tras generación. Para que su recuerdo permanezca fresco en la memoria de la comunidad. Porque en esos acontecimientos se apoya su fe y cobran firmeza sus raíces y sus esperanzas. A este propósito los judíos han sabido distinguir perfectamente el campo de la doctrina y de las enseñanzas, al que llaman halaká, del de las narraciones y relatos, al que llaman haggadá. Todos conocemos a este respecto la importancia que ha tenido la haggadá en el marco de la cena pascual judía, cuando el padre de familia, respondiendo a la pregunta ritual del más pequeño de la casa, relataba la gran intervención de Dios al liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Lo mismo ocurrirá posteriormente en el cristianismo. No solo encontramos la narración en la predicación de los apóstoles y misioneros, sino también en los relatos evangélicos, en las grandes fórmulas de confesión de fe y, más aún, en la redacción de las más antiguas fórmulas de acción de gracias utilizadas en el banquete eucarístico. En todos estos casos el relato adquiere una importancia primordial, central, lo mismo que la evocación de los mitos en las comunidades arcaicas.

Estas observaciones encuentran un apoyo importante en la nueva corriente de pensamiento llamada «Teología narrativa». Por otra parte, quizás convenga recordar aquí que la Iglesia nunca ha celebrado ideas o planteamientos teóricos. Quiero decir que el contenido de las celebraciones cristianas nunca ha estado centrado en elementos ideológicos, teóricos o abstractos, sino en hechos, en acontecimientos históricos: sobre todo en uno, en el acontecimiento pascual. Por ello, una de las derivaciones que podemos destacar es precisamente ésta: la notable importancia de la narración y del relato en el contexto de las celebraciones litúrgicas.

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