lunes, 22 de julio de 2013

Ciudadanía y Estado Laico: 
reflexiones en torno del actual momento brasileiro
Ivone Gebara





 Cargo en mí un malestar cuando grupos en nombre de su fe religiosa y de la necesidad de un Estado laico reivindican leyes a favor o contra las mujeres y otros grupos. Incluso, cuando los grupos religiosos en nombre de su fe quieren interferir en las leyes del Estado. Aunque las posturas puedan ser social y políticamente diferentes, estos grupos están utilizando las mismas monedas de cambio y las mismas palabras, justificando discursos muchas veces opuestos. 

Cuando católicas hablan en nombre de su fe católica para exigir al Estado que apruebe o no leyes a favor de las mujeres, ellas están de alguna manera afirmando lo contrario de un Estado laico. Cuando iglesias evangélicas se lanzan a manifestarse públicamente contra cualquier ley del Estado en nombre de su fe religiosa, también niegan igualmente la existencia de un Estado laico. ¿Será que nuestra ciudadanía no es suficiente? ¿Será que siempre necesitamos el apoyo o uso de argumentos religiosos interpretados según nuestros intereses? El problema es muy complejo y no tenemos respuestas cristalinas para él.

En mi opinión, un Estado laico no se debería guiar por presiones religiosas, sino por la voluntad popular expresada desde las distintas instancias de representación, de manifestaciones populares de diferentes formas, inclusive de los plebiscitos y los medios de comunicación social.

Por ejemplo, cuando mujeres católicas o protestantes piden a sus iglesias un cambio en la teología y de legislación en relación a ciertas cuestiones que tocan la vida de los fieles las cosas son diferentes. Nos quedamos en el ámbito de la comunidad de fe y de una misma tradición ético-religiosa a pesar de la multiplicidad de interpretaciones y conflictos. Pero, incluso dentro de ese ámbito queda siempre presente la libertad de conciencia que debería manejar la toma de decisiones. Sin embargo, debe decirse claramente, que en cotidiano las decisiones que tomo no siempre están en consonancia con la fe religiosa que profeso o con iglesia a la que pertenezco. A menudo tomo decisiones contra mi conciencia y contra aquello que juzgo ser mi convicción, pues necesito en aquel instante ‘salvar’ mi vida. Aquí ‘mi vida’ parece valer más que posturas individuales de fe en otro momento asumidas, aunque no siempre sea posible tener claridad sobre este delicado tema. Todo depende de las personas y situaciones. Todo depende del momento, del sufrimiento soportable o no, de la inestabilidad psicológica, de las presiones de todo tipo, de los miedos que afectan mi existencia en aquel instante.

Las situaciones, las circunstancias pueden cambiar comportamientos que yo imaginé ser una adquisición estable, casi una tradición ética en mí. Por lo tanto, los principios son líneas orientadoras, pero no necesariamente funcionan en la práctica cuando el "salvar la vida" se impone como preocupación primera. Aquí, creo que es mi vida como la realidad más cercana a mí misma, como yo misma, la que hace o pone las reglas inmediatas del juego.

Es difícil juzgar cuando se está fuera del choque de las tensiones letales, fuera del campo de batalla, fuera de las prisiones, de las presiones del tiempo y de las instituciones. Las personas excepcionales que logran mantener firmemente sus convicciones no pueden ser tomadas como ejemplos absolutos a seguir, considerando que hay muchas cosas que desconocemos de las motivaciones que las llevaron a tomar esa decisión.

La vida de estas personas sirve como ideal y como referencia teórica y ética. Su importancia está reconocida, pero esta importancia que no es decisiva en muchos momentos de la vida. Así que, aquí de alguna manera, se impone la afirmación preciosa de los Evangelios "no juzguéis" o "no lancen la primera piedra". Cada vida es una vida a pesar de que vivamos en sociedad y nos necesitamos mutuamente unos de los otros, para dar continuidad al soplo vital que tenemos es común.

Varios temas están en agenda de la coyuntura político-religiosa actual. Enumero sólo tres. El primero de ellos tiene que ver con una especie de control y legislación de la vida privada por el Estado, expresión del deseo de algunos grupos religiosos. El segundo tiene que ver con el nuevo entendimiento de las relaciones entre lo público y lo privado presente en nuestra sociedad. Y el tercero con la intromisión de creencias religiosas en las políticas de un Estado laico y pluralista.

La vida privada es la vida de cada individuo en sus múltiples relaciones consigo y con los otros. Es mucho más que la vida doméstica, pues engloba algo de la interioridad de cada persona, la intimidad que tenemos con nosotras mismas. En estas complejas relaciones hay aquello que llamamos foro interno que es, en último análisis, la voluntad del individuo pasa a ser soberana aunque ésta atente contra su vida o la vida de los demás. Voluntad, decisión, libertad ya no pueden ser considerados conceptos exentos de negatividad, exentos de contradicción y de la mezcla inherentes a la propia vida. A menudo las leyes, las imposiciones sociales, las creencias religiosas actúan solo en el nivel de la exterioridad y solo tienen cierta eficacia mientras una situación amenazadora de mi vida no se presente. 

Cuando el evento imprevisto/previsto ocurre, él pasa a orientar nuestro comportamiento de modo que nuestro bienestar individual e integridad sean mínimamente salvaguardados. En este particular los procesos educativos desde la primera infancia y los procesos sociales de respeto a la vida de la colectividad y de cada individuo, son esenciales aunque no siempre puedan evitar los imprevistos y las trampas de la vida. 

Es en línea de la vida íntima que la persona es soberana, es decir, su soberanía es pragmática en el sentido de ser movida por el acontecimiento del momento o por la urgencia que debe enfrentar. El respeto a si y a los otros sin duda debe continuar como un ideal social, aunque sepamos que, en la práctica, una sociedad en que todos respeten a todos sea imposible, al menos en este momento de nuestra historia común. Continuamos con nuestra dosis diaria de crueldad, injusticia y mentira aunque hablamos de amor y justicia. En este sentido querer legislar sobre la vida íntima, dar normas claras a la subjetividad parece hoy una empresa condenada al fracaso.

Los inúmeros intentos de algunas iglesias de proponer "curas gay", de prohibir del matrimonio entre homosexuales, de prohibición del aborto o del no uso de los condones aparecen como una tutela poderosa que termina irrespetando a las personas.

Las instituciones que creen hacer el bien y se erigen [como norma] en nombre del bien, acaban por ese mismo camino dañando la vida individual y social de muchas personas. Sus enseñanzas pueden causar en muchas personas sentimientos de culpa, pero no les ayuda a avanzar en la línea del crecimiento personal.

Lasrelaciones entre lo público y lo privado merecen ser pensadas y reflexionadas según las nuevas situaciones de la historia actual. En ellas hay una relación íntima entre público y privado en su relación actual con el Estado. El Estado es la mediación que permite la administración colectiva de las necesidades vitales comunes, que promueve el compartir de servicios, que garantiza los derechos y la seguridad de las ciudadanas y los ciudadanos. En el Estado moderno las preocupaciones privadas migran al espacio público y muchas veces corremos el riesgo de establecer legislaciones sin discusión y sin participación de ciudadanos/as, sobretodo de los/las más interesados/as. La gran masa de conformistas o ignorantes termina siendo manipulada por astucias de los tienen más poder sobre los demás.

La cuestión hoy, es que muchas veces las leyes imponen a los ciudadanos un comportamiento estandarizado a partir de situaciones totalmente lejanas de la realidad vivida, de manera que su posibilidad de ejecución se vuelve problemática y casi impracticable. Esto también es verdadero en el ámbito de las prescripciones religiosas en relación a la vida sexual y otros comportamientos. En esta línea, debemos tener en cuenta el carácter al mismo tiempo privado y público de la práctica religiosa. La expresión pública o el público de una fe religiosa, es diferente de lo público político, aunque a menudo se toquen y se entrecrucen. Por lo tanto, una reflexión más cuidadosa sobre las relaciones entre lo que llamamos privado y público se hace necesario.

Las creencias religiosas en los espacios políticos públicos son un fenómeno creciente en nuestra época y en nuestro entorno. Ellas invaden los espacios públicos incluso en un Estado que constitucionalmente se define como laico. Diputados, senadores, concejales, jueces elegidos o escogidos para servir al bien común no consiguen estar exentos de sus creencias religiosas. Sus creencias se convierten en banderas políticas de manera que estamos continuamente siendo víctimas de un estado religioso constitucionalmente afirmado y reconocido como laico. Esta paradoja puede ser observada en muchas manifestaciones religiosas que hemos presenciado en los últimos años interfiriendo en políticas públicas, especialmente las que tocan la sexualidad humana. Cabe destacar, en este particular, el uso indebido de los textos religiosos para fundamentar posiciones políticas a través de una retórica impresionista usada para convencer al público. Creo que esto es un delito que atenta contra la Constitución Nacional y merece ser enfrentado por el conjunto de ciudadanas y ciudadanos de las más diferentes formas.

La cuestión es saber cómo poner entre paréntesis las creencias religiosas en consideración del bien común. ¿O, cómo crecer en conciencia en relación a la diversidad de situaciones en un mundo tan complejo como el nuestro? ¿Cómo educarse para una sociedad pluralista donde mi creencia religiosa y política no es válida para toda la sociedad? Además de esto, se trata de educarse para discernir entre la necesidad de leyes para todos y mi elección personal. No porque haya la legalización del aborto o el matrimonio homosexual yo que tengo que vivirlos y ni tampoco creer que las personas serán menos morales o menos responsable si una nueva ley es aprobada. En otras palabras, no porque exista el matrimonio homosexual o heterosexual me voy a casar y ni porque el aborto es permitido por la ley, que voy abortar.

Las muchas controversias de nuestro tiempo no llegarán a ninguna parte si no asumimos la realidad del pluralismo de nuestra nación y de nuestro mundo. Pluralismo significa diversidad y diversidad significa que algunas leyes deben tener validez para todos/as las y los ciudadanos y otras pueden ser opción de cada uno y cada una ante su propia conciencia y de la contingencia en que está viviendo. Significa igualmente no bloquear el camino y las decisiones de otras personas que viven y piensan de forma diferente a la mía.

En este contexto hay que relativizar muchas soluciones, es decir, entenderlas desde la diversidad y particularidad de las situaciones. Por ejemplo, algunas soluciones afirman la necesidad de leyes prohibitivas alrededor de la sexualidad y apuestan en una legislación rígida que tenga un efecto punitivo de las/los infractores. Otras optan por una legislación permisiva que llame la atención de la responsabilidad individual y colectiva frente a los problemas de la sexualidad. Aún hay otras que proponen medidas educativas con diferentes propuestas. Y en este universo de observaciones, también hay una gran mayoría de la población que está fuera del debate y de la búsqueda de soluciones. Están en una posición de desinformación política y social esperando que un problema individual irrumpa y venga motivar su búsqueda inmediata de soluciones.

En esta coyuntura somos llamadas/os al discernimiento y a una reflexión que sea capaz de ver los muchos matices de una misma situación. No hay lugar para posiciones absolutas, para principios inmutables, fundados en una imagen de Dios que es fácilmente manipulada por los distintos grupos. La falta de interés por el pensamiento es algo que nos sorprende. Se reduce el pensamiento crítico a los intereses individuales o partidarios sin que se reflexione en la humanidad plural que constituye la nación brasileña y todas las otras naciones del mundo.

Necesitamos una comprensión crítica, no sectaria de nuestros problemas y de la búsqueda de soluciones viables.

Esta comprensión debe ser amplia para ser compatible con las diferentes visiones de lo que se considera vida justa y bien vivir.

Pero, ¿dónde la encontraremos? Creo que el único camino es el diálogo incesante recomenzado por los grupos diferentes, un diálogo donde desde el principio, aun teniendo nuestras convicciones, estemos dispuestos a escuchar a los demás. Escuchar es la gran cuestión, pues en realidad hemos desaprendido a escuchar en una sociedad donde predomina el ruido de las máquinas, de los muchos sonidos, de muchos gritos humanos que de tan fuertes no pueden ser distinguidos por los oídos de unos y otros. Bajar nuestra voz, tal vez hasta silenciarnos para escuchar la melodía de la música ajena, para aprender de otros sonidos que también constituyen las notas de la musicalidad humana y de la sinfonía del universo. Bajar la voz para aprender a pensar, para escuchar nuestra voz interior. Y sólo entonces, dar unos pasos en conjunto sabiendo que estamos todas/os en camino, con las inevitables posibilidades de tropezar y perder el rumbo, pero estamos juntas/os en la extraordinaria aventura humana.

Julio de 2013.

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