Una energía volcánica irrumpió en las calles
Leonardo Boof
Voy a tratar de hacer una
reflexión no convencional sobre las manifestaciones multitudinarias ocurridas
en el mes de junio de este año. Es de naturaleza antropológico- filosófica.
Es
sabido en la reflexión antropológica y psicoanalítica que existe en el ser
humano una energía volcánica difícilmente controlable por la razón. Algunos la
llaman «libido», otros «élan vital», algún otro «principio esperanza». Tenemos
que ver con una energía de construcción y de destrucción, con un caos original
que puede ser caótico y generativo. Todo el trabajo de la cultura, de las
leyes, de la religión y de la ética es crear una salida para que esa energía
pueda fluir y ser regulada de manera que su aspecto constructivo prevalezca
sobre el destructivo. El equilibrio es tenue. En todo momento y en cada
situación esa energía está presente, burbujeante y tratando de salir y hacer su
curso histórico. La cultura, la religión, la ética y las leyes construyen un
acomodo existencial donde esta energía encuentra cierta estabilidad y
equilibrio.
Pero
cada acomodo participa de la falta de plenitud y de la vulnerabilidad de todo
lo que existe. Poco a poco su capacidad de regulación se debilita hasta
desmoronarse. Entonces, por un momento, las barreras del río se rompen, las
márgenes son rebasadas y las aguas buscan un nuevo lecho.
Grandes
analistas de la dinámica de las transformaciones, como Toynbee, Jung y Freud
entre otros, se detuvieron en este fenómeno. Es instructiva la lectura que hizo
Freud en 1930, en plena crisis mundial económica y financiera, semejante a la
de hoy, en su famoso escrito "El malestar en la cultura" (Das
Unbehagen in der Kultur). Abandonó el rigor científico aplicado al psicoanálisis
y, para asombro de sus seguidores, abordó temas culturales con agudo sentido de
la observación.
En
este escrito Freud demuestra la fuerza volcánica de esta energía vital y los
límites de la razón al querer contenerla. Explícitamente dice que se trata de
un choque de "dos fuerzas celestiales": la fuerza de la vida (Eros)
y la fuerza de la muerte (Thanatos). El libro termina con una
inconclusión: "El eterno Eros tiene que empeñar un gran esfuerzo para
imponerse frente a su enemigo también inmortal (Thanatos), pero ¿quién
puede predecir el éxito o la salida de este embate?" Con esta aporía
concluye su reflexión.
Apliquemos
esta comprensión al fenómeno de las calles en Brasil. Un acuerdo
político-social fue construido por el PT, a duras penas, contra una tradición
elitista y antipopular de siglos. El PT significaba la cristalización del poder
popular acumulado en las bases, transformado ahora en poder político. Conquistó
el lugar central de las decisiones de los destinos del país. Se presentaba como
la respuesta a la pregunta que desde hacía décadas se discutía en los grupos y
movía mentes y corazones: ¿Qué Brasil queremos que sea liberador para las
grandes mayorías históricamente condenadas y ofendidas?
Una
vez en el poder, el PT atendió las grandes urgencias populares desde siempre
negadas o insuficientemente satisfechas. Finalmente, la dignidad de los
condenados a ser no- ciudadanos fue rescatada: pudieron comer, tener un mínimo
de educación, de salud y de los beneficios de la modernidad, como luz
eléctrica, acceso a la casa y al sistema bancario. Es un hecho de magnitud
histórica. La desigualdad social, nuestra mayor llaga, disminuyó en un 17%.
Pero
después de 10 años este proyecto de inclusión ha alcanzado el techo. La ilusión
del PT fue entenderse como la realización de Brasil que queríamos. Abandonó el
trabajo en las bases y perdió organicidad con los movimientos sociales
organizados que lo crearon. En las bases no discutieron más de política ni se
soñaba con la construcción de un Brasil todavía mejor.
El
pueblo, una vez despierto, quiere más. No le basta con salir de la miseria y la
pobreza. Plantea otro Brasil, donde no haya contradicciones escandalosas como
la actividad política impulsada por intereses, chanchullos y negocios, como la
corrupción, fruto de la relación incestuosa entre el poder público y los
intereses privados de los poderosos. Los privilegios de las élites gobernantes
cuentan más que los derechos de los ciudadanos. Para ellas son las principales
inversiones realizadas, quedando las sobras para las necesidades de la
población. De aquí se explica la mala calidad del transporte público en las
grandes ciudades, abarrotadas porque no se hizo la reforma agraria, la sanidad
precaria y la educación descalificada. Hay que añadir una burocracia estúpida,
complicada, hecha para no atender las demandas del pueblo.
Las
calles han sido ocupadas por la energía de la indignación. No se trata de
veinte centavos, sino de respeto y de derechos negados. La misma destrucción de
los bienes públicos es un gesto de negación de un mundo que niega a las
personas. Es decir, la disposición histórico-social ya no funcionaba. Se niega
todo: el poder público, los partidos, cualquier sigla de organización. Lo que
está ahí tiene que cambiar. Es una sociedad en estado naciente, cuya
centralidad debe ser la cosa pública, de todos.
No entender esta explosión es
negarse a ver la realidad. No hacer los cambios exigidos es permitir que la
energía de lo negativo triunfe. Necesitamos mucho empeño para que el
"eterno Eros" garantice que el río social encuentre un nuevo
lecho.
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