viernes, 26 de julio de 2013

El Papa 

de la libertad de espíritu 

y de la razón cordial

Leonardo Boff



            Una de las mayores conquistas de la persona humana en su proceso de individuación es la libertad de espíritu. Libertad de espíritu es la capacidad de ser doblemente libre: libre de las imposiciones, reglas, normas y protocolos que fueron inventados por la sociedad y por las instituciones para uniformar comportamientos y moldear personalidades según tales determinaciones. Y significa fundamentalmente ser libre para ser auténtico, pensar con la propia cabeza y actuar conforme a su norma interior, madurada a lo largo de toda la vida, en resistencia y en tensión con aquellas imposiciones.
            Y ésa es una lucha titánica. Pues todos nacemos dentro de ciertas determinaciones que no dependen de nuestra voluntad, ya sea en la familia, en la escuela, en el grupo de amigos, en la religión y en la cultura que moldea nuestros hábitos. Todas estas instancias funcionan como super-egos, que pueden ser limitadores, y en algunos casos incluso castradores. Lógicamente, estos límites desempeñan una función reguladora importante. Gracias a sus orillas y sus límites el río puede ser conducido hasta el mar. Pero esos límites pueden también represar las aguas que deberían fluir. Entonces se desbordan por los lados y se transforman en charcos.
            Las actitudes y comportamientos sorprendentes del actual “obispo de Roma”, como gusta de presentarse, comúnmente llamado Papa, Francisco, nos evocan esta categoría tan determinante de la libertad de espíritu.
            Normalmente el cardenal nombrado Papa asume enseguida el estilo clásico, sacral y hierático de los Papas, tanto en la vestimenta, como en los gestos, los símbolos del supremo poder sagrado, y en la forma de hablar. Francisco, dotado de una inmensa libertad de espíritu, ha hecho lo contrario: ha adaptado la figura del Papa a su estilo personal, a sus hábitos y a sus convicciones. Todos conocemos las rupturas que ha introducido sin mayor ceremonia. Se ha despojado de todos los símbolos de poder, especialmente, la cruz de oro y piedras preciosas y la mozetta, llena de brocados e preciosidades, en otro tiempo símbolo de los emperadores romanos paganos; sonriendo, dijo al secretario que iba a colocárselo sobre los hombros: “guárdela, porque el carnaval se ha acabado”. Se viste con la mayor sobriedad, de blanco, con sus zapatos negros habituales y, por debajo, con sus pantalones también negros. Ha dejado de lado todas las comodidades atribuidas al supremo Pastor de la Iglesia, incluso el palacio pontificio, sustituyéndolo por una hospedería eclesiástica, comiendo junto con los demás comensales. Piensa más bien en el pobre Pedro, que era un rudo pescador, o en Jesús que, según el poeta Fernando Pessoa, “no entendía nada de contabilidad ni consta que tuviera biblioteca”, pues era un “fac-totum”, un sencillo campesino mediterráneo. Se siente sucesor del primero y representante del segundo. No quiere que lo llamen “Su Santidad”, pues se siente “hermano entre hermanos”, ni quiere presidir la Iglesia con el rigor del derecho canónico, sino en la caridad cariñosa.
            En su viaje a Brasil ha mostrado sin ninguna espectacularización esta su libertad de espíritu: desea como transporte un carro popular, un jeep cubierto para moverse en medio del pueblo, para abrazar a los niños, para tomar un poco de cimarrón, incluso intercambiar su “solideo papal blanco” de la cabeza por otro medio descompuesto ofrecido por un fiel. En la ceremonia oficial de acogida por parte del Gobierno, que obedece a un riguroso protocolo, después del discurso, se acerca hasta la Presidenta Dilma Rousseff y le da un beso, para horror del maestro de ceremonias. Y muchos otros ejemplos.
            Esta libertad de espíritu le da una innegable irradiación, mezcla de ternura y vigor, las características personales de San Francisco de Asís. Se trata de un hombre de gran entereza. Tales actitudes serenas y fuertes muestran un hombre de gran compasión, que realizó una significativa síntesis personal entre su yo profundo y su yo consciente. Evoca al mismo tiempo levedad y seguridad. Es lo que esperamos de un líder, especialmente religioso.
            Esta libertad de espíritu es potenciada por el rescate espléndido que hace de la razón cordial. La mayoría de los cristianos están cansados de doctrinas y son escépticos frente a campañas contra reales o imaginarios enemigos de la fe. Estamos todos impregnados hasta la médula por la razón intelectual, funcional, analítica y eficientista. Ahora viene alguien que en todo momento habla desde el corazón como lo hizo en sus palabras en la comunidad (favela) de Varginha, o en la isla de Lampedusa. Es en el corazón donde mora el sentimiento profundo hacia el otro y hacia Dios. Sin el corazón las doctrinas son frías y no suscitan ninguna pasión. Frente a los sobrevivientes venidos de África, confiesa: ”somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de 'padecer con': la globalización de la indiferencia nos ha robado la capacidad de llorar”. Sentencia con sabiduría: “La medida de la grandeza de una sociedad viene dada por el modo como trata a los más necesitados”. Según esta medida, la sociedad mundial es un pigmeo, anémica y cruel. 

La razón cordial es más efectiva para la presentación del sueño de Jesús que cualquier doctrina erudita, y hará de su principal heraldo, Francisco de Roma, una figura fascinante que llega al fondo del corazón de los cristianos y de otras personas. 

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