jueves, 18 de octubre de 2012


Pbro. Diego Fenoglio
Domingo XXIX del tiempo ordinario 
– Ciclo B  2012
“…¿Buscamos los puestos de honor 
y que nos sirvan?...

La primera lectura corresponde a un texto en donde lo que no admitía el judaísmo y lo que encontró la Iglesia primitiva como la identidad de su Mesías salvador. ¿Cómo podía ser eso que el Mesías no participara de los sufrimientos del pueblo? Un Mesías que viniera a pasearse en medio del pueblo sin experimentar sus llantos no sería un verdadero liberador.

Jesús se ve obligado, una vez más, a reiterar que en la comunidad cristiana ha de prevalecer “el servicio” en quien quiera ser el primero. La comunidad cristiana tendrá una autoridad fundada en el servicio y no en el poder.

Jesús tiene que insistir en que los primeros puestos en el Reino se consiguen desviviéndose por los demás; el que aspire a los primeros puestos debe ponerse al servicio de los hermanos. Es el ejemplo que Jesús nos da: “porque no he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por todos”. Como en tantas cosas, también en ésta de hacernos “servidores” de nuestros prójimos, vivimos en una contradicción. En nuestro interior podemos descubrirnos con actitudes de “tiranizar y oprimir” a los que consideramos más “pequeños”, Establecemos relaciones con nuestros prójimos desde el dominio, el poder, la ley del más fuerte, el más inteligente o desde la opinión mayoritaria…

Por otra parte ¿Quién no ha sentido la satisfacción profunda que deja en nosotros un servicio que hemos prestado desinteresadamente? ¿No es esto un éxito personal?

En esta contradicción, la actitud permanente y abierta de servicio no nace espontáneamente, requiere esfuerzo y renuncia. De ahí la necesidad de despertar constantemente esa actitud de servicio… pero Jesús invita a ir un paso más allá; se trata no solo de tener la actitud de servicio; se trata de ser servidor, ser esclavo de todos.

El seguimiento de Jesús exige el servicio que es expresión palpable del mandato grande del amor que se hace realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad. El servicio logra traducir el amor en obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. El servicio enciende la solidaridad, apacigua el corazón que anhela centrar su ritmo en la capacidad de amar y bendecir.

La comunidad cristiana está invitada a ser una comunidad de servicio y amor. En ella se aprende a relacionarse desde el servicio, la ayuda mutua, la igualdad según el único modelo que es Cristo.

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