Pbro lGabriel Martín Ghione
Homilía Durante XXX:
Estar
ciegos y creer que vemos.
Hoy nos encontramos con un texto bíblico muy rico que anima,
además, el trabajo pastoral de la nueva edición de nuestro plan de pastoral.
¿Cómo encontramos al ciego? Está al borde del camino, ha
dejado de caminar, ve como los demás avanzan y él se encuentra como al costado
de la historia, al margen de lo que “importa”: avanzar. Pero también es una
persona que desea arriesgarlo todo: grita, clama, no hace caso, busca porque
quiere encontrarse con Jesús.
¿Cuál es la situación de los discípulos? La contradicción:
los que debían acercar a Jesús, quieren alejarlo, lo callan: ¡no molestes al
maestro! ¡Tiene que hacer cosas más importantes que ocuparse de vos! ¡Que
ciegos que están/estamos! Jesús tiene tiempo, quiere el encuentro porque
precisamente vino para esto. Para marcar cercanía, para abrir a Dios. El ciego
veía a este Jesús, lo conocía, había entendido la misión de Jesús. Los
discípulos, una vez que el Maestro se detiene y los “corrige”, pueden abrir a
la esperanza. ¡Ánimo, él te llama!
Jesús se demuestra enteramente fiel a su misión de ser
servidor, de dar la vida, de colocar a la persona en el centro de la historia,
de poner a los hombres en el camino, no al margen de las decisiones. Por eso
Jesús puede estar atento, puede detenerse, puede escuchar el clamor y salir al
encuentro. Sin embargo, Jesús no es asistencialista. Jesús incluye y promueve,
Jesús busca interlocutor y no destinatario. Busca suscitar la respuesta de
Bartimeo, lo invita a dar pasos.
¿Qué quieres que haga por ti? ¡Que vea-crea!, la misma
pregunta que el Domingo pasado hizo a sus discípulos y pidieron poder, este
ciego que realmente ve el estilo del Maestro pide lo que los discípulos no
supieron descubrir. Mientras que, en el
camino, los discípulos (Pedro) reprenden a Jesús por su modo de entender el
mesianismo[1][1], discuten sobre quien es el más grande[2][2], los siguen con miedo[3][3]; Bartimeo decide seguirlo y convertirse en modelo de
discípulo[4][4]; el excluido es modelo, el ciego es el que realmente
ve y los que ven no son más que ciegos. Los que mucho tiempo compartieron con
el Maestro no entienden su persona ni su mensaje, terminan abandonándolo en el
momento más importante. El que estaba al costado del camino, en un encuentro
que lo dignifica y lo devuelve al camino, se convierte en discípulo auténtico y
verdadero, modelo de todo discípulo.
¡Cuántas resonancias para nuestra vida comunitaria!, como no
sentirnos interpelados de todas aquellas veces en la que en vez de acercar a
Jesús, en vez de ser puentes, nos encargamos de alejar, de espantar, de excluir
a la gente de Jesús por “creernos” dueños de la fe, insignes defensores de la
moral, “auténticos” discípulos de Jesús, cuando no somos más que pobres
fariseos que no entendimos el mensaje de Jesús. Cuantos maltratos, cerrazones,
peleas e indiferencia alejaron a tantos de Jesús.
Pero también este evangelio nos enseña que Jesús quiere
compartirnos su vida pero nosotros debemos dar de nuestra parte, dejar el
lugar, tirar el manto y salir en busca del Maestro. La fe es don y es tarea, es
buscar continuamente ser, día a día, más fieles al estilo, al modo, a la
persona y al mensaje de Jesús. Es abandonar lo que nos paraliza y nos pone al
margen del camino y de la historia y sin miedo caminar con Jesús a entregar
nuestra vida, a servir a los hermanos, a incluir a todos al caminar, a llenar a
todos de una nueva esperanza, porque los que “parten llorando llegan llenos de
consuelo” (Cf primera lectura), porque cuando descubrimos en estas cegueras
nuestro auténtico pecado, “Él puede mostrarse indulgente porque pecamos por
ignorancia” (Cf. Segunda lectura). Rompamos la inmovilidad de nuestra comunidad
y hagamos una comunidad inclusiva en el amor, la compasión y el servicio.
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