viernes, 7 de septiembre de 2012


Pbro. Juan Manuel González
La segunda lectura bíblica del domingo 
La Carta de Santiago (cap. 2,1-5):
Una crítica al "clientelismo"


1. CONTEXTO: 
    El sistema romano de patronazgo
El sistema de patronazgo fue, el verdadero factor estructurante de la vida social que permitía mantener cierta coherencia en un imperio tan extenso y que contenía diversas realidades sociales y económicas. Más allá de la organización jurídica, el sistema impositivo y los sistemas de control social del Imperio se afirmaban sobre la red relacional organizada a partir del patronazgo. Básicamente el sistema de patronazgo aparece como una forma de intercambio. El polo más poderoso de esta relación, el patrón/benefactor, recibe del otro polo, sus clientes, distintos tipos de bienes, tanto materiales como simbólicos. Así, los clientes apoyaban a su patrón en todos los hechos políticos y sociales, lo saludaban con reverencia y lo adulaban cada vez que lo encontraban, y formaban su séquito cada vez que hacía apariciones públicas importantes y le dedicaban todas las formas posibles de honra. El prestigio social y aun la carrera política se aseguraban por medio de una clientela numerosa que publicaba los “beneficios” de su patrón y que mostraba ruidosamente su apoyo a la hora de distribuir los cargos públicos.
La sociedad quedaba así claramente organizada según una estructura jerárquica. En Roma los conceptos de nobleza y jerarquía estaban relacionados con los de conocido y de famoso. El esquema patrón/cliente se reproducía en todas las instancias de la vida social. Incluso en las comunidades judías de la diáspora se comprueba cómo se buscaba algún miembro especialmente prominente en cuanto a su figura social o riqueza para nombrarlo presidente de la sinagoga local. Este, por su parte, donaba ornamentos, portales y a veces el mismo edificio de reunión en su condición de “benefactor” (cfr. Lc.7,3-5).

2. TEXTO: 
     El cuestionamiento al sistema clientelar
La descripción del que entra con “anillo de oro y vestido brillante (o fino)” no es sin más la de alguien rico. Parece, más bien, designar a un magistrado. Estos eran los que llevaban anillo de oro (el sello para los documentos oficiales) y la toga blanca que distinguía su jerarquía. ¿Por qué se acercaría a la reunión de un grupo judeocristiano, integrado por gente humilde, un magistrado cívico, representante del poder romano? Este magistrado puede estar buscando clientes para engrosar su prestigio, o mejor aún, averiguando de qué se trata esta reunión, con algo más que simple curiosidad religiosa.
Mientras este funcionario aparece a ver de qué se trata, la comunidad puede pensar que se ha presentado la oportunidad de conseguir, si no un buen creyente, al menos un buen “benefactor”, como lo tienen las otras sinagogas oficiales judías. Esta reacción parece la razón que explica por qué se honra al que entra exhibiendo los atributos del poder.
Pero no solo esto, sino: ¿qué pasaría si cuando entra un magistrado no se le da el trato y honor correspondiente a su jerarquía? Sin duda éste se sentiría afectado en su honra y procuraría mostrar con rigor su poder. Quien preside es consciente de todo esto, dándole al magistrado el asiento preferencial y ubicando luego al pobre dentro de la reunión exhibiendo su subordinación. De este modo muestra al visitante que esta comunidad no ignora las reglas de la sociedad en que vive y las cumple acabadamente. Sin embargo, el autor cuestiona esta respuesta “lógica y normal” para su entorno.

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