Leonardo Boff
¿Tiene salvación la
Iglesia?
Esta pregunta ha sido formulada
por uno de los más renombrados y fecundos teólogos del área del catolicismo: el
suizo-alemán Hans Küng en un libro reciente que lleva este mismo título ¿Tiene
la Iglesia salvación? (2012). De forma entusiasta fomentó la renovación de
la Iglesia junto con su colega de la Universidad de Tubinga, Joseph Ratzinger.
Ha escrito una vasta obra sobre la Iglesia, el ecumenismo, las religiones y
otros temas relevantes. Debido a un libro suyo que cuestionaba la infalibilidad
papal fue duramente castigado por la ex-Inquisición. No abandonó la Iglesia,
sino que se empeñó como pocos en su reforma con libros, cartas abiertas y
llamamientos a obispos y a la comunidad cristiana para que se abriesen al
diálogo con el mundo moderno y con la nueva situación planetaria de la
humanidad. No se evangelizan personas, hijos e hijas de nuestro tiempo,
presentándoles un modelo de Iglesia, hecha bastión de conservadurismo y de
autoritarismo y sintiéndose una fortaleza asediada por la modernidad, que es
considerada responsable de todo tipo de relativismo. Digamos de paso que la
crítica feroz que el papa actual dirige contra el relativismo, la realiza a
partir de su polo opuesto, un invencible absolutismo. Esta es la tónica que
está siendo impuesta por los dos últimos papas, Juan Pablo I y Benedicto XVI:
un no a las reformas y una vuelta a la tradición y a la gran disciplina,
orquestadas por la jerarquía eclesiástica.
El
presente libro: ¿Tiene salvación la Iglesia? (2012) expresa un grito
casi desesperado en pro de transformaciones y, al mismo tiempo, una
manifestación generosa de esperanza de que éstas son posibles y necesarias, si
no se quiere entrar en un lamentable colapso institucional.
Quede
claro, para empezar, que cuando Küng y yo mismo hablamos de Iglesia, entendemos
la comunidad de aquellos que se sienten comprometidos con la figura y la causa
de Jesús, cuyo foco reside en el amor incondicional, en la centralidad de los
pobres e invisibles, en la hermandad de todos los seres humanos y en la revelación
de que somos hijos e hijas de Dios, siendo el mismo Jesús quien dejó entrever
que él era el propio Hijo de Dios que asumió nuestra contradictoria humanidad.
Éste es el sentido originario y verdadero de Iglesia. Pero históricamente la
palabra Iglesia ha sido apropiada por la jerarquía (desde el papa a los curas);
ella se identifica como Iglesia tout court y se presenta como la
Iglesia.
Pues
bien, lo que está en profunda crisis es esta segunda concepción de Iglesia, que
Küng llama “sistema romano”, o sea, “la Iglesia institución-jerárquica” o “la
estructura monárquico-absolutista de mando”, cuya sede se encuentra en el
Vaticano y se centra en la figura del papa con el aparato que le rodea: la
curia romana. Esta crisis se prolonga desde hace siglos y el clamor por cambios
atraviesa la historia de la Iglesia, culminando en la Reforma del siglo XVI y
en el Concilio Vaticano II (1962-1965) de nuestros días. En términos
estructurales, las reformas estructurales siempre fueron superficiales o
aplazadas o simplemente abortadas.
En
los últimos tiempos, sin embargo, la crisis ha adquirido una gravedad especial.
La Iglesia institución (papa, cardenales, obispos y curas), repito, no la gran
comunidad de los fieles, ha sido alcanzada en su corazón, en aquello que era su
gran pretensión: la de ser “guía y maestra de moral” para toda la humanidad.
Algunos datos ya conocidos han puesto en jaque tal pretensión y han llevado el
descrédito a la Iglesia institución, lo cual ha ocasionado gran emigración de
fieles:
Los
escándalos financieros involucrando al Banco Vaticano (IOR), que se transformó
en una especie de off-shore de lavado de dinero; los documentos secretos
sustraídos, quien sabe si hasta de la mesa del papa, por su propio secretario y
vendidos a los periódicos, revelando las intrigas por el poder entre
cardenales; y especialmente la cuestión de los sacerdotes pedófilos, miles de
casos en varios países, que involucran a padres, obispos y hasta al cardenal de
Viena Hans Hermann Groer. Gravísima fue la instrucción dada por el entonces
cardenal Ratzinger a todos los obispos del mundo de encubrir, bajo sigilo
pontificio, los abusos sexuales a menores para evitar que los curas pedófilos
fuesen denunciados a las autoridades civiles. Finalmente el papa tuvo que
reconocer el carácter criminal de la pedofilia y aceptar su enjuiciamiento por
los tribunales civiles.
Küng
muestra, con erudición histórica irrefutable, los pasos dados por los papas al
pasar de sucesores de Pedro a vicarios de Cristo y a representantes de Dios en
la Tierra. Los títulos que el canon 331 confiere al papa son de tal magnitud
que, en realidad, caben solamente a Dios. Una monarquía papal absoluta con
báculo dorado no concuerda con el cayado de madera del Buen Pastor que cuida con
amor de sus ovejas y las confirma en la fe, como pidió el Maestro (Lc 22,32).
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