Iom Kipur,
tradicionalmente traducido como el Día del Perdón siempre cae, dentro del calendario judío, muy cerquita de la finalización del ciclo anual de lectura de la Torá.
Marcelo Polakoff. (Rabino)
Iom Kipur, tradicionalmente traducido como el Día del Perdón siempre cae, dentro del calendario judío, muy cerquita de la finalización del ciclo anual de lectura de la Torá. ¿Y cómo termina la Torá? Con la muerte de su protagonista: Moisés. Dios le avisa que va a morir, y lo que es más importante, por qué no va a ingresar a la Tierra Prometida.
Repasemos los últimos versículos del capítulo 32 del Deuteronomio: “Y habrás de morir en la montaña a la cual tu asciendes allí... porque transgrediste ante Mí, en medio de los hijos de Israel, en las aguas de la contienda de Kadesh... Desde lejos podrás contemplar la tierra, empero allí no vendrás, a la tierra que Yo doy a los hijos de Israel”.
Este atardecer comenzará el día más sagrado del año, y sus contenidos centrales son el pecado o la transgresión y el arrepentimiento. Y la sabiduría fascinante de nuestra tradición nos enfrenta con este mismo tema girando alrededor de Moisés.
Moisés, el líder por antonomasia, el que habló con Dios “cara a cara”, el pastor del pueblo, el que soportó traiciones, celos, riñas, un becerro de oro, el ser más humilde de la Biblia, el preferido de Dios, es el mismo Moisés que no participará de la culminación de su tarea.
Su pecado ha de haber sido gigantesco, terrible... ¿Qué pasó allí en Kadesh? Se repitió un hecho acaecido unos cuantos años antes. Se repitió, pero de manera distinta.
Al iniciarse el éxodo se nos cuenta que el pueblo desfallecía de sed. Moisés consulta con Dios y –por orden divina– golpea una roca y extrae agua de ella para todo el pueblo.
Años más tarde, la historia casi vuelve a repetirse. La gente estaba harta del desierto. Todavía no comprendían la grandeza de su periplo. Querían volver a la vida fácil de Egipto. Volvió a escasear el agua. Armaron un motín. Ahora sí estamos ubicados en Kadesh, en las precisas coordenadas de tiempo y espacio que Dios toma como excusa para castigar a Moisés al final de sus días. Nuevamente Moisés consulta a Dios. Y le llega la respuesta: “Toma tu bastón, reúne al pueblo y háblale a la roca para que fluya agua”.
¿Qué hace Moisés? No le habla. La golpea y sale agua. La gente bebe y –satisfecha– se calla. Sin embargo, si Dios es Dios, y dice que esta fue la causa de semejante castigo, debiera hallarse algo más profundo en el suceso, algo que Moisés como líder y modelo para una sociedad de hombres libres no podía hacer.
El cabalista medieval Iosef Gicatilla parece haber dado con la respuesta afirmando que el gran pecado de Moisés no fue el golpear en vez de hablar sino en conservar lo conocido, en no cambiar la rutina, en no innovar. Es claro, si antes funcionó golpeando, ¿para qué probar algo nuevo? Pero Moisés se quedó con la primera chance solamente, con la respuesta aprendida y archivada. Con la comodidad del saber asegurado. Con la tranquilidad de que no se necesita probar otra alternativa. Con la certeza ciega de que no hay otra.
El mensaje es fantástico. Iom Kipur está siempre rodeado por este suceso. Y nos golpeamos el pecho, y confesamos una larga lista de transgresiones, sin prestarle atención a ésta. A la que, nada más ni nada menos, causó que Moisés no ingresara a la tierra prometida.
Iom Kipur, barnizado de pecado y juicio, conforma entonces el clamor judío frente a la comodidad, a la falta de riesgo, a la ausencia del coraje para intentar un camino diferente. Iom Kipur es un grito desesperado que nos intima a volver a recorrer viejos caminos de manera diferente. Es una caricia a la creatividad. Es un llamado a otro intento. Es la consigna de no vivir de memoria. De no repetir, y volver a fallar.
Con menos golpes y más palabras estaríamos todos mucho más cerca del perdón.
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