Ciencia y religión necesitan trabajar juntas para la trasformación de la realidad,
según Haught
El teólogo defiende en su último libro que la rivalidad entre ambas no es más que un mito
John F. Haught afirma en su último libro “Dios y el nuevo ateísmo” (Editorial Sal Terrae) que la rivalidad entre ciencia y religión que postulan los nuevos ateos no es más que un mito. Para el teólogo, aunque la ciencia ilumina la realidad, no puede explicar todos los aspectos de ella. Por otro lado, la ciencia debe no estar ciega en lo que a valores se refiere. “Ciencia y religión necesitan trabajar juntas para la trasformación de la realidad”, concluye el teólogo.
Por Javier Leach.
No es la primera vez que el teólogo John F. Haught se acerca a temas que últimamente han cobrado publicidad y que nacen del encuentro, diálogo, confrontación y contraste ente ciencia y religión. De hecho, Haught, miembro directivo del Woodstock Theological Center de la Universidad de Georgetown y, desde 1970 hasta 2005, profesor y catedrático de teología en esa misma universidad, es uno de los grandes expertos mundiales en el campo de las relaciones entre ciencia y teología.
Se ha ocupado en profundidad de cuestiones de cosmología y ecología, y es un riguroso y dialogante defensor de la compatibilidad entre la teoría de la evolución y la visión religiosa del mundo.
En 2002, Haught fue galardonado con el Owen Garrigan Award in Science and Religion, y en 2004 con el Sophia Award for Theological Excellence. Fundador del Geogetown Center for the Study of Science and Religion, es autor de numerosos libros entre los que cabe destacar God after Darwin; Is Nature Enough? y Cristianismo y Ciencia, que es el libro que comentamos en este post (recientemente publicado en castellano por la Editorial Sal Terrae).
El entorno de la teología
Haught entra en el encuentro con los nuevos ateos desde el terreno teológico que él conoce. Lo tiene difícil, porque una característica de los nuevos ateos es la resistencia a reconocer cualquier conocimiento que no sea científico, es más, su agresividad hacia la teología se basa en no considerarla como conocimiento científico. Pero ese hecho no le arredra a Haught y no le lleva aislarse del conocimiento científico en la torre de marfil de la teología.
Como teólogo, Haught se mueve en el ámbito de la profundidad que las opciones de fe dan al conocimiento. Por otra parte, Haught se refiere también a la nueva visión filosófica de la ciencia en la que se basa el nuevo ateísmo.
En el fondo, el libro de Haught es una crítica de la visión filosóficamente plana y unidimensional de la ciencia, que dificulta el diálogo entre la teología y el nuevo ateísmo. Se trata un enfrentamiento entre dos modos de ver la realidad.
Voy a explicar brevemente estas dos visiones tal como las describe Haught. Comenzaré citando algunos textos del final del libro.
Dos visiones críticas de la realidad
Al comienzo del último capítulo del libro, titulado “La teología cristiana y el nuevo ateísmo”, Haught comienza con dos citas contrapuestas. Una cita es una crítica al cristianismo de Sam Harris y la otra cita es una confesión creyente de Søren Kierkegaard. Las citas son estas:
“La historia del cristianismo es más una historia del sufrimiento y la ignorancia humanas que una historia de la respuesta al amor de Dios” (Sam Harris) (pag. 145).
“Cuán extraordinariamente estúpido es defender el cristianismo… Defender algo equivale siempre a desacreditarlo” (Søren Kierkegaard) (pag. 145).
Frente a la crítica destructiva de Harris, Haught se pone del lado de la confesión creyente de Kierkegaard. Haught dice: “prestando oídos al consejo de Kierkegaard, en este capítulo final no voy a intentar defender la concepción cristiana de Dios frente a los ataques de los nuevos ateos“(pag 146).
Para Haught, la confesión creyente de Kierkegaard desvela que hay distintos niveles de profundidad personal, que son importantes para entender el cristianismo.
Siguiendo el hilo de la crítica de Kierkegaard, Haught se hace eco de la tradición de personalidades proféticas que realizaron la autocrítica en el interior de las comunidades creyentes: “la recriminación de los abusos y la mediocridad religiosos fue ya un motivo principal en las voces proféticas que incordiaban las conciencias de los ciudadanos de los antiguos reinos de Israel y Judá… En esta tradición profética, la de aquellos que tienen sed de justicia, descubrió Jesús de Nazaret su propia identidad y misión.” (pag. 147).
Esa autocrítica profética desvela niveles más profundos en la conciencia personal creyente: “el perpetuo descontento religioso e incluso la sincera frustración con la religión en cuanto tal pueden darse únicamente si nuestra conciencia ha sido atrapada ya por algo más profundo y de mayor alcance.” Es en ese nivel más profundo de la conciencia en el que, según Haught, se mueve el teólogo.
Monismo y dualismo
La integración de niveles que ocurre en la conciencia le lleva a Haught a defender un monismo integrador. Haught califica la visión filosófica del nuevo ateísmo como dualismo gnóstico, que proviene de un nuevo puritanismo que sólo se siente cómodo en uno de los dos polos en los que previamente ha separado una realidad cognitiva dual: “Los nuevos ateos no son los primeros eruditos que prometen la salvación por el conocimiento puro, y la ausencia en sus enseñanzas de toda conciencia de paradoja, ironía, tolerancia y ambigüedad es sintomática de una persistente tentación humana de obsesionarse con la pureza ética y cognitiva a costa del matiz y la complejidad” (pag. 150).
Desde su terreno teológico Haught confiesa que el puritanismo gnóstico de los nuevos ateos tiene por desgracia sus raíces en corrientes presentes en la misma tradición teológica cristiana: “Es de justicia señalar que la teología cristiana desarrollada a lo largo de los siglos tiene gran parte de culpa de que los ideales puritanos de los nuevos ateos hayan sido grabados en la subestructura mítica de la cultura tanto popular como intelectual de Occidente. De hecho, entre las filas de los creyentes cristianos, hay muchos dualistas, si bien ese ideal dualista siempre ha existido en tensión con el fundamento bíblico del cristianismo.” (pag. 160).
A lo largo del libro Dios y el nuevo ateísmo se respira un trasfondo de crítica a la superficialidad del nuevo ateísmo. Parece que la superficialidad es una constante que se da tanto en las visiones creacionistas y fundamentalistas de la fe como en el nuevo ateísmo. Es la misma superficialidad en ambos casos.
Para Haught la “confrontación de los nuevos ateos con la teología se sitúa más o menos al mismo nivel de reflexión sobre la fe que uno puede encontrar en la literatura creacionista y fundamentalista contemporánea. Esto no tiene nada de sorprendente, ya que es de los creacionistas y los teístas defensores del diseño inteligente de quienes los nuevos ateos parecen haber adquirido gran parte de su comprensión de la fe religiosa” (pag. 13).
Esta confrontación no se realiza en los niveles más profundos de la teología actual, que es, para Haught “una reflexión filosófica ponderativa, pero también crítica, sobre las religiones que profesan fe en Dios” (pag. 14).
El significado de 'fe'
El punto central de las explicaciones Haught está en que el nuevo ateísmo se basa en una reducción de la realidad a lo que puede ser entendido por la ciencia.
Para Haught “la comprensión de ‘fe’ que los nuevos ateos dan por sentada apenas guarda semejanza con lo que la teología entiende por ese término.
La principal diferencia está en que los nuevos ateos conciben la fe como un intento intelectualmente erróneo de acceder a una suerte de comprensión científica, mientras que la teología la piensa como un estado de entrega de sí en el que la totalidad del propio ser, no sólo el intelecto, se experimenta como siendo transportado a una dimensión de realidad mucho más profunda y real que todo lo que la ciencia y la razón puedan captar.” (pag 37) .
Literalismo
Haught califica de literalismo la visión de la ciencia y de la religión propia tanto de los nuevos ateos como de los creyentes creacionistas y fundamentalistas.
“Los literalistas científicos y religiosos comparten la creencia de que no hay nada bajo la superficie de los textos que leen: la naturaleza en el caso de la ciencia, las escrituras sagradas en el caso de la religión” (pags. 59-60).
“En ningún lugar es más evidente el inflexible literalismo de Dawkins que en su pasmosa insistencia a lo largo de El espejismo de Dios en que la noción de Dios debe de ser tratada como una hipótesis científica, sujeta a los mismos procedimientos de verificación que cualquier otra hipótesis ‘científica’” (pags. 60-61).
La hipótesis ‘Dios’
¿Puede ser ‘Dios’ una hipótesis científica? “A Dawkins no se le escapa que los defensores del diseño inteligente recurren a una suerte de hipótesis ‘Dios’ para explicar la complejidad biológica.” (pags. 75-76).
Sin embargo, reducir a Dios a una hipótesis es reducirlo a una causa más en la cadena de causas. Esa es la principal pifia de los defensores del diseño inteligente. El creacionismo reduce a Dios a una hipótesis y lo introduce en el campo de las causas científicas.
Al rechazar la hipótesis ‘Dios’ “Dawkins replicaría que él está refutando toda posible concepción de Dios, pero es evidente que al definir a ‘Dios’ como un hipotético diseñador universal, lo está concibiendo en un modo en extremo limitado, incluso retorcido” (pag. 79).
Qué tiene de nuevo el nuevo ateísmo
El naturalismo ateo clásico se basaba en ciertos principios, entre los que están la visión de que la naturaleza tiene su origen en sí misma y que todas las explicaciones del origen del mundo sólo pueden ser entendidas por la ciencia. La ciencia ha evolucionado a lo largo del siglo XX y la visión de los nuevos ateos basada en la ciencia también ha evolucionado. ¿Cómo ha evolucionado?
Partiendo del hecho de que en toda actitud ante la vida hay una toma de posición básica, Haught nos explica en el primer capítulo del libro las cuatro verdades evidentes sobre las que se apoya el nuevo ateísmo, siguiendo un paralelismo con las cuatro nobles verdades de Buda.
Primera verdad evidente: “En el mundo muchas personas viven sin necesidad vidas tristes, señala Harris, haciéndose eco de la primera verdad noble de Buda, a saber que ‘toda vida es sufrimiento’” (pag. 22).
Segunda verdad evidente: “La causa de tanta innecesaria aflicción, afirma Harris, es la fe y, en particular, la fe en Dios. Tener fe es ‘creer sin pruebas’; y para Hitchens, eso es lo que ‘emponzoña todo’.” (pag. 23).
“La idea de Dios concebida por la fe es ‘intrínsecamente peligrosa‘ y moralmente mala, no importa qué forma adquiera en nuestra imaginación. ¿Por qué? Porque no existen pruebas que la respalden y, de hecho, ni siquiera es concebible prueba alguna.” (pag. 24).
“Para los nuevos ateos, el término ‘fe’ funciona casi como el ‘deseo ávido’ de Buda. Este atribuye el sufrimiento humano a nuestra tendencia a aferrarnos tan obsesivamente a las cosas que nos exponemos a la desilusión cada vez que hemos de afrontar la transitoriedad de todos los seres.” (pag. 25).
La actitud básica del nuevo ateísmo, repite Haught, se basa en las pruebas. Es evidente que la fe no puede probarse como un hecho empíricamente demostrable. ¿Qué es pues la fe? ¿Hay razones para creer radicadas en la conciencia personal no empíricamente contrastables?
“En la actualidad – nos dice Haught –, los teólogos conciben la fe como el compromiso de la totalidad del ser personal con Dios. Pero los nuevos ateos, haciéndose eco de una teología obsoleta, entienden la fe en un restringido sentido intelectual y proposicional. Para ellos la sede de la fe no es el corazón vulnerable sino el intelecto débil” (pag. 27).
Tercera verdad evidente: “La manera de evitar en la actualidad el sufrimiento humano innecesario es erradicando la fe de la faz de la tierra. La tercera noble verdad de Buda afirma que el camino para superar el sufrimiento pasa por encontrar la liberación del deseo arraigado.” (pag. 28) “No es sólo la fe, afirman, sino también nuestra cortés y cívica tolerancia de la fe lo que debe ser erradicado si queremos avanzar hacia la verdadera felicidad” (pag. 31).
Cuarta verdad evidente: “Seguir la senda de la ciencia revelará a las personas una nueva clase de ‘correcta asociación’ – a saber, con quienes han captado el espíritu de la ciencia – y ‘correcta comprensión’, esto es, un método empírico que llevará nuestras mentes mucho más allá de las fantasías y banalidades de la fe religiosa” (pag. 35).
Para Haught, “la trivialidad de esta solución (la cuarta verdad evidente) sólo es igualada por la del fundamentalismo religioso que refleja al mismo tiempo que lo comparte” (pag. 35).
Haught califica este nuevo ateísmo como ateísmo al menor coste posible, y lo considera irónicamente como “la persistencia bajo una nueva guisa de la religiosidad entorpecedora de la vida” (pag 47). Por lo contrario, los ‘viejos ateos’ como Marx, Freud y Nietzsche entendieron “que, si somos verdaderamente sinceros en nuestro ateísmo, toda la red de significados y valores surgida alrededor de la idea de Dios en la cultura occidental tiene que ser rechazada junto con su centro organizador.” (pag 49)
Haught compara el ‘viejo ateísmo’ basado en una visión de la ciencia que no había renunciado a afrontar las grandes preguntas básicas de la vida con el nuevo ateísmo que asume una postura ‘light’ frente a las cuestiones personales profundas y a las responsabilidades sociales. Posiblemente este nuevo ateísmo responde a una nueva visión ‘light’ de las actitudes básicas que fundamentan la ciencia. ¿Cuál es esa nueva visión de la ciencia que da lugar al nuevo ateísmo?
El nuevo entorno objetivo y abierto de las ciencias empíricas
En los comienzos del siglo XXI, las observaciones científicas permiten percepciones de la realidad con una precisión y objetividad cada vez mayor. A nivel cuántico la indeterminación cualifica la objetividad introduciendo variables aleatorias. Los datos con valor aleatorio son esenciales para las ciencias empíricas. Sin embargo la ciencia no renuncia a alcanzar toda la objetividad que le sea posible. La ciencia busca certeza y objetividad. Ese es su reto.
El uso de un lenguaje formal matemático determina el carácter público y objetivo de los enunciados científicos. El carácter formal matemático del lenguaje científico asegura la interacción con las máquinas computadoras. Esta interacción es cada vez mayor y no conocemos sus límites.
Varios teoremas importantes nos demuestran la limitación de los lenguajes formales (recordemos el teorema de Gödel de la indecidibilidad de la aritmética y el problema de la parada de las máquinas de Turing). Pero no hay ningún teorema que nos indique dónde están en concreto los límites de los lenguajes formales y de la capacidad de interacción entre el cerebro humano y la máquina computadora.
Esta situación le llevó a Alan Turing nacido en Junio del 1912, cuyo centenario celebramos este año, a estudiar con experimentos la interacción entre los agentes humanos y los agentes informáticos. El test de Turing confronta el lenguaje objetivo del computador con el lenguaje objetivo humano, y la respuesta a ese test todavía está abierta. Podemos decir que el entorno de las ciencias empíricas y formales tiene límites, pero tiene a su vez una apertura ilimitada.
La ciencia ha renunciado a buscar sus fundamentos, tal como los buscaba a principios del siglo XX, pero se ha convertido en una maquinaria poderosísima de conocimiento y transformación de la realidad. ¿Qué aporta la fe al conocimiento científico?
Hacia un encuentro y un diálogo mutuamente enriquecedor
El libro de John F. Haught estudia escritos polémicos y frecuentemente agresivos con el hecho de la fe; libros que han tenido gran publicidad últimamente y han sido profusamente vendidos. Haught analiza las críticas y se centra sobre todo en mostrar que su debilidad corre pareja con su arrogancia.
Dawkins, Harris y Hitchens no son los únicos científicos no creyentes. El mundo de la ciencia es autónomo y se desarrolla independientemente de la fe del científico. Pero la fe no puede, por el contrario, desarrollarse como si la ciencia no existiese. La ciencia es importante para el creyente y el creyente necesita explicar los niveles profundos de su fe.
Como dice Haught, “nuestra capacidad de fe religiosa es, como todos los fenómenos de la vida, fruto de la evolución, y la biología puede prestar una nueva e interesante luz a las ciencias de las religiones. Pero como cualquier otra realidad, también los fenómenos religiosos admiten una pluralidad de niveles explicativos. La falsa rivalidad entre ciencia y religión que postulan los nuevos ateos es el resultado de un mito, de un mito que afirma – sin prueba experimental alguna – que solo un marco científico de referencia, o lo que cuenta como ‘prueba’ en círculos científicos, puede conducirnos de manera fiable a la verdad” (pag. 101).
Hay niveles explicativos que no se pueden aclarar únicamente con la luz de la ciencia. La ciencia es luz nítida. Pero la realidad es más que lo que se deja iluminar por la luz de la ciencia. “La innegable confianza que se apodera de la humana búsqueda de comprensión y verdad no se manifiesta en el diurno ámbito de objetos sobre los que pueden centrar su atención los científicos. Esta confianza nace de los profundos y ocultos recovecos de nuestra conciencia, en un nivel de profundidad sobre el que es imposible focalizar con nitidez la mirada” (pag. 89).
Por otra parte la ciencia, hoy más que nunca, es una inmensa máquina de conocimiento que, por medio de la tecnología, puede trasformar el mundo. Pero la ciencia es ciega con respecto a los valores que la mueven. La ciencia es luz nítida y focalizada que necesita de la luz de contexto global que ayuda a percibir el último sentido de nuestra acción. Ciencia y Religión necesitan trabajar juntas para la trasformación de la realidad.
Por LEANDRO SEQUEIROS
De la lectura del libro de Haugth (y de algunos comentarios recibidos de diversas fuentes) se desprende que tal vez en los ambientes crispados norteamericanos, donde los fundamentalismos religiosos son patentes, sea más difícil establecer este tipo de diálogo. En Europa, por el momento, los fundamentalismos políticos y religiosos existen, no tienen demasiada fuerza mediática. Tal vez la vieja Europa tenga un fondo de humanidad y tolerancia mayor que la de otras tierras. Y este sustrato no conviene erosionarlo.
Desde este contexto norteamericano es necesario leer el ensayo de Haught. Posiblemente, debe haber habido alguna historia anterior que ha “calentado” en exceso la pluma del docto profesor de Georgetown. Y desde nuestro contexto nos parece desmedido en descalificaciones. Muy probablemente, los jinetes del ateísmo podrán argüir que Haught ha sacado frases de contexto, que va a por ellos, que malinterpreta sus ideas. Es más: los rasgos que el autor resume de lo que entiende por Naturalismo Científico, nos parece – y seguramente le parecerán a sus oponentes –excesivamente simplista y maniqueo. Haught, como don Quijote, lucha – en mi opinión- contra unos odres de vino que no son temibles gigantes, sino simples pellejos. Y en este punto, los jinetes del ateísmo tienen un oponente debilitado al poner en el intento más pasión que racionalidad.
Pero tiene razón Haught cuando repite que Dawkins, Harris y Hitchens se han equivocado de enemigo. Que meten en el mismo saco a los protestantes fundamentalistas, a los terroristas del 11S, a los creacionistas y a los teólogos de mentalidad abierta. Y no se pueden medir todos por el mismo rasero. Los cuatro jinetes parecen desconocer, por una parte, las reflexiones modernas de las teologías; y por otra, aparentan no haber leído a los “grandes” maestros de la sospecha y del ateísmo que llevaron su negación de Dios hasta las últimas consecuencias: Nietzsche, Freud, Marx, Sartre, Bertrand Russell, etc. Como dice Haught, con razón, los nuevos ateos tienen un rictus conservador pues no desean sacar las últimas consecuencias personales y sociales del ateísmo y de una sociedad que desean que sea atea. Consecuentes con el paradigma biológico de la Reina Roja de Van Valen, estos ateos quieren “que todo se mueva para que nada cambie”.
Escribe Haught en el Prólogo (página 7): “mi esperanza es que las páginas que siguen ofrezcan a lectores de diferentes trayectorias formativas, intereses y convicciones un conjunto coherente de reflexiones que resulte útil e interesante en el inagotable debate entre la fe religiosa y el escepticismo moderno”.
Y más adelante (página 15): “Me he decidido a escribir este libro con el fin de sacar a la luz los principales errores y falacias que hacen al nuevo ateísmo mucho menos imponente de lo que a primera vista pueda parecer”.
Para llevar a término estos objetivos, Haught estructura la materia en ocho capítulos, siendo el último (“La teología cristiana y el nuevo ateísmo”) – en su opinión – el más importante. En el capítulo primero intenta responder a la pregunta de si hay algo que pueda considerarse nuevo en la corriente de este nuevo ateísmo científico, llegando a la conclusión de que no aportan gran cosa a lo ya escrito por otros autores ateos. Para Haught, “en cualquier discusión sobre el ateísmo surgen de forma natural cinco cuestiones persistentes, que son las que brindan los temas para los capítulos 3 al 7”: ¿Sirve para algo la teología? (capítulo 3); ¿Es Dios una “hipótesis” que la ciencia puede confirmar o rechazar? (capítulo 4); ¿Por qué somos los seres humanos proclives a la fe religiosa? (capítulo 5); ¿Podemos ser buenos sin Dios? (capítulo 6); ¿Es la idea de un Dios personal creíble en una era marcada por la ciencia? (capítulo 7)
En esta enumeración nos hemos saltado el capítulo 2. En él el autor se limita a preguntar “cuánto de ateo hay en el nuevo ateísmo”. La pregunta es: “¿Qué pensarían, por ejemplo, Nietzsche, Camus o Sartre de Dawkins, Harris (Dennet) y Hitchens?”. Haught diferencia entre un ateísmo “duro” y un ateísmo “blando”. Parafraseando a un amigo, podría decirse que el ateísmo de los maestros de la sospecha es ateísmo que merece hoguera, mientras que el de los nuevos jinetes, sería un ateísmo “de barbacoa”.
“Por último, en el capítulo 8 ofrezco una respuesta específicamente cristiana a las cuestiones tratadas en los capítulos 3 al 7. A algunos lectores les podrá parecer prescindible este capítulo conclusivo, si bien para mí, personalmente, es el más importante” (pág. 18). Haught matiza mucho sus palabras. No se trata de dar “la respuesta”, sino “una respuesta”, por lo que el diálogo puede seguir abierto. Pero una lectura atenta del conjunto del libro rezuma ciertos resabios conservadores. La definición de Teología (pág. 33) se me antoja excesivamente cerrada, y parece renunciar a la posibilidad de reformular e inculturar muchos de las reflexiones teológicas a la luz de los paradigmas de la llamada Era de la Ciencia. Esto es- según mi parecer- una seria dificultad para el diálogo con las nuevas culturas emergentes.
Pero sigamos el texto de Haught: “Los primeros siete capítulos evitan considerar el nuevo ateísmo desde un punto de vista cristiano. En vez de ello, mi crítica está planteada de tal modo que también los teístas no cristianos (en especial, los teístas judíos y musulmanes), así como los ateos y los agnósticos, puedan seguirla con facilidad. Solo en el capítulo final esbozo una respuesta teológica cristiana. En el capítulo 8 muestro que lo que los nuevos ateos entienden por “Dios” no tiene prácticamente nada que ver con lo que la fe y la teología cristianas entienden hoy bajo ese nombre” (página 18).
Al lector estimula oír estas palabras. Pero la lectura atenta de los primeros capítulos puede defraudar. En el fondo, existe lo que podría llamarse un cierto tufillo conservador que hace que el ateo choque con un muro impenetrable de posturas previas inflexibles. Se percibe que el autor tiene ya “sus verdades” bien apuntaladas y las marejadas ateas chocan y rebotan. El diálogo – desgraciadamente- se hace asimétrico. No es de igual a igual sino desde el que dice poseer la verdad y que es impermeable a las críticas que se le puedan hacer. No hay fisuras, ni dudas, ni concesiones en el discurso de Haught. La argumentación consiste en reducir al absurdo cualquier pretensión de hacer dudar al que de antemano ha decidido que posee la verdad, aunque sea racional. Incluso, el planteamiento teológico del capítulo 8 se nos antoja excesivamente cerrado, sin fisuras. No hay resquicios ni posibilidades de duda. Todo está en su sitio y Hauhgt hace un esfuerzo numantino de mantener conceptos y formulaciones clásicas frente al ateísmo científico. La estrategia de ridiculizar las ideas de los demás no se nos antoja la mejor manera de tender puentes de diálogo. Parece que todo lo que dicen es ofensivo, ridículo y caricaturesco. Y esa no parece que no es una actitud de escucha.
No por ello pretendemos justificar los argumentos de los cuatro jinetes del ateísmo, Dawkins, Dennett, Harris y Hitchens. Su argumentación es frágil, muchas veces demagógica y poco rigurosa en el conocimiento de la filosofía y de la teología (tanto cristiana como judía o musulmana). Heridos por el impacto contra las Torres Gemelas el famoso 11S, cargan sus armas intelectuales contra toda expresión religiosa que, desde su punto de vista, solo lleva al terrorismo y que por ello hay que erradicar.
http://metanexus.bubok.com; www.sesbe.org
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