Pbro. Lucas Trucco
Reflexiones
Domingo XXII durante el año –ciclo B-
1º
Lectura: “¿Existe acaso una nación tan grande que
tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor nuestro Dios, está cerca de
nosotros siempre que lo invocamos?”
2º
Lectura: “Pongan en práctica la Palabra y no se
contenten con oírla.”
Evangelio: “Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios para seguir la
tradición de los hombres”
Les comparto la reflexión de “Ciudad Redonda” (no
esta original en su totalidad, ya que tiene otros agregados)
“Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí”. Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con
los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras
hermosas, mientras nuestro corazón “está lejos de él”. Sin embargo, el culto
que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro
íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
En esta como en cualquier ley es inevitable que se
produzcan situaciones dudosas, que la ley no reglamenta con claridad y que
requieren interpretaciones, correcciones o añadiduras. Es así, probablemente,
como se generan las “tradiciones de los mayores”. El problema es que esto puede
llevar, y lleva con frecuencia, a un cumplimiento mecánico de normas puramente externas
que acaban apartando del espíritu original con el que nació la ley. Cumplir no
es ejecutar externa, mecánicamente, sino “cumplimentar”, llenar, dar plenitud.
Y esto, como sabemos, se realiza en Jesucristo, que no ha venido a abolir la
ley, sino a llevarla a perfección (cf. Mt 5, 17).
La palabra que salva da vida, nos engendra. Y lo hace
desde dentro, pues, como semilla, ha sido plantada en nosotros. Por eso, no
debemos sólo escucharla como si fuera una voz externa y extraña, sino que
debemos darle cabida en nosotros, dejar que nos purifique por dentro y permitir
que, desde dentro, guíe nuestras acciones y nuestra vida. Eso significa ponerla
en práctica. Y la puesta en práctica se traduce necesariamente en obras de amor
y misericordia con los necesitados en sus tribulaciones.
“El culto
que me dan está vacío”.
Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido.
Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano.
La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero
donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
Así pues, aunque resulte inevitable que “los mayores”,
esto es, la experiencia histórica y los nuevos problemas que van surgiendo en
ella, hagan sus añadiduras y formen sus tradiciones, su validez dependerá de si
sirven a la Palabra, a la vida que esa Palabra engendra, a un mejor
cumplimiento y puesta en práctica de la misma; o si, por el contrario, se
convierten en esquemas rígidos de comportamiento que coartan la libertad y la
apertura creativa a la novedad de la historia, y sirven sobre todo para
condenar a los que no se atienen a ellas. En una palabra, el criterio de
discernimiento de las distintas tradiciones es la misericordia.
Los cristianos tenemos conciencia de que nuestra fe
conlleva ciertas obligaciones y de que “tenemos que cumplir con ellas”. A
veces, algunos ven en esto una actitud farisaica que se queda en el mero
cumplimiento externo, y reaccionan diciendo, por ejemplo, que “lo importante no
es ir a misa sino ser buena persona y ayudar a los demás”. Aunque podemos
entender estas reacciones, tenemos que tener cuidado con su unilateralidad. En
primer lugar, porque ir a misa y actuar con bondad no son cosas incompatibles:
no sólo porque, cosa obvia, se puede “ir a misa y ser buena persona”, sino
porque participamos de la Eucaristía precisamente para, en unión con Cristo,
hacernos mejores personas. Y, en segundo lugar, porque en esta crítica se cae
en el fondo en lo mismo que se critica: se reduce el “ir a misa” (u otras
prácticas cristianas) a una mera formalidad externa, descuidando su verdadero
sentido. Para actuar de acuerdo al
espíritu cristiano hay que estar en comunión con Cristo; y esa comunión se
realiza de manera privilegiada en el memorial de su Pasión que él mismo nos
mandó realizar; es posible vivir como Cristo vivió si escuchamos su Palabra y
comemos el pan y el vino que son su cuerpo y su sangre.
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