jueves, 30 de agosto de 2012


Pbro. Lucas Trucco

Reflexiones

Domingo XXII durante el año –ciclo B-


1º Lectura: “¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos?”
2º Lectura: “Pongan en práctica la Palabra y no se contenten con oírla.”
Evangelio: “Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios para seguir la tradición de los hombres”
Les comparto la reflexión de “Ciudad Redonda” (no esta original en su totalidad, ya que tiene otros agregados)



 “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón “está lejos de él”. Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.

En esta como en cualquier ley es inevitable que se produzcan situaciones dudosas, que la ley no reglamenta con claridad y que requieren interpretaciones, correcciones o añadiduras. Es así, probablemente, como se generan las “tradiciones de los mayores”. El problema es que esto puede llevar, y lleva con frecuencia, a un cumplimiento mecánico de normas puramente externas que acaban apartando del espíritu original con el que nació la ley. Cumplir no es ejecutar externa, mecánicamente, sino “cumplimentar”, llenar, dar plenitud. Y esto, como sabemos, se realiza en Jesucristo, que no ha venido a abolir la ley, sino a llevarla a perfección (cf. Mt 5, 17).
La palabra que salva da vida, nos engendra. Y lo hace desde dentro, pues, como semilla, ha sido plantada en nosotros. Por eso, no debemos sólo escucharla como si fuera una voz externa y extraña, sino que debemos darle cabida en nosotros, dejar que nos purifique por dentro y permitir que, desde dentro, guíe nuestras acciones y nuestra vida. Eso significa ponerla en práctica. Y la puesta en práctica se traduce necesariamente en obras de amor y misericordia con los necesitados en sus tribulaciones.

“El culto que me dan está vacío”. Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.

Así pues, aunque resulte inevitable que “los mayores”, esto es, la experiencia histórica y los nuevos problemas que van surgiendo en ella, hagan sus añadiduras y formen sus tradiciones, su validez dependerá de si sirven a la Palabra, a la vida que esa Palabra engendra, a un mejor cumplimiento y puesta en práctica de la misma; o si, por el contrario, se convierten en esquemas rígidos de comportamiento que coartan la libertad y la apertura creativa a la novedad de la historia, y sirven sobre todo para condenar a los que no se atienen a ellas. En una palabra, el criterio de discernimiento de las distintas tradiciones es la misericordia.

Los cristianos tenemos conciencia de que nuestra fe conlleva ciertas obligaciones y de que “tenemos que cumplir con ellas”. A veces, algunos ven en esto una actitud farisaica que se queda en el mero cumplimiento externo, y reaccionan diciendo, por ejemplo, que “lo importante no es ir a misa sino ser buena persona y ayudar a los demás”. Aunque podemos entender estas reacciones, tenemos que tener cuidado con su unilateralidad. En primer lugar, porque ir a misa y actuar con bondad no son cosas incompatibles: no sólo porque, cosa obvia, se puede “ir a misa y ser buena persona”, sino porque participamos de la Eucaristía precisamente para, en unión con Cristo, hacernos mejores personas. Y, en segundo lugar, porque en esta crítica se cae en el fondo en lo mismo que se critica: se reduce el “ir a misa” (u otras prácticas cristianas) a una mera formalidad externa, descuidando su verdadero sentido. Para actuar de acuerdo al espíritu cristiano hay que estar en comunión con Cristo; y esa comunión se realiza de manera privilegiada en el memorial de su Pasión que él mismo nos mandó realizar; es posible vivir como Cristo vivió si escuchamos su Palabra y comemos el pan y el vino que son su cuerpo y su sangre.


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