Martín Gelabert Ballester, OP
Asunción: fiesta de la Virgen muerta
Lo de la Virgen muerta es otra perspectiva. Más realista. Porque el único modo de subir al Padre es por medio de la muerte. Ocurrió con Jesús de Nazaret. Ocurrió con su madre. Ha ocurrido con los que nos ha precedido en el signo de la fe. Y ocurrirá con cada uno de nosotros. Al celebrar la asunción de la Virgen, resulta oportuno recordar lo que decía el Vaticano II: que María es el tipo y ejemplar más acabado de toda vida cristiana. La fiesta de la Asunción puede entenderse desde un doble enfoque: con ella ocurre algo único o con ella acontece aquello a lo que todos estamos destinados. Hay un verso de la liturgia castellana de las primeras vísperas de la fiesta que sintetiza el logro de nuestra esperanza, realizada en María: “¡Dichosa la muerte / que tal vida os causa! / ¡Dichosa la suerte / final de quien ama!”.
La muerte es el paso a la vida y para aquellos que viven unidos a Cristo (y viven unidos a Cristo, aunque no lo sepan, aquellos que aman) su suerte es dichosa, su destino es feliz, su meta es la vida que no acaba. La fiesta de la Asunción orienta hacia un aspecto fundamental de la escatología cristiana: la salvación integra todas las dimensiones de lo humano. Si no fuera así, si algo nos faltase, nuestra felicidad sería incompleta. Lo que acontece en María, estar unida a Cristo glorioso con toda su realidad, es el buen modo de estar al que todos estamos llamados. Este buen modo de estar en la gloria celestial implica necesariamente dejar esta morada terrena. Una morada en la que nos sentimos a gusto, pero que, debido a nuestra finitud y limitación, tiene un término, un final. Este final es la muerte. Pues bien, la esperanza cristiana, a la luz del misterio de la resurrección de Cristo, afirma que hay un modo de vivir y de morir que no desemboca en el vacío, sino en la gloria del cielo.
La fiesta de la Asunción, que es también la fiesta de la virgen muerta (tal como recuerdan muchas representaciones iconográficas de los países mediterráneos), es la celebración de una muerte que, a la luz de Cristo, puede ser dichosa: “¡Dichosa la muerte, que tal vida os causa!”, Para los creyentes, hay una muerte que no es muerte: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrena, se nos prepara en el cielo una mansión eterna”, dice uno de los prefacios de la liturgia eucarística. Lo que afirmamos de María es lo que Dios prepara para todos. Nosotros nos alegramos, en la fiesta de la Asunción, de verlo realizado en una de nuestra raza.
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