lunes, 13 de agosto de 2012


Mons. Lozano: 
"Nacen con el fantasma de la desnutrición"

Mons. Arancedo: 
"En Argentina, hay muchos niños con carencias básicas"

"Las cifras de pobreza estructural y marginalidad no disminuyen lo esperado"






"Falta mucho, diría que no alcanza, que estamos aún lejos", aseveró el titular del Episcopado, José María Arancedo. Alerta que por el avance de las drogas en los barrios carenciados, los niños están cada vez más "indefensos".

"No podemos dejar de tener presente a los numerosos niños que viven no sólo con necesidades afectivas y en soledad espiritual, sino también, con carencias básicas que lastiman su presente y comprometen su futuro. Si bien hay un esfuerzo que debe ser valorado, sea privado como oficial, respecto a la ayuda o asistencia a la niñez en situación de riesgo, sabemos que falta mucho, diría que no alcanza, que estamos aún lejos", advirtió el arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo, en su alocución semanal por radial al Día del Niño, que se celebró el domingo en la Argentina

El prelado lamentó que "las cifras de pobreza estructural y marginalidad no disminuyen lo esperado, con el agravante que hay muchas personas que viven en esos ambientes con una sensación de acostumbramiento a que la situación es así y no va a cambiar".

Arancedo aseveró que esta situación se agrava por "el avance de la droga en los barrios más carenciados, la situación de esa niñez pasa a un estado de indefensión que hace muy difícil su presente y problemático su futuro".

"Son víctimas de un mundo de adultos, que ha dejado de lado el significado de la tarea como una obligación frente al don de la vida", aseveró.

Monseñor Arancedo valoró, en cambio, la presencia de "quienes dan su tiempo y talentos personales para trabajar en lo que llamamos, al interno de la Iglesia, la pastoral de la infancia en riesgo. ¡Cuánta necesidad de una docencia de solidaridad que motive un voluntariado comprometido en la sociedad!".


"El fantasma de la desnutrición"

Por su parter, el presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, coincidió en que los niños "sufren las consecuencias de la injusticia e inequidad de la sociedad", y recordó que "algunos dan su primer grito con varios gramos menos de lo esperado porque su mamá no se alimentó adecuadamente".

"Mientras muchos llevan el apelativo de ''nativos digitales'', otros tendrán el fantasma de la desnutrición encima", comparó.

El obispo de Gualeguaychú exhortó, parafraseando la letra de un tango, a pensar "en quienes miran la fiesta desde afuera, apoyando ''la ñata contra el vidrio''".

Por esto, en este Día del Niño, Lozano agradeció la labor de "tantos hombres y mujeres que se dedican a tareas solidarias para la infancia. El apoyo escolar para que no se retrasen en la escuela y evitar la repitencia, los centros de salud para evitar enfermedades, los centros de capacitación y promoción de una nutrición adecuada", detalló.


‹ Texto íntegro de la homilía de monseñor Arancedo


La vida humana es un don que siempre nos sorprende. El niño participa, es más, es el comienzo de esta realidad única y personal. Cuando dejamos de lado el significado de la vida como don, como lo dado, para considerarla como nuestra obra, corremos el peligro de desconocer su verdad y autonomía. ›

En el primer caso la recibimos, pero no nos sentimos dueños; en el segundo, en cambio, se convierte en algo de lo que podemos disponer. Frente al don tenemos primero obligaciones, frente a nuestra obra parecería que tenemos más derechos que obligaciones. Esta reflexión me es útil para definir lo que llamaría la relación entre el don y la tarea, entre lo recibido y nuestra acción. Podemos perfeccionar el don, pero no disponer totalmente de él. Cuando no partimos de la vida como don, nuestro obrar pierde el sustento de una razón científica y moralmente vinculante. Pasamos a convertimos en pequeños dioses que disponemos, en este caso, de la misma vida. La grandeza y el límite de nuestra tarea encuentran, en la realidad única y personal del don, su verdad más profunda. Recordemos que el niño a quién hoy festejamos un día fue comienzo, fue don, en la fragilidad de un embarazo. Cuando se pierde de vista la dimensión del don se pierde, además, la capacidad de gratitud. A estas consideraciones siempre las veo actuales, porque pertenecen al orden del ser y tienen una entidad propia que debemos saber leer.


La tarea, como obligación de los adultos y de la sociedad frente al niño, es permanente. Ella se debe ir desarrollando a los largo de las diversas etapas de su crecimiento. Estamos en el ámbito de lo humano, ello implica tener en cuenta que el niño es un ser inteligente, con libertad y necesidad de amor. Que de acuerdo a su edad sabe discernir, que necesita ser escuchado y acompañado. Sus necesidades no siempre son conocidas ni respondidas por los adultos. Podemos dar cosas, tal vez con esfuerzo, pero ellos pueden reclamar otras más simples. Cuántas veces pensamos y actuamos desde nosotros y no escuchamos, o no interpretamos, la voz o el silencio del otro. Hay respuestas que damos, pero que no parten de una pregunta o necesidad. Es común, en este sentido, escuchar hablar de la importancia de una Escuela para Padres en la que se les ayude en su indelegable misión. Estamos en el segundo momento de aquella tarea como respuesta al don recibido. El niño necesita presencia, tiempo y ejemplaridad de los mayores, ello va marcando en él la realidad de un horizonte ideal y posible para sus vidas. El mañana, para ellos, hoy necesita de testigos. Es triste escuchar decir que hay chicos huérfanos de padres vivos.


No podemos dejar de tener presente en este día los numerosos niños que viven no sólo con necesidades afectivas y en soledad espiritual, sino también, con carencias básicas que lastiman su presente y comprometen su futuro. Si bien hay un esfuerzo que debe ser valorado, sea privado como oficial, respecto a la ayuda o asistencia a la niñez en situación de riesgo, sabemos que falta mucho, diría que no alcanza, que estamos aún lejos. Las cifras de pobreza estructural y marginalidad no disminuyen lo esperado, con el agravante que hay muchas personas que viven en esos ambientes con una sensación de acostumbramiento a que la situación es así y no va a cambiar. Cuando a esto se le agrega el avance de la droga en los barrios más carenciados, la situación de esa niñez pasa a un estado de indefensión que hace muy difícil su presente y problemático su futuro. Son víctimas de un mundo de adultos, que ha dejado de lado el significado de la tarea como una obligación frente al don de la vida. Valoro, en este sentido, la presencia de quienes dan su tiempo y talentos personales para trabajar en lo que llamamos, al interno de la Iglesia, la pastoral de la infancia en riesgo. ¡Cuánta necesidad de una docencia de solidaridad que motive un voluntariado comprometido en la sociedad!



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