Pbro. Diego Fenoglio
Domingo
XXII del tiempo ordinario
– Ciclo B 2012
“¿Por qué no se sigue la tradición de nuestros
antepasados?”
El Señor recuerda a los que
cuestionan el cambio de las costumbres humanas que “Nada de lo que entra de
afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo
que lo hace impuro. (...) Porque de adentro, es decir, del corazón de los
hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los
asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la
envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas
salen de dentro y hacen impuro al hombre”. Entre nosotros también pueden
aparecer preguntas como las de los fariseos y los maestros de la ley. Muchas
cosas las hacemos como las hacemos, porque así se han hecho siempre. Como los
monos del experimento, repetimos las costumbres sin preguntarnos por qué lo
hacemos así. Jesús nos quiere libres para saber reconocer cuál es el verdadero
origen del mal en el mundo y no achacarlo a las costumbres humanas, que siempre
pueden cambiar.
El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco
cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos
de Dios.se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de
Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones,
sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe
escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no
avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad
salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido
demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será
Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto
de acercar a Dios a todos nosotros.
La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no
encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada Escritura
debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida
cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un
ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se
manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la
persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona
realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado
de Jesús.
La pureza de lavarse las manos no es camino
para llegar al Dios que por medio de Jesús convocaba en Galilea a comidas de
fraternidad, a las que estaban invitados en primer lugar los considerados
“impuros” en aquella sociedad profundamente clasista: pobres, enfermos,
leprosos, mujeres, etc. De este Dios, dice en evangelio de hoy, lo único que
nos separa –nos hace impuros– son las ofensas que brotan de nuestro corazón
contra los demás. En ninguna otra parte puso Jesús en entredicho de manera tan
radical la ley como en este pasaje del evangelista Marcos. Es de suponer que
esta crítica que Jesús hizo de la ley de Moisés fuera el motivo que llevó a las
autoridades judías a actuar contra él y a procesarlo.
Quizás a los cristianos nos falte coraje para hacer lo mismo que
hizo el Señor, y estemos empecinados en cumplir unas normas que no llevan
aparejadas más que contravalores.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra
opción por construir la Utopía del Reino de Dios y por vivir de acuerdo con los
principios del evangelio. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y
creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora
toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional
por los excluidos.
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