jueves, 30 de agosto de 2012


Pbro. Diego Fenoglio
Domingo XXII del tiempo ordinario 
– Ciclo B 2012

“¿Por qué no se sigue la tradición de nuestros antepasados?”



El Señor recuerda a los que cuestionan el cambio de las costumbres humanas que “Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que lo hace impuro. (...) Porque de adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre”. Entre nosotros también pueden aparecer preguntas como las de los fariseos y los maestros de la ley. Muchas cosas las hacemos como las hacemos, porque así se han hecho siempre. Como los monos del experimento, repetimos las costumbres sin preguntarnos por qué lo hacemos así. Jesús nos quiere libres para saber reconocer cuál es el verdadero origen del mal en el mundo y no achacarlo a las costumbres humanas, que siempre pueden cambiar.

El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios.se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.

La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.

La pureza de lavarse las manos no es camino para llegar al Dios que por medio de Jesús convocaba en Galilea a comidas de fraternidad, a las que estaban invitados en primer lugar los considerados “impuros” en aquella sociedad profundamente clasista: pobres, enfermos, leprosos, mujeres, etc. De este Dios, dice en evangelio de hoy, lo único que nos separa –nos hace impuros– son las ofensas que brotan de nuestro corazón contra los demás. En ninguna otra parte puso Jesús en entredicho de manera tan radical la ley como en este pasaje del evangelista Marcos. Es de suponer que esta crítica que Jesús hizo de la ley de Moisés fuera el motivo que llevó a las autoridades judías a actuar contra él y a procesarlo.
Quizás a los cristianos nos falte coraje para hacer lo mismo que hizo el Señor, y estemos empecinados en cumplir unas normas que no llevan aparejadas más que contravalores.


Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía del Reino de Dios y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.

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