miércoles, 22 de agosto de 2012


Congreso Latinoamericano 
sobre los 50 años del Vaticano II
Margot Bremer rscj
Alemana, radicada en Paraguay. 
Biblista y acompaña la pastoral indígena


Al celebrar un Congreso en América Latina 50 años después del Concilio Vaticano II, quiere decir que no queremos olvidarlo. Tiene mucho sentido para nosotros en América Latina esta celebración ya que aquel Concilio dio un cambio radical en la visión de la Iglesia y en su misión en el mundo. Aquella nueva auto-comprensión había dado un nuevo aliento revitalizador y creativo a la Iglesia latinoamericana y le había inspirado hacer una relectura desde su propia realidad que se plasmó en los documentos de Medellín.


La Iglesia, al presentarse en los documentos del Concilio en diversos conceptos y símbolos, nos había ayudado a comprender mejor el inabarcable misterio que no cabe en un solo concepto ni en una sola imagen. Durante las dictaduras en este Continente, la imagen bíblica de Pueblo de Dios que presenta LG cap. II, había convocado a muchos católicos encontrarse en Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), articuladas entre sí como Pueblo organizado, siguiendo el modelo de la Iglesia primitiva en el NT y buscando la comunión con los sucesores de los apóstoles, los que habían recibido el ministerio de la comunidad (LG III,20). Tuve la suerte de acompañarlas, junto con algunos seminaristas, mis alumnos, cuando daba clases en el Seminario de Quilmes/ Argentina. Las CEBs mismas interpretaron comunitariamente su realidad de pobres a la luz de la Palabra de Dios y buscaron soluciones según el Evangelio. Renovaron y fortalecieron su fe encarnándola en la realidad de su vida cotidiana. Así comenzaron en sus reuniones bíblicas las primeras reflexiones teológicas expresadas en su religiosidad popular. Algunos teólogos comprometidos que acompañaron este proceso, sistematizaron aquellas novedosas reflexiones condensándolas en la Teología de la Liberación la que surgió del clamor y de la aflicción del Pueblo de Dios. La gran mayoría de los obispos latinoamericanos de entonces se solidarizaron y se comprometieron con ellos mediante la Opción preferencial por los Pobres. 



Hoy, estamos en otra etapa. El Vaticano II nos ayudó a descubrir la unidad en la diversidad gracias a la advertencia de estar atentos/as a los signos de los tiempos (GSp). 


Así como el Concilio Vaticano II encontró para la única realidad de la Iglesia múltiples conceptos y símbolos bíblicos, así también la TL está descubriendo hoy que su realidad incluía muchas dimensiones específicas que hoy se están visibilizando: Teología feminista, Teología India, Teología Afro, Teología de la Tierra, Eco-Teología, Teología política, etc.


Yo personalmente estoy acompañando desde hace 20 años a los pueblos originarios en su reflexión teológica desde su cultura y religiosidad, descubriendo en el diálogo intercultural unos inmensos valores de espiritualidad y sabiduría, desconocidos en nuestra sociedad racista y nuestra Iglesia de cultura occidental. Estos valores, algunos ya reconocidos por Aparecida, podrían ser un valioso aporte en la construcción de una Iglesia más latinoamericana. La reflexión teológica de los Indígenas podría contribuir en estos tiempos de cambio de época, a una vuelta a las raíces más auténticamente latinoamericanas, enriqueciendo a la Teología occidental con su valioso aporte simbólico-espiritual.


Por causa del cambio radical del mundo y de la Iglesia que se dio en los últimos 50 años, tengo mucha expectativa de que en este Congreso se haga una relectura para rescatar el espíritu del Vaticano II en que fueron escritos sus documentos e inspirarnos en ellos para nuestro caminar como Iglesia peregrina, pobre y misionera, hacia una nueva época con nuevos horizontes y desafíos.

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