viernes, 17 de mayo de 2013


Su modo de proceder 
 James Martin, S.J. 

  

¿Cómo podría influenciar la espiritualidad jesuítica el pontificado del papa Francisco?
 Las semanas siguientes a la elección del papa Francisco, el primer jesuita elegido para ese cargo, vieron a más gente formulando preguntas sobre los jesuitas que cualquier otro momento en los últimos 25 años. La mayoría de los lectores de America saben ya lo que es un jesuita, pero hay otra cuestión que merece reflexión: ¿Cómo podría la espiritualidad ignaciana influenciar a nuestro nuevo papa y cómo le ha influenciado ya?

 La espiritualidad ignaciana se basa en la vida y las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, el soldado convertido en místico que fundó la Compañía de Jesús en 1540. Mucho de esa espiritualidad fluye de su texto clásico, los Ejercicios Espirituales, una especie de manual para un retiro de cuatro semanas que invita a la persona a entrar con la imaginación en las contemplaciones de la vida de Cristo. Los Ejercicios son más que una mera lectura del Nuevo Testamento. Se invita a los ejercitantes a imaginarse a sí mismos con toda la viveza posible en las escenas del Evangelio. Como escribió Joseph Tetlow, S.J., “el ejercitante no se queda observando a distancia, sino que entra fervientemente en el templo o se sumerge hasta tocar fondo en las aguas del Jordán”. Por medio de esos intensos encuentros con las narraciones evangélicas, la persona que ora entra en una relación personal profunda con Jesús.

 Todos los jesuitas “hacen” los Ejercicios, por lo menos, dos veces en la vida: primero en el noviciado, y, años más tarde, como final del período de formación durante un tiempo conocido como “tercera probación”. Por consiguiente, sabemos que el papa Francisco los ha hecho también. Más aún, al final de la década de 1960, Jorge Mario Bergoglio, S.J., fue maestro de novicios en la Provincia Argentina, lo que significa que también dirigió a los novicios en sus Ejercicios Espirituales. Tiene, por tanto, una profunda familiaridad con la espiritualidad ignaciana.

 Hay una serie de temas clave incrustados en los Ejercicios. A los jesuitas y a todos los que los hacen se les invita a desprenderse de todo lo que puede impedirles seguir a Dios. Se supone que somos “indiferentes”, abiertos a todo, sin preferir —según la famosa formulación ignaciana—, riqueza a pobreza, salud a enfermedad, vida larga a vida corta. Esto es una exigencia espiritual extraordinaria, pero para los jesuitas es una meta clara. Finalmente, deben estar disponibles, prontos para ir a cualquier parte que quiera Dios, que actúa por medio de los superiores.

 Esto puede ayudar a explicar el sorprendente acceso del papa Bergoglio al pontificado. ¿No debe la mayoría de los jesuitas hacer voto, al final de su formación, de no procurar altos cargos en la Iglesia y en la Compañía de Jesús? Respondiendo brevemente: sí. Ignacio era opuesto al carrerismo clerical que veía en su tiempo, e incorporó a los últimos votos una salvaguarda contra este tipo de ascenso. Pero la libertad es también algo intrínseco a la espiritualidad ignaciana. Y, si un jesuita es llamado por la Iglesia a hacer algo, está disponible. (Respondiendo a una cuestión técnica complicada, hay que decir que el papa Francisco sigue siendo jesuita, conforme al canon 705, que establece que un religioso que es ordenado obispo sigue siendo “miembro de su instituto).

 Otras fuentes de la espiritualidad ignaciana se encuentran en la lacónica autobiografía del santo, en las Constituciones de la Compañía de Jesús escritas por san Ignacio, en las vidas de los santos jesuitas; y, como destaca John O’Malley en su extraordinario libro Los primeros jesuitas, en las actividades de San Ignacio y sus primeros compañeros. Como advierte el Padre O’Malley, una cosa es saber que los jesuitas en el siglo XVI estaban suficientemente disponibles para emprender cualquier tipo de ministerios que pudiera “ayudar a las almas”, y otra completamente distinta saber que abrieron en Roma una casa para prostitutas arrepentidas y enviaron teólogos al Concilio de Trento.

 ALGUNAS CARACTERÍSTICAS IGNACIANAS

 Pero, ¿cuáles son las características distintivas de la espiritualidad ignaciana (término más amplio, usado actualmente como complementario de “espiritualidad jesuítica”), y cómo podrían ellas influir en el papa Francisco? Voy a sugerir solo algunas y mostrar cómo podríamos haberlas visto ya en las primeras y pocas semanas de su pontificado.

Primero. Una de las frases más populares para resumir concisamente la espiritualidad ignaciana es “encontrar a Dios en todas las cosas”. Para Ignacio Dios no está encerrado entre las paredes de una iglesia. Además de la Misa, los otros sacramentos y la Escritura, se puede encontrar a Dios en cualquier momento del día: en la gente, en el trabajo, en la vida de familia, en la naturaleza y en la música. Esto proporciona al Papa Francisco una espiritualidad que abraza el mundo, en la que se encuentra a Dios en cualquier lugar y en cualquier persona. El hecho, ahora ya famoso, de lavar los pies en un centro de detención juvenil en Roma, en la liturgia del Jueves Santo, lo está subrayando. A Dios se le encuentra no solo en una iglesia, ni solo entre católicos, sino también en una prisión, entre jóvenes no-católicos y musulmanes, y entre hombres y mujeres.

Segundo. El jesuita pretende ser un “contemplativo en la acción”, una persona con el corazón a la escucha en un mundo sobrecargado de ocupaciones. Esta cualidad quedó evidenciada en los primeros minutos de su pontificado. Cuando Francisco subió al balcón abierto sobre la plaza de San Pedro, no comenzó con la acostumbrada bendición papal sino con la petición de las oraciones del pueblo. En medio de la ruidosa muchedumbre, pidió un momento de oración silenciosa e inclinó su cabeza. Ofreciendo quietud en medio del tumulto, fue contemplativo en la acción.

Tercero. Como los miembros de todos los institutos religiosos, los jesuitas hacen voto de pobreza. Lo hacemos dos veces en la vida, en los primeros y en los últimos votos. Como decía san Ignacio, debemos amar la pobreza “como madre”. Hay tres razones para ello: para imitar a Jesús, que vivió como un pobre; para liberarnos de la necesidad de poseer; para estar con los pobres, a los que amó Jesús. Pero Ignacio advirtió que los jesuitas deben no solo aceptar la pobreza, sino elegirla activamente para asemejarse “a Cristo pobre”. Hasta ahora el papa Francisco se ha abstenido de usar algunos de los tradicionales ornamentos pontificios. Antes de subir al balcón de San Pedro dejó de lado la elaborada muceta que los papas llevan normalmente, y desde entonces su modo de vestir ha sido sencillo. Ha decidido vivir no en el grandioso Palacio Apostólico, sino en la pequeña suite de dos habitaciones en la Casa de Santa Marta, donde se habían alojado los cardenales durante el cónclave. Está eligiendo hasta ahora la opción más pobre. Esto no es exclusivo de los jesuitas (y muchas de las ideas de Ignacio sobre la pobreza fueron inspiradas por san Francisco de Asís,), pero es un elemente constitutivo de nuestra espiritualidad.

 Hay otra característica, aludida ocasionalmente en los comentarios sobre la espiritualidad ignaciana: la flexibilidad. Ésta es recomendada insistentemente en las Constituciones de la Compañía a los superiores jesuitas. Recordemos que el Padre Bergoglio, antes de ser arzobispo de Buenos Aires, fue maestro de novicios, director de estudios y superior provincial, tres diferentes nombramientos como superior. Estos cargos requieren conocimiento de lo que Ignacio entendía por flexibilidad. Al mismo tiempo que las Constituciones formulan normas precisas para la vida de los jesuitas, Ignacio reconocía la necesidad de hacer frente creativamente a las necesidades que se presentaran. Después de una larga descripción de lo que se requería precisamente en un determinado aspecto de la vida de comunidad, él añadía frecuentemente una salvedad, reconociendo que las circunstancias imprevistas requieren flexibilidad. “Si alguna otra cosa fuera conveniente para un individuo en particular”, escribe Ignacio sobre los estudios, “el superior considerará el asunto con prudencia y podrá conceder una excepción”. La flexibilidad es una nota distintiva del documento, y lo mismo parece que ocurre con Francisco, que parece feliz cuando en sus homilías se aparta del texto escrito y cuando se adapta a las necesidades de la situación concreta —por ejemplo, haciendo como parar el papamóvil en medio de la gente para abrazar a un niño discapacitado—.

 JESÚS COMO AMIGO

 Dos observaciones más sobre la herencia ignaciana del papa Francisco. Su homilía en la Vigilia pascual parecía estar impregnada de temas ignacianos (al menos, me parecía a mí, ¡pero esto obviamente puede ser mi predisposición jesuítica!). Comenzó invitando a sus oyentes a meterse dentro de la historia, una de las técnicas clave de los Ejercicios. Imaginaos, sugería él, como una de las mujeres que iban al sepulcro el domingo de pascua. “Podemos imaginar sus sentimientos cuando iban hacia la tumba, una cierta tristeza, pena de que Jesús las había dejado, había muerto, su vida había terminado”, decía el papa. “La vida continuaría como antes. Pero las mujeres sentían amor, el amor a Jesús que las llevaba ahora a su tumba”. Más adelante en la homilía, el papa pedía a sus oyentes que consideraran a Jesús como un amigo. “Saludarle como a un amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora le habéis mantenido a distancia, dad un paso al frente; él os recibirá con los brazos abiertos”. Era fácil escuchar ecos de los Ejercicios Espirituales, donde Ignacio nos pide varias veces que hablemos a Jesús “así como un amigo habla a otro”; es un modo especialmente cálido de mirar al Hijo de Dios.

 Sería equivocado decir que el conocimiento de las tradiciones espirituales del papa permite predecir lo que él va a hacer. Pero sería igualmente equivocado decir que no sabemos nada sobre su espiritualidad y que esta no va a tener influjo alguno en su ministerio. Como todo jesuita, especialmente un antiguo maestro de novicios y superior, el papa Francisco está profundamente cimentado en la espiritualidad de San Ignacio y de la Compañía de Jesús, cuyo sello ha puesto en su escudo papal. Yo presiento poder ver cómo la espiritualidad ignaciana puede ayudarle en su nuevo cargo.

James Martin, S.J.,del equipo editorial de América y autor del libro Más en las obras que en las palabras, Una guía ignaciana para (casi) todo, Sal Terrae 2011. Extractos de este artículo han aparecido en la revista The Tablet (Londres) (Traducción provisional de Urbano Valero, S.J.).

* Este artículo apareció en la revista America, con fecha de 29 de abril de 2013 (Nota del traductor).

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