miércoles, 1 de mayo de 2013


  Martín Gelabert Ballester, OP 
Meterse en política 
como Santa Catalina de Siena 



Cuando un cristiano, en nombre de su fe, levanta la voz en cuestiones de moral social, de justicia, de solidaridad, de compartir los bienes, siempre hay quien dice: eso es meterse en política. Pues sí, claro que es meterse en política. Pero no decir nada, o hablar sólo de familia y sexualidad, también es meterse en política. La cuestión no es si hacemos o no política, porque hagamos lo que hagamos, siempre hacemos política. La cuestión es qué tipo de política hacemos y por qué hacemos ese tipo de política.



Santa Catalina de Siena, copatrona de Europa, cuya fiesta se celebra el 29 de abril, se metió en política. La vocación orante de Catalina se compagina perfectamente con sus ingeniosas maneras de servir a los pobres. Ella sale a la calle para ocuparse de enfermos con enfermedades contagiosas, que nadie quiere atender y que sufren continua soledad. Escucha con atención el grito de los pobres, de los enfermos, nuevos Cristos sufrientes. Cuanto más avanza Catalina en la vida del Espíritu, tanto más se compromete con el mundo. Identificada plenamente con los sentimientos de Cristo, se convierte en una predicadora itinerante que tiene por púlpito la calle. Y, con su escasa cultura, habla con sabiduría ante las autoridades y ante el mismo Papa, ante políticos y eclesiásticos, instándoles a cambiar de actitudes. Algo inaudito para una mujer de 25 años, en el siglo XIV. ¿Seria mucho atrevimiento dibujarla con los rasgos de algunas indignadas de hoy que con una edad similar han reclamado otra política y otra economía en plazas y calles de ciudades españolas?



En todo caso, Catalina de Siena es un claro ejemplo de que cuanto más arraigado está uno en Dios, tanto mejor apóstol es. Una cosa lleva a la otra, pues la oración no es nunca una evasión de nuestras responsabilidades terrenas, ni la mística un olvido de las necesidades de la tierra. Al contrario, la contemplación de las cosas divinas nos lleva a una visión afinada de las miserias y dolores de los hombres. La unión con Dios muestra su autenticidad en el servicio al prójimo. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y el uno es la mejor prueba del otro.

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