A falta de teología, apologética
Martín Gelabert
La apologética, o sea, la defensa de la fe cristiana frente a los malentendidos, descalificaciones o ataques venidos del exterior, siempre ha existido en la Iglesia. Ha tenido una doble orientación, que dependía más del talante del apologeta que del tipo de ataque al que había que responder. Hay una apología que se dedica a descalificar al adversario y lo trata como un enemigo; y hay otra que busca puentes de diálogo con la postura distante, diferente o disidente. Por lo demás, la apología no es la más importante tarea eclesial. La tarea principal de la Iglesia es dar a conocer el Evangelio y ofrecer una reflexión teológica que ayude a comprenderlo mejor, primero por los propios creyentes y luego por los que deben ser evangelizados.
Hoy abunda la apologética y es escasa la buena teología. A falta de propuestas teológicas y de ofertas teologales, hacemos apologética. Y además de la mala, de la que descalifica y es incapaz de ver nada bueno en el diferente o en el distinto. Una apologética que piensa que una tradición humana (Col 2,8) es tanto más divina cuanto más contraria es a las ideas del mundo moderno. Esta apologética no tiene ideas propias, se alimenta de lo que dicen otros, pero no para dialogar, aprender o aprovecharlo, sino para mostrarse escandalizada y condenar. No aporta nada, sólo critica lo que otros ofrecen. No hace ninguna concesión. Todo es blanco o negro. Para ella no hay escala de grises. No reconoce nada bueno fuera de lo que ella dice. En vez de resaltar el fondo cristiano que pueda haber en las nuevas tendencias, no hace sino provocarlas para que rompan con los pocos vínculos que las unen a la Iglesia. Así el diálogo y el acercamiento con el otro es imposible.
Además de buena teología (reflexión que ayuda a comprender mejor a Dios), necesitamos recursos teologales (que propician el encuentro con Dios), como la oración, el compromiso apostólico, una liturgia viva y comprometida, un servicio de caridad y solidaridad iluminado por la fe, que ve en todo ser humano la imagen misma de Dios. La oferta y vivencia de estos recursos es mucho más eficaz que todas las apologéticas condenatorias. De entrada y de salida, debemos buscar la salvación. Para que resplandezca la salvación no hace falta estar todo el día lamentando y condenado la oscuridad. La oscuridad desaparece por sí sola cuando se enciende una pequeña luz, una cerilla. La oferta teológica y teologal es esa cerilla que tenemos que cuidar, para que no se apague. No sea que después de tanto lamento lo que tengamos es más oscuridad porque nadie se ha preocupado de encender una cerilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario