viernes, 17 de mayo de 2013


Diácono Lucas Trucco

Domingo de Pentecostés


Estamos cerrando ya el tiempo de Pascua. Los discípulos, en sus experiencias pascuales, fueron los primeros en vivir estos dos regalos: el de la alegría, tanta que casi no se lo podían creer, una alegría que no consiste en acunarse en un estado emocional placentero, y el de la palabra, pues las experiencias pascuales culminaban en el envío. Encuentro y envío son dos momentos inseparables de toda experiencia pascual y de toda dinámica pascual.

Pentecostés no es el final de una novela donde el Espíritu Santo viene a tapar el vació que dejo la ausencia de Jesús; Porque si hemos reconocido que Jesús es el Señor es porque el Espíritu actuó ya en nosotros. El Espíritu Santo es la luz en la que habitualmente no reparamos, pero gracias a la cual podemos ver. Es decir, lo conocemos por sus frutos, por sus dones.
Jesús nos envía a encarnar el evangelio en el corazón de cada cultura. No ha imponer el evangelio, ni a juzgar según nos parece a nosotros  lo que es el Reino.

La dinámica de la encarnación está motivada entre otras, por las siguientes situaciones:[1]

a) Para poder realizarse como sacramento de salvación la Iglesia necesita encarnarse dentro de cada cultura: necesita realizar un proceso de inculturación que sea capaz de formular la buena noticia en las claves culturales en que viven las personas. Esto es una permanente fuente de tensión para la Iglesia puesto que supone un largo proceso de discernir lo esencial de lo anecdótico.

b) Toda cultura, toda sociedad es ámbito de presencia y de misión de la Iglesia. Antes de llegar la Iglesia el Espíritu ya está presente; dentro de cada cultura hay una textura religiosa y unos valores que invitan a la realización del hombre. Pero ninguna cultura coincide con el proyecto de Dios: por ello la Iglesia siempre será profecía y denuncia de los antivalores en cualquier contexto histórico.

El Espíritu no nos uniformiza, ni nos obliga a hablar en un mismo idioma, sino que nos enseña el lenguaje universal del amor, que une a los distintos, sin eliminar la originalidad de cada uno.[2]

María que podamos ser tierra fértil donde el Espíritu haga nacer el Amor por el Reino. Que seamos agua viva, imitando a Jesús, para nuestros hermanos y hermanas. Que tengamos un corazón de discípulos misioneros para anunciar el Amor del Padre en nuestros lugares.



[1]  Luzio URIARTE G; “SOCIEDAD EN CAMBIO Y MINISTERIO PRESBITERAL”.
[2] Cfr. Reflexión del Domingo de Pentecostés del P. Jorge Trucco 

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