sábado, 25 de mayo de 2013

  Martín Gelabert Ballester, OP 
Indignación ante el Crucificado 



Cuando miramos a Cristo crucificado, ¿qué es lo primero en lo que pensamos? ¿En nuestros pecados? Eso significa que la mirada hacia el Crucificado provoca que nos miremos a nosotros mismos. Pero antes de mirarnos a nosotros mismos y para mirarnos bien, y mirarnos desde el Crucificado, conviene que mantengamos nuestra mirada puesta en la cruz de Cristo. Y, si mantenemos la mirada fija en la cruz, y nuestra mirada es limpia o ingenua, lo lógico es que nos sintamos indignados. Lo que allí ocurre no es digno, es algo rechazable y reprobable. No podemos estar de acuerdo: allí está Crucificado un inocente, el inocente por antonomasia. Cuando una víctima inocente es maltratada y martirizada, el sentimiento primero y más espontáneo es de indignación.



El misterio de la Encarnación manifiesta que todo lo humano y sólo lo humano es compatible con Dios. La crucifixión de Jesús manifiesta que la compatibilidad de Dios con lo humano se revela, para la mirada de la fe, en una víctima inocente, en un martirizado injustamente. No porque Dios sea un sádico o un amante del dolor, del sufrimiento y de la injusticia, sino porque Dios se solidariza e identifica con la víctima inocente que es Jesús y, por extensión, con todas las víctimas inocentes de la historia. Si, como dice toda la tradición cristiana, desde la patrística hasta el moderno magisterio, Dios, con su encarnación se ha unido con todo hombre, entonces mirando al Crucificado, demos precisar: Dios se ha unido, sobre todo, con todas las personas humilladas, maltratadas, malqueridas y abandonadas de la historia. Si al contemplar a Jesús crucificado nos olvidamos de las víctimas, sea cual sea su raza, cultura o religión, entonces es que nuestra mirada no es la de la fe.



Y una cosita sobre este pensar en el pecado que con demasiada rapidez se proclama al predicar sobre la cruz de Cristo. Pecado es lo que Dios no quiere. Y lo que Dios no quiere es lo inhumano, lo que daña al ser humano. En la cruz de Cristo y en todas las cruces de la historia se revela, sin duda, el pecado, o sea, lo que Dios no quiere. Dios no quiere que el ser humano sufra, Dios no quiere que martiricemos a nadie, que cometamos injusticias con el hermano, hasta el punto de matarle. No, Dios no está de acuerdo con la cruz, pero está a favor del Crucificado. En la cruz de Cristo se revela lo que Dios no quiere (a saber, el sufrimiento de las víctimas) y lo que Dios quiere: la vida y la felicidad para todos, el entendimiento y la reconciliación entre las personas y los pueblos, el trabajo por un mundo más justo, en el que sea posible la vida para todas las hijas y los hijos de Dios.

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