SEGUIR A JESUS,
LA NORMA DE TODO
CRISTIANO
BENJAMÍN
FORCANO, teólogo, bforcanoc@gmail.com
La lectura directa del Evangelio es interpelante y
cuestiona muchas de nuestras formas de entender la vida cristiana. Nuestro
tiempo es un tiempo de grandes transformaciones y, en el aspecto religioso, se
las quiere también asegurar mediante un
retorno radical a Jesús. Ha habido de por medio muchas cosas que nos lo han alejado, oscurecido e incluso secuestrado.
Los evangelistas no pueden ser más claros: hablan de
quienes quieran seguir a Jesús y explican qué deben hacer para ello.
Primero,
que nadie pretenda asociarse a la ligera sin saber a qué se compromete. El
proyecto de Jesús no coincide con otros de la sociedad. Se trata de un proyecto
que incluye principios, valores y compromisos bien concretos.
Segundo,
abrazar su proyecto equivale a colocar en el centro de la vida los valores por
los que Él ha luchado y vivido y que, inevitablemente, entrarán en conflicto
con los valores de otros proyectos, que supondrán afrontar la incomprensión, la
malquerencia, la calumnia, la persecución e incluso la muerte. A Él, esto le
supuso la desaprobación y rechazo de los poderes establecidos de su tiempo,
civiles y religiosos, de la Sinagoga y del Imperio. Su talante y doctrina
ponían en peligro los privilegios y el dominio que esos poderes ejercían sobre
el pueblo. Ante ellos, Jesús no fue neutral, hizo públicas sus denuncias, sin
miedo, avergonzándoles y reclamándoles un cambio radical. Pero, el poder es
impenitente, y se encontró con que su suerte estaba echada: decidieron e
eliminarle.
Tercero,
Jesús sabe que a sus seguidores les va tocar actuar en circunstancias
parecidas, y se lo deja dicho: “Quien no
lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”.
¡Cuántas veces hemos malinterpretado estas palabras!
Llevar la cruz de Jesús no sobreviene porque Dios exija que le agrademos
espiando nuestros pecados con cilicios, maceraciones y sacrificios; ni porque
con eso aplaquemos su ira y acumulemos méritos; ni castiguemos y tengamos a
raya nuestras pasiones. El Dios de Jesús no es un Dios que habría pedido la
inmolación de su Hijo para reparar nuestros pecados y que se recrea con nuestro
dolor y sufrimiento. Ese Dios es un Dios sádico, contrapuesto al Dios Amor que
nos revela Jesús.
La cruz de sus seguidores no son cruces materiales,
que tienen que buscar y con ellas soportar e imitar su dolor. Dios no quiere el dolor por el dolor ni el
sufrimiento por el sufrimiento. Jamás. Se trata de otra cosa: la cruz, de
Él y nuestras, vienen por seguirle, por adoptar su estilo de vida, por luchar y
vivir por lo que Él luchó y vivió. No hay que buscarlas, vendrán como una
consecuencia impuesta por otros, “a causa de su hipocresía, que les lleva a
honrar a Dios con los labios y tener su corazón lejos de Él” (Mr 7, 6), a
“mostrar una virtud aparente y albergar dentro maldades que manchan al hombre
(Mc 7,22-23). “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os expulsen y
os insulten y propalen mala fama de vosotros por causa de este Hombre. Alegraos ese día” (Lc 6, 22-23).
Cuarto,
el seguimiento de Jesús, con la consecuencia inevitable de tener que asumir la
cruz que los fariseos, la gente hipócrita y mentirosa, nos impongan, no tiene
sentido sino es porque anunciamos y practicamos un proyecto de convivencia distintos, unos valores que ellos repudian. Valores que están a la vista en las
páginas de su Evangelio: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten,
tened en dicha a los pobres y no los ricos, amad no sólo a los que os quieren
sino a vuestros enemigos, no juzguéis ni condenéis, antes de sacar la mota del
ojo ajeno sacad la viga del propio, el más pequeño entre vosotros ese es el más
grande, amad a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo, atended
a cualquier prójimo necesitado con misericordia, dichoso quien escucha el
mensaje de Dios y lo cumple, tened limpio todo no sólo lo de fuera, no paséis
por alto lo más insignificante y os olvidéis de la justicia y del amor, rehuid
el honor y las reverencias, no abruméis a los demás con cargas que vosotros no
rozáis ni con un dedo,…
Dicho de otra manera:
- Todos vosotros sois hermanos y, si hermanos, iguales; y, si iguales, merecedores
del mismo trato y amor.
- El que aspire a ser el mayor, que sea servidor de
todos. Que nadie se tenga en más que nadie;
La soberanía de quien me sigue está en servir, no en mandar.
-Los últimos son los primeros. Debéis tener como predilectos a los últimos, a los
que no cuentan en la política y en la sociedad. Ellos son los preferidos de Dios
y, para Él, serán los primeros.
- Hacer un bien a los más pequeños, es como
hacerlo a mí mismo. Los pobres son mis vicarios: los que me
representan y hacen mis veces. Y la sentencia última de la vida se hará en base
a cómo os habéis portado con mis hermanos los más pequeños
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