sábado, 18 de mayo de 2013


  Martín Gelabert Ballester, OP 
El Espíritu no actúa echando suertes 



El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la elección de Matías para formar parte del grupo de los doce en sustitución de Judas, los creyentes hicieron oración, echaron suertes, y salió el nombre de Matías. No es legítimo deducir de ahí que un resultado es tanto más atribuible al Espíritu cuanto menos intervención humana haya en el resultado. El Espíritu, en los asuntos que conciernen al ser humano, siempre actúa con nosotros y nunca sin nosotros. Como actuó en el caso de la elección de Matías. Porque no se trató de un sorteo puro, sino muy dirigido. Los candidatos necesitaban cumplir ciertas condiciones (la más importante, haber conocido al Señor Jesús) y, de entre los que cumplían esas condiciones, la asamblea eligió a dos. El sorteo se hizo entre los dos que habían pasado la criba de la elección eclesiástica.



Recientemente se ha nombrado un nuevo Papa copto. También ahí hubo sorteo, pues la mano inocente de un niño sacó la papeleta con el nombre del nuevo Papa. Pero el sorteo fue dirigido. Había tres candidatos elegidos tras un largo proceso de votaciones en el que participaron prelados de todos los rincones de Egipto. Es posible que este sistema sea una cura de humildad y evite algunas componendas demasiado humanas. Pero en todo caso, no se puede concluir que el Espíritu actúa a través de una lotería. El Espíritu siempre actúa a través de mediaciones humanas.



A veces he escuchado en boca de algunos predicadores o catequistas: “no he podido preparar la homilía o la catequesis, el Espíritu me inspirará”. Pues si uno no se ha preparado, lo más probable es que el Espíritu le inspire tonterías (dicho sea con la esperanza de que se me entienda bien). No se puede confundir la acción del Espíritu con la espontaneidad y la improvisación. Su acción está condicionada por la capacidad y el esfuerzo del ser humano. Actúa, no a pesar de, sino a través de la búsqueda, la sensibilidad y la inteligencia de los predicadores. La inspiración del Espíritu Santo no dispensa a la Iglesia y, en consecuencia al Papa y de los Obispos, del esfuerzo de la preparación, del estudio y de la buena información. En este sentido hay que decir que el Espíritu está condicionado.



Si el lenguaje es el órgano del ser interior, entonces el ser interior se condiciona al hacerse lenguaje. Si “la palabra es la carne de la idea” (como dice un himno de Laudes), entonces la idea está limitada por la palabra. De la misma forma, el Espíritu no actúa de forma automática o mágica, sino a través de la voluntad, la razón y la experiencia de quienes detentan la autoridad en la Iglesia o de quienes queremos seguir sus impulsos. Esto implica ser consciente de nuestras limitaciones y prejuicios, y un serio esfuerzo por buscar la voluntad de Dios usando todos los recursos de nuestra inteligencia, en lugar de sentirnos dispensados de esta búsqueda porque supuestamente dispondríamos mecánicamente del Espíritu.

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