Signos del Espíritu en el mundo
Leonardo Boff
Desde hace bastante tiempo se
ha venido desarrollando toda una teología de los "signos de los
tiempos", como una forma de percepción de un plan divino para la historia
humana. Este procedimiento es arriesgado porque para conocer los signos hay que
conocer primero los tiempos. Y hoy en día estos son complejos cuando no
contradictorios. Lo que es signo del Espíritu para algunos, puede ser un
anti-signo para otros.
Pero
hay algunos hechos que se imponen a la consideración de todos porque son
evidentes en sí mismos. Vamos a referiremos a algunos de ellos por la densidad
de significado que contienen.
El
primero es, sin duda, el proceso de planetización. Este, más que un
hecho económico y político innegable, representa un fenómeno
histórico-antropológico: la humanidad se descubre como especie que habita en la
misma y única casa, el planeta Tierra, con un destino común. Él anticipa lo que
ya decía Pierre Teilhard de Chardin en 1933 desde su exilio eclesiástico en
China: estamos en la antesala de una nueva fase de la humanidad: la fase de la
noosfera, es decir, la convergencia de mentes y corazones constituyendo una
única historia junto con la historia de la Tierra. Espíritu, que es siempre de
unidad, de reconciliación y de convergencia en la diversidad.
Otra
señal relevante está constituida por los Foros Sociales Mundiales que
empezaron realizarse a partir del año 2000 en Porto Alegre (RS). Por primera
vez en la historia moderna, los pobres del mundo, como contrapartida a las
reuniones de los ricos en la ciudad suiza de Davos, lograron acumular tanta
fuerza y capacidad de articulación que acabaron reuniéndose, miles y miles,
para presentar sus experiencias de resistencia y de liberación, y alimentar un
sueño colectivo de que otro mundo es posible y necesario. Ahí se notaron los
brotes de un nuevo paradigma de la humanidad, capaz de organizar de manera
diferente la producción, el consumo, la conservación de la naturaleza y la
inclusión de todos en un proyecto colectivo que garantice un futuro de vida.
La
Primavera árabe surge también como un signo del Espíritu en el mundo.
Incendió todo el norte de África y se llevó a cabo bajo el signo de búsqueda de
la libertad, de respeto de los derechos humanos y de integración de las
mujeres, consideradas como iguales, en los procesos sociales. Las dictaduras
fueron derribadas, se están probando las democracias, el factor religioso es
cada vez más valorado en el montaje de la sociedad, pero dejando de lado
aspectos fundamentalistas. Estos hechos históricos deben interpretarse, más
allá de su lectura secular y sociopolítica, como manifestación del Espíritu de
libertad y de creatividad.
¿Quién
podría negar que, en una lectura bíblico-teológica, la crisis de 2008 que afectó
principalmente al centro del poder económico y financiero del mundo, allí donde
están los grandes consorcios económicos que viven de la especulación a costa de
la desestabilización de otros países y la desesperación de sus poblaciones, no
es también un signo del Espíritu Santo? Esta es una señal de advertencia de que
la perversidad tiene límites y que sobre ellos puede venir un juicio severo de
Dios: su colapso total.
En
contrapartida al signo negativo anterior está el signo positivo de los
movimientos de víctimas que se organizaron en Europa, como el de los
«Indignados» en España e Inglaterra y los «Ocupas de Wall Street» en Estados
Unidos. Ambos revelan una fuerza de protesta y de búsqueda de nuevas formas de
democracia y de organización de la producción, cuya fuente última, en la
lectura de la fe, es el Espíritu.
Otro
signo del Espíritu ha tomado forma en la conciencia ecológica de un
número cada vez mayor de personas en todo el mundo. Los hechos no pueden ser
negados: hemos tocado los límites de la Tierra, los ecosistemas se están
agotando cada vez más, la energía fósil, motor secreto de todo nuestro proceso
industrial, tiene sus días contados, y el calentamiento global, que no para de
aumentar, en algunas décadas podría poner en peligro toda la biodiversidad.
Somos
los principales responsables de este caos ecológico. Es urgente otro paradigma
de civilización que esté en línea con las visiones ya probadas en la humanidad
como son el «buen vivir» y «el buen convivir» (sumak kawsay) de los
pueblos andinos, el «Índice de felicidad bruta» de Bután, el ecosocialismo, la
economía biocentrada y solidaria, una economía verde bien entendida o proyectos
cuya centralidad se pone en la vida, la humanidad y la Tierra viva.
Por
último, un gran signo del Espíritu en el mundo es el surgimiento del movimiento
feminista y del ecofeminismo. Las mujeres no sólo han denunciado la
secular dominación de los hombres sobre las mujeres (cuestión de género), sino
especialmente toda la cultura patriarcal. La irrupción de las mujeres en todos
los ámbitos de la actividad humana, en el mundo del trabajo, en los centros de
saber, en el campo de la política y de las artes, pero especialmente su
vigorosa reflexión desde la condición femenina sobre toda la realidad, deben
ser vistos como una manifestación de gran alcance del Espíritu en la historia.
La
vida en el planeta está amenazada. La mujer es connatural a la vida, pues la
genera y la cuida durante todo el tiempo. El siglo XXI, creo yo, será el siglo
de las mujeres, quienes, junto con los hombres, van a asumir cada vez más
responsabilidades colectivas. Gracias a ellas, los valores que más las
distinguen como el cuidado, la cooperación, la solidaridad, la compasión y el
amor incondicional serán la base de la nueva civilización planetaria.
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