viernes, 3 de mayo de 2013


Pbro Jorge Trucco
NO SE ANGUSTIEN NI TENGAN MIEDO
SEXTO DOMINGO DE PASCUA

Hech 15,1-2.22-29: 
"El Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido"
Ap 21,10-14.22-23: 
"No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor"
Jn 14,23-29: 
"Iremos a él y habitaremos en él"

Hace algunos años escuché esta historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Pepe. Su padre era mago. Todas las mañanas, Pepe se levantaba, se lavaba y se vestía a toda carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago se acercaba a Pepe y le decía al oído unas palabras mágicas que éste escuchaba lleno de emoción. Pepe guardaba las palabras mágicas en el bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía, sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de alegría.

Pepe tenía la costumbre de juntarse con algunos amigos y amigas en el camino hacia la escuela; primero que todo iba a la casa de Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El papá de Miguelito le decía a su hijo al despedirlo: «Tené cuidado al cruzar las calles... esperá siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruzá siempre las calles por el paso de cebra y no corrás. Esperá que autos se hayan detenido y tené cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito salía siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse con Pepe, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... 
Luego iban caminando a casa de María, que era hija de una dentista. Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comás chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lavate los dientes cada vez que comas algo; no mastiqués muy rápido y tené cuidado con las cosas duras...», y le daba un cepillo de dientes, hilo dental y un tubo de dentífrico. Y la pobre María salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con Pepe, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Después los tres iban corriendo a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un futbolista. A Campeón siempre lo despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tenés que ser el primero, el mejor en todos los deportes y en todas las clases; a mí no me vengas con segundos puestos; siempre hay que ganar; ser el mejor de todos en todo... Ánimo; hay que vencer a los demás en todo». Y su padre le colocaba una medalla que decía por un lado "Soy el mejor" y por el otro decía "Soy el primero"... Y Campeón, salía siempre con una cara de 'partido perdido'...; pero al encontrarse con Pepe, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Por último, pasaban a recoger a Tesorito; una niña muy bonita y muy bien puesta, hija de una familia muy rica; tenían una casa enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy bonito; todas las mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija: «Tenés todo lo que necesitás; llevás dinero, comida, libros, cuadernos, lápices, colores, plastilina... Llevás de todo y no te falta nada; te hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida... Por eso no hace falta que te digamos nada más». Y así la despedían sin decir más... Y la pobre Tesorito salía con una cara de 'felicidad fingida'...; pero al encontrarse con Pepe, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Al llegar al colegio, sus amigos le preguntaron a Pepe por las palabras mágicas; pero Pepe no quiso revelarlas porque su padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro, perderían su efecto mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy temprano, a la casa de Pepe; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que llegara la hora en que saliera con su papá mago; querían escuchar las palabras mágicas que le decían; pasó un rato y por fin salieron Pepe y su papá mago... prestaron mucha atención y por fin escucharon las palabras mágicas: El papá mago le decía a Pepe: «Hijo mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».

Cuando hemos sentido una experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas que nos presenta la vida.[1] “¡No se inquieten ni teman! El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”.




[1] Hermann Rodríguez Osorio, S.J., Encuentros con la Palabra.

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