Pbro. Diego Fenoglio
Domingo III de Adviento – Ciclo C
2012
“La alegría
del compartir”
En la primera lectura
el profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo sin
rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora.
Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos
extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión nueva
donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse…encontrarse con el Señor del
Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y
más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a
sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no
es persona…Al final de su libro Sofonías anuncia días mejores para Jerusalén e
invita a la alegría a través de una gran fiesta en la que todo serán danzas,
alegría y regocijo. Israel rebosa gozo porque el Señor ha cancelado la
cautividad…
En el Evangelio nos encontramos con
la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña,
pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El
pueblo llano padecía un sistema sociopolítico colonizador y por eso buscan la
liberación. Los judíos sencillos que acudían a ser bautizados por Juan y a transformar
totalmente su vida vivían en un país reducido a la miseria a causa de la
discriminación social que sufrían por parte de los judíos ricos, de la
dominación cultural y de la opresión imperialista de los romanos. La actividad
de Juan –y también la de Jesús–es de provocación. Se trata de una alternativa
deliberada al sistema oficial de purificación, del culto oficial (Convendría
que nuestros dirigentes religiosos tuvieran en cuenta y no olvidaran este
evangelio)…Ante esta situación, Juan y esta gente sencilla esperaban la
liberación...
La alegría brota de la
esperanza, de que algo deseado llegará. Pablo esperaba la segunda venida de
Jesús antes de que él muriera. Por eso invitaba a la alegría. Pablo se
equivocó, porque esta segunda venida no se produjo. Pero de lo que sí estamos
seguros los cristianos de hoy es de que Jesús viene a diario en los pobres,
necesitados y desvalidos. Ahí lo encontraremos. Jesús y ellos nos comprometen
en su salvación. Si realmente creemos en Jesús, ayudar a estas personas sí que
traerá una gran alegría a nuestras vidas. El Evangelio pretende que el oyente
de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su
comportamiento esté de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena
noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben
compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta
conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros.
¿Qué debemos hacer? Es la pregunta
que muchos nos podemos formular hoy. La respuesta de Juan Bautista no es teoría
vacía. Es a través de gestos y acciones concretas de justicia, respeto,
solidaridad, y coherencia cristiana, como demostramos nuestra voluntad de paz,
vamos construyendo un tejido social más digno de hijos de Dios, vamos
conquistando los cambios radicales y profundos que nuestra vida y nuestra
sociedad necesitan. Pero para eso, es necesario purificar el corazón, dejarnos
invadir por el Espíritu de Dios, liberarnos de las ataduras del egoísmo y el
acomodamiento, no temer al cambio y disponernos con alegría, con esperanza y
entusiasmo a contribuir en la construcción de un futuro no remoto más humano,
que sea verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y así poder
exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor!
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