sábado, 22 de diciembre de 2012






Cambio de acentos

Pero sin dejar de lado las diversas hermenéuticas y aplicaciones del Vaticano II, si nos fijamos en el nuevo contexto socio-eclesial que hoy vivimos, constataremos que ha habido como un corrimiento de acentos y de interés en la apreciación y actualidad de los mismos documentos conciliares.
 
Para poner algún ejemplo, si la eclesiología del Vaticano II estuvo centrada en Lumen gentiumuna Iglesia ya constituida, hoy día vemos que el decreto Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia recobra mayor actualidad y urgencia y esto no sólo para los llamados “países de misión” sino también y quizás sobre todo para los mismos países de tradición católica, convertidos hoy en verdaderos países de misión, donde es necesaria una nueva evangelización. ¿Es casual que el próximo Sínodo de obispos tenga como tema la Nueva evangelización?
 

El ecumenismo conciliar, expresado sobre todo en el decreto Unitatis redintegratio, parece quedar un tanto desplazado ante la actualidad del diálogo inter-religioso que el mismo Vaticano II propició en su decreto Aetate nostra. ¿Qué sentido y urgencia tienen las discusiones domésticas entre cristianos ortodoxos, evangélicos y anglicanos, cuando el grave problema es la relación con las grandes mayorías no cristianas? Toda la problemática ecuménica, evidentemente no desaparece, pero queda como en un segundo lugar ante los problemas religiosos y políticos del diálogo con el Islam, Hinduismo, Budismo, Judaísmo y las religiones originarias, lo que algunos llaman macro-ecumenismo, aunque a otros disgusta este nombre.
 
Para poner otro ejemplo intra-eclesial, las discusiones en torno a la Nota previa introducida un tanto misteriosamente al final de la Lumen gentium sobre la relación entre primado y colegialidad episcopal, quedan hoy muy relativizadas y como desplazadas ante el pedido del mismo Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint (1995) de que dirigentes y teólogos de las diferentes Iglesias y comunidades cristianas le ayuden a reformular el ejercicio del primado petrino hoy, para que, sin renunciar a su misión de servicio a la comunión, deje de constituir un obstáculo (¿el principal?) para la unión de los cristianos.
 
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo interpretar estos cambios que afectan al mismo ser eclesial?
 
De la eclesiología al problema de Dios.
 
Más allá de las buenas o malas voluntades, más allá de las diferentes ideologías y de las diferentes hermenéuticas en torno al Vaticano II, hay que reconocer que hoy estamos ante un cambio de época, estamos entrando en una crisis de cultura mundial, no precisamente destructiva, pero sí de proporciones inéditas.
 
Antropólogos, sociólogos, filósofos e historiadores reconocen que vivimos una situación nueva, una especie de tsunami, de terremoto global, que afecta a todas las dimensiones de nuestra existencia: sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas y espirituales. La generalización y aceleración de las comunicaciones, la globalización de flujos energéticos y de los recursos, la movilidad de las personas, el impacto creciente e inesperado de la ciencia, la amenaza de la degradación del planeta, nos producen la impresión de caos generalizado.
 
Si hace algunos años todavía se soñaba en el Estado de bienestar,  actualmente todo el mundo vive en una atmósfera de inseguridad, de incertidumbre y precariedad. La llamada “época axial” o el “tiempo eje” que desde el 900 a. C. hasta el 200 a. C. configuró la sabiduría y cosmovisión religiosa de China (Confucio), India (Buda), Grecia (Sócrates)  e Israel (Isaías, Jeremías y los profetas)[1], hoy ha entrado en una profunda crisis, se necesita elaborar un “segundo tiempo axial” (K. Jaspers), o mejor aún, hay que reconocer que ya estamos viviendo en un nuevo tiempo axial
 
Todo esto naturalmente afecta a nuestra conciencia religiosa y eclesial. J.B.Metz ha formulado en una especie de sorites los cambios que vivimos a nivel religioso y eclesial. Frente a una época de pertenencia pacífica a la Iglesia hoy hemos ido pasando primero a afirmar “Cristo sí, Iglesia no”, para luego ir avanzando a “Dios sí, Cristo, no” y más adelante “religión sí, Dios, no”, para acabar diciendo “espiritualidad sí, religión no”. 
 
En este clima caótico de cambio e incertidumbre generalizada, la problemática del Vaticano II ha quedado de algún modo desplazada o incluso superada. Ya no tiene mucho sentido seguir discutiendo sobre ritos litúrgicos, la curia vaticana, la disminución de la práctica dominical, el control de natalidad, la comunión a los divorciados o las parejas homosexuales…Los problemas son mucho más radicales y de fondo. Las generaciones jóvenes son las que más lo perciben y sufren.
 
El Vaticano II fue un concilio fuertemente eclesiológico, centrado en la Lumen gentium y en laGaudium et spes. Respondía a la pregunta que Pablo VI había lanzado a los padres conciliares: “Iglesia ¿qué dices de ti misma?” Todos los demás documentos giran en torno a la Iglesia o convergen en ella: revelación, liturgia, laicado, Pueblo de Dios, jerarquía, vida religiosa, ecumenismo, diálogo con el mundo moderno etc.
 
Pero pocos años después del Vaticano II, el mismo Pablo VI, en una semana social de Francia cambió la pregunta del Concilio y la convirtió en esta otra: “Iglesia ¿qué dices de Dios?”
 
El teólogo y cardenal Walter Kasper reconoce que el Vaticano II se limitó demasiado a la Iglesia y a las mediaciones eclesiales y descuidó de atender al verdadero y auténtico contenido de la fe, a Dios[2]
 
Y Rahner llegó a afirmar que el concilio Vaticano I había sido más audaz que el Vaticano II al haberse atrevido a tratar la cuestión del misterio inefable de Dios. Y a este propósito escribió:
 
“El futuro no preguntará a la Iglesia por la estructura más exacta y bella de la liturgia, ni tampoco por las doctrinas teológicas controvertidas que distinguen la doctrina católica de los cristianos no católicos, ni por un régimen más o menos ideal de la curia romana. Preguntará si la Iglesia puede atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable que llamamos Dios. (…) Y por esta razón, las respuestas y soluciones del pasado Concilio no podrían ser sino un comienzo muy remoto del quehacer de la Iglesia del futuro”[3].
 
La Iglesia ha de concentrarse en lo esencial, volver a Jesús y al evangelio, iniciar una mistagogía que lleve a una experiencia espiritual de Dios, es tiempo de espiritualidad y de mística. Y también de profecía frente al mundo de los pobres y excluidos que son la mayor parte de la humanidad, y frente a la tierra, la madre tierra, que está seriamente amenazada. Mística y profecía son inseparables. La Iglesia ha de generar esperanza y sentido a un mundo abocado a la muerte.
 
No es tiempo de retoques parciales, estamos en un tiempo que recuerda al que precedió inmediatamente a la Reforma. Hay que ir a lo esencial. Y no engañarnos, no caer en la vieja tentación de tocar violines mientras el Titánic se hunde…La Iglesia ha de ser una comunidad mistagógica[4], una comunidad hermenéutica, que sea mediación y no obstáculo para el encuentro con el Dios de Jesús.
 
Del caos al kairós
 
En este clima de perplejidad y de crisis universal, los cristianos afirmamos que en medio de este caos, está presente la Ruah, el Espíritu que se cernía sobre el caos inicial para generar la vida, el mismo Espíritu que engendró a Jesús de Maria Virgen y lo resucitó de entre los muertos. Del caos puede surgir un tiempo de gracia, un kairós, una Iglesia renovada, nazarena, más pobre y evangélica.
 
Algunas voces postulan un nuevo concilio, pero en la actual situación eclesial y con el episcopado nombrado en las últimas décadas, un nuevo concilio tendría el gran riesgo de ser sumamente conservador y tradicionalista, nostálgico de la época de cristiandad del segundo milenio…
 
Habrá que esperar mejores coyunturas de futuro, confiar en la fuerza del Espíritu que sigue guiando a la Iglesia. Y en todo caso, no debería convocarse  un Vaticano III, al estilo de los anteriores sínodos de la Iglesia occidental, sino algo diferente y nuevo, un concilio verdaderamente ecuménico, un Jerusalén II…


* Vea también la primera y la segunda parte de este artículo.

[1] K.Armstrong, La gran transformación. Barcelona 2007
[2] W.Kasper, El desafío permanente del Vaticano II, en Teología e Iglesia, Barcelona 1989, p 414.
[3] K.Rahner, El Concilio, nuevo comienzo, Barcelona 1966, p 22
[4] F.J.Vitoria, No hay “territorio comanche” para Dios, Madrid 2009, 163-193

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