lunes, 24 de diciembre de 2012


La última Navidad 
de 
Monseñor Romero


(Monseñor Óscar Romero).- ¿Por qué de esta alegría de Navidad? Parece como si esta noche, 24 de diciembre de 1977, por primera vez los ángeles cantaran sobre todos nuestros pueblos: "Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres". Y parece como que los hombres escuchan por primera vez con la sorpresa de una buena noticia, lo que los ángeles anuncian en Belén: "Os anunciamos una buena nueva, hoy os ha nacido un Salvador".

Es una hora solemne, hermanos, la que el evangelista hablando de María dice: le llegó su hora, no solamente la hora que llega a cada mujer cuando va a dar a luz a su hijo, sino que ese hijo que va a brotar de las entrañas virginales de María marca una hora tan solemne en el momento de su nacimiento que desde ese punto el mundo se divide, y la historia, en un antes de Cristo y después de Cristo. Antes de Cristo todo era esperanza, promesa, profecía. ¿Tú eres el que ha de venir o esperamos a otro?, le decían a Cristo cuando ya le vieron presente; el esperado de las naciones. Era la esperanza de los viejos profetas y patriarcas la que hoy se hace realidad en el niño que nace y, a partir de Belén, toda aquella esperanza que ha llegado a la plenitud de los tiempos, a la realización de Dios, ya no puede vivir sin Cristo. Desde ese momento, se puede decir lo del Concilio "El Señor de la historia", y aún esa historia que era antes que Él, no ha habido un nacido de mujer del cual se haya hablado con tanta profundidad antes de nacer como de Cristo nuestro Señor. ¿Qué es lo que viene a marcar esa hora de Cristo? Viene a marcar el gran ideal de Dios sobre los hombres: "Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres que ama el Señor". No es que Dios espere de la benevolencia humana como el motivo para ser bueno con los hombres. En esto conocemos que nos ha amado tanto, en que siendo pecadores y viviendo de espaldas a Dios él nos ama y ha trazado un proyecto sobre nosotros los pecadores, el proyecto que el profeta Isaías nos ha descrito esta noche como un reino que va a ser construido por ese niño, un reino con una paz sin límites, un reino sostenido y consolidario con la justicia y el derecho, un reino que durará ahora y por siempre, o como San Pablo lo ha descrito en su carta a Tito que se ha leído, se trata de que este Cristo viene a formarse un pueblo purificado de sus pecados que será su gloria, no sólo en el tiempo sino en la eternidad.

Hermanos, con Cristo Dios se ha inyectado en la historia, con el nacimiento de Cristo el reino de Dios ya está inaugurado en el tiempo de los hombres. Desde hace veinte siglos todos los años esta noche recordamos que el reino de Dios ya está en este mundo y que este Cristo ha inaugurado la plenitud de los tiempos. Ya su nacimiento marca que Dios está marchando con los hombres en la historia, que no vamos solos y que la aspiración de los hombres por la paz, por la justicia, por un reino de derecho divino, por algo santo, está muy lejos de las realidades de la tierra; lo podemos esperar, no porque los hombres seamos capaces de construir esa bienaventuranza que anuncian las sagradas palabras de Dios, sino porque está ya en medio de los hombres el constructor de un reino de justicia, de amor y de paz.

Estamos en la plenitud de los tiempos. Desde la primera venida de Cristo que marca el origen del cristianismo hasta la segunda venida, a la cual se refiere también San Pablo diciéndonos a los que estamos celebrando la Navidad que, si hoy hay alegría en el recuerdo de aquella espera de Cristo hace veinte siglos, los cristianos deben de vivir la gran alegría, la gran esperanza de que retornará para coronar la plenitud de los tiempos a recoger todo el trabajo de su Iglesia, a recoger toda la buena voluntad de los cristianos, todo lo que se ha sembrado en el sufrimiento, en el dolor, lo recogeremos convertido ya en el reino definitivo que no puede dejar de cumplirse. Vendrá ese reino de justicia, vendrá ese reino de paz, no nos desanimemos, aun cuando el horizonte de la historia como que se obscurece y se cierra, y como si las realidades humanas hicieran imposible la realización de los proyectos de Dios. Dios se vale hasta de los errores humanos, hasta de los pecados de los hombres, para hacer surgir sobre las tinieblas lo que ha dicho Isaías: "Un día se cantará también no solo el retorno de Babilonia sino la liberación plena de los hombres. El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; habitaban tierras de sombras pero una luz ha brillado".

En esta noche Santa, hermanos, la luz que fulgura en Belén es el signo de nuestra esperanza, no nos desanimemos ante las pruebas de nuestra esperanza, esperemos contra toda esperanza, aferrémonos a esa plenitud de los tiempos, vivamos ese ideal de Dios que tiene que realizarse. La Navidad es un mensaje de optimismo que yo quisiera clavar muy adentro en el corazón de cada cristiano para que esta noche marcara, como la palabra divina nos lo está haciendo, una noche que marque el principio de un reino de Dios que se espera con seguridad.

¿Por qué? Este es mi segundo pensamiento; no lo vamos a hacer nosotros los hombres, ese reino ya lo está construyendo Cristo. Hemos oído con qué belleza nos ha descrito el profeta Isaías la bella figura de Cristo Nuestro Señor. Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, lleva al hombro el principado y es su nombre maravilla de consejero, Dios guerrero, padre perpetuo, príncipe de paz, para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David, y sobre su reino. Cuenta la historia que cada vez que un descendiente de David era ungido como sucesor en el trono que Dios había prometido mantener, se pronunciaban como un ritual estas palabras de Isaías, en las cuales no era propiamente el hombre que se coronaba en el trono de David el que iba a realizar este proyecto de Dios, sino que se pensaba en la profecía. Todos los reyes de la dinastía davídica tenían un ideal y se realizaría no con un simple hombre de la historia, sino cuando ese hombre fuera, al mismo tiempo, un Dios, Emmanuel, Dios con nosotros; de tal manera que los reyes de Israel y de Judá sabían que ellos eran muy limitados, pecadores, imperfectos, y que ningún rey, ningún gobernante, puede realizar la plenitud del proyecto de Dios. Y la Iglesia y el reino de Dios será el que le toca criticar, concientizar, analizar, que a los reinos de la tierra todavía les falta justicia, les falta paz, les falta eficiencia, y sólo cuando el rey verdadero anunciado por Dios, Cristo, sea verdaderamente el rey de todos los corazones, entonces habrá ese reinado que Dios proyecta. El rey ideal nunca se realizó en el trono de David hasta esta noche en que pudieron cantar los ángeles las palabras del profeta: "ha nacido ya el niño y sobre su hombro está ya un reinado de paz, de justicia y de amor".

Sólo Cristo lo puede dar, por eso también leemos en la segunda lectura, donde San Pablo define a este Cristo, esta Navidad, como la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. En esta noche, hermanos, nos acercamos a una cuna que no es la de un niño, es la de un Niño Dios y, ante esa cuna, esta palabra de San Pablo debe ser la iluminación de nuestra fe, confesión de su divinidad: "Es el gran Dios y salvador nuestro que ha nacido: Jesucristo". Y por eso también en el evangelio, cuando los ángeles van a anunciar a los pastores al recién nacido en Belén lo describen así: "os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor". Miren que tres bellos nombres: "os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor". Mencionar "Señor" en aquellos tiempos en que se escribió el evangelio era dirigir un reto a los ídolos de la tierra. Para el cristiano no hay mas que un Señor, ha nacido hoy y hemos de adorarlo, al único Señor ante los hombres, ante el cual los hombres deben doblar las rodillas; ante ningún otro Señor de la historia ni del tiempo; Cristo es el Señor, Cristo es el Mesías, Cristo es el Salvador.

Y finalmente, hermanos, si éste es el proyecto de Dios y su propio hijo es el artífice de ese proyecto, no quiere hacerlo solo. El tercer pensamiento de este mensaje navideño es traducir de la palabra divina lo que Dios espera de los hombres. Lo que Dios encuentra muchas veces es la oposición, es el desprecio de Dios; y aquí en la lectura de Isaías encontramos cómo las sombras que se cernían sobre aquella región de tinieblas era precisamente el fruto del atropello que los hombres hacían. Pero ya anuncia Isaías: "la vara del opresor, el yugo de carga, el bastón de su hombro los quebrantará como en día de Madián. La bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán combustible, pasto de fuego". No es el triunfo de la grosería ni de los hombres lo que va a prevalecer; está profetizado que los hombres también que se oponen al reino de Dios servirán para manifestar más el esplendor de la gloria de Dios y se convertirá en combustible de incendio todo aquello que se opone al reino de Dios.

En cambio, encontramos en la lectura del Nuevo Testamento, el evangelio y San Pablo, cómo hasta los hombres que ignoraban a Cristo Dios los hace instrumentos de su reino. Oyeron cómo comenzó el evangelio de hoy: "Salió un decreto del emperador Augusto y un censo que hizo Cirino gobernador de Siria". Los gobernantes, los grandes de la tierra, son instrumentos de Dios. ¿Quién le iba a decir al imperio romano que toda su grandeza iba a terminar aquí, de rodillas ante la cuna del Niño Jesús? ¿Quién le iba a decir al emperador Augusto que su orden de irse a empadronar cada uno a su pueblo de origen iba a ser obedecida por José desde Nazaret y María para que Cristo cumpliera una profecía, nacer en Belén?. Los hombres, aún sin saberlo, somos instrumentos de Dios, pero, cuando el hombre no se opone a Dios y no ignora a Dios sino que se hace conscientemente instrumento de Dios, es María, es José, es el grupo de pastores, es Pablo apóstol, es la Iglesia, somos los cristianos, que habiendo recibido en el bautismo la incorporación a este pueblo santo que Cristo se está formando para hacerlo presente en todas las horas de la historia, tenemos que escribir estas consignas que nos da San Pablo hoy.

Trae Dios la salvación y nos está enseñando a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dichosa esperanza. Hermanos, esta es la llamada de Dios en esta noche. Cómo quisiera yo ir acercándome a cada corazón para preguntarle: ¿a cuál de estos grupos humanos perteneces en esta noche santa? ¿a los que se oponen a Dios y siembran tinieblas en la tierra? ¿a los que desconociendo a Cristo le sirven sin saberlo de instrumento de su reino como el emperador y los grandes en tiempo de Cristo?. Ojalá sean mas bien como el tercer grupo, el de la Virgen, el de los pastores obedientes, el de los que acuden al llamamiento del Señor.

Nosotros, los cristianos, tomemos conciencia en esta noche que Cristo no nació hace veinte siglos, Cristo está naciendo hoy en nuestro pueblo, en nuestro corazón, en la medida en que cada cristiano trate de vivir a integridad el evangelio, la vida cristiana, las consignas de la Iglesia verdadera de Dios, en esa medida cada uno de nosotros es como el apóstol, es como María, es como el pastor que da gloria a Dios, canta la alegría de haber conocido a Cristo y trata de llevar esa noticia a otros como los pastorcitos de Belén. Para esto es necesario convertirse sinceramente a Cristo, convertirse al amor que nos visita, hacer eco a la bondad infinita de Dios que nos trae la redención; no rechazarla, no ser tiniebla, ser corazón abierto como una cuna para que nazca Cristo en cada alma esta noche y desde entonces se inunde de luz cada corazón para cantar con los ángeles el anuncio que tenemos que llevar a todos los hombres, a toda la sociedad, a toda la patria: "Os ha nacido un salvador". Hermanos, desde este mensaje de la gloria de Dios, de la paz a los hombres, quiero decirles respaldado por la palabra divina: ¡FELIZ NAVIDAD!

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