sábado, 8 de diciembre de 2012


A los derechos humanos, sin atajos espirituales
Hay mucho trecho 
entre la crisis espiritual y la crisis material
José Ignacio Calleja 


¿Sobre los derechos humanos, en su día internacional? Un par de datos y su comentario, nada más.

‹ Cuando se ha habla de los derechos humanos con sentido retórico, sin atender a sus condiciones de posibilidad en cada lugar, cuando se proclama que se está por la vida siempre y de todos, hay que considerar negaciones tan reales y asumidas como ésta:

 "No existe ninguna razón biológica para que la esperanza de vida varíe hasta más de 40 años de un país a otro, o para que varíe dos decenas de años, en una misma ciudad, dependiendo del barrio en el que uno viva. Las condiciones sociales en las que las personas nacen, crecen, trabajan y envejecen determinan su buena o mala salud". ›

Esta es la principal conclusión de un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), presentado en el 2012, en Ginebra, tras tres años de trabajo.

Cuando leo por tantos sitios, que las estructuras sociales justas son subordinadas respecto al cultivo de la condición espiritual, en el logro de una vida digna para todos, pienso, ¡uf!, ¡qué pocas carencias de lo elemental han tenido estos "maestros"! En fin, prefiero pensar en un "y - y", y olvidarme de primero y segundo, antes y después, el huevo o la gallina. Cierto cristianismo tiene miedo a perder este orden de las cosas, cuando en realidad, la gloria de Dios es que el ser humano más pobre, viva. Y si viven ellos con dignidad, vivimos todos. ¿Dónde está la rivalidad de Dios con nosotros?

En algún lugar he leído, que en la antigua Unión Soviética ("Rusia"), el paso del viejo socialismo colectivista al modelo capitalista actual, ha significado una reducción de unos cuatro años en la media de edad de la población. Que nadie saque de mis palabras conclusiones contra la democracia; sólo pienso en que los procesos de cambio social siempre tienen un precio bien duro para el pueblo llano; la peor parte en la herencia, ya se sabe de antemano quién la va a tener; cuanto más pobre es la gente, más duros son los efectos sobre ella; si el proceso de cambio es querido por casi todos, sucede esto; y si es impuesto desde el poder, entonces mejor no contar lo que sucede; a la crisis de España me remito; y, por supuesto, un precio ignorado o callado. (¡Porque como el problema es de falta de fe en Dios!, - se oye tantas veces -. Bueno, sí, pero no; pienso que hay mucho trecho entre la crisis espiritual y la crisis material; y pienso que hay que recorrerlo también en sus claves sociales como injusticia; lo otro, la lectura inmediatamente espiritual, es saltar en "parapente" para evitarnos los duros caminos de la tierra. La llamamos lectura cristiana, pero no es cristiana, sino idealista y precristiana.

En la vida social no hay atajos espirituales para descifrar los problemas de injusticia sin mostrarse comprometidos con ella y creando amigos y enemigos. En situaciones de desigualdad radical, en tantos sentidos sociales, esto es imposible. Hay libertad, sentido crítico, equidad, gratuidad, compasión, fe, amor y oración, - hablo como creyente -, pero sin conocimiento social y compromiso por la justicia claros y explícitos, hasta el Evangelio se escurre como arena entre los dedos, y sus maestros naturales, - los Obispos y la Iglesia toda -, serán, - seremos -, tan ingenuamente independientes como pillados por el statu quo. ¡Qué más quiere el poder social de Europa y España que un catolicismo desencarnado en cuanto al componente estructural de la crisis y sus salidas! No quiero pensar que esto facilita pactos en torno a otros intereses, por legítimos que sean.

La realidad de los derechos humanos, desde los más débiles y pobres, es todavía un mar de silencios en la información cotidiana de nuestras sociedades. Los medios parecen plagados de noticias sobre ellos, pero su percepción individualizada y la reiteración en los casos más mediáticos, desactiva en gran parte la crisis humanitaria que representan donde suceden. Desde luego que en nuestro tiempo, - quizá el efecto más benigno de la globalización de las comunicaciones -, es más difícil que nunca silenciar los abusos contra los derechos humanos; pero la selección de ellos es tan rotunda, nuestro "estomago" moral tan delicado y la rebaja en su componente social tan claro, que el pesimismo en ello no es un vicio, sino una virtud de la razón.

Y no tengo que ir hasta la nueva Rusia en el ejemplo anteriormente contado; callamos pero se sabe que la sociedad española perderá con certeza varios años, en la media de vida que hoy alcanza su población, - 83 años en las mujeres, y 75 los hombres, aproximadamente -. Cuando pase lo peor de la crisis actual, - mejor aún, cuando nos adaptemos con grilletes a ella -, y se verifiquen sus consecuencias sobre nuestra salud, las cifras del vivir y morir, van a ser otras. Se sabe desde ahora y bien. Los derechos humanos, su respeto, tienen esta condición transversal en muchos de ellos: hoy no parece que pase algo definitivo, y en treinta años, son evidentes unos efectos tan graves como injustos. ¿Para todos? No tanto, no; para los más pobres y vulnerables, sin remedio y ante todo. 

Eran un par de ideas, hilvanadas con algún criterio moral, y abriendo boca al día internacional de los derechos humanos, que son todos; todos los derechos, de todos, y todos los días. Y eran, otra vez, expresión de mi voluntad de ganar a la Iglesia española, y por ella a la romana, para la dimensión y condición social de la fe y de la evangelización tan reclamada. No hay atajos espirituales para salvar al ser humano de la injusticia social, ni se puede apelar a Jesucristo en ello con buena conciencia. Paz y bien.


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