Jesus acaba con el poder sagrado
El Evangelio es profano
Los pobres, los marginados y oprimidos constituyen el núcleo de la predilección divina
Carlos Escudero
De mi reciente libro El Evangelio es profano, (Ed. El Almendro - Córdoba), podemos destacar como puntos fundamentales:
1. Jesús es enviado para proclamar y realizar el reinado de Dios con los seres humanos. Este reinado aparece como algo radicalmente nuevo y definitivo: "La Ley y los profetas llegaron hasta Juan, a partir de ahí se anuncia el reinado de Dios" (Lucas 16,16). Es decir, el Antiguo Testamento termina con Juan Bautista. A partir de ahí, la persona de Jesús, su actividad y mensaje aparecen como novedad absoluta.
Las principales características de este reinado son:
a) Por iniciativa de Dios, este reinado se va a ir realizando, no a través de lo sagrado: mediación sagrada, instituciones y lugares sagrados, sino a través de lo secular, de lo profano: atención preferente a los pobres y marginados; contacto permanente con la gente, teniendo en cuenta su vida misma: penas, alegrías, y esperanzas; curación de enfermedades de diversa índole; todo esto constituye el ámbito de lo profano. Las mismas bienaventuranzas, que son un resumen y un compendio del Evangelio, tienen carácter profano, no sagrado. Podemos afirmar que desde la escena de la Anunciación hasta la celebración de la propia Pascua de Jesús, incluyendo su espantosa muerte en la cruz, todo aparece y se realiza en el ámbito de lo profano.
b) Dios reina como Padre; es decir, de los evangelios desaparece el Dios trascendente del Antiguo Testamento, que creaba distancia, desconfianza, confusión y temor; "contemplar su rostro" era muerte segura. Por otra parte, este Dios era sólo El Dios de Israel y se hace, de algún modo, inmanente en su historia; los demás pueblos eran paganos y estaban automáticamente alejados de su salvación y misericordia. Para Israel, su Dios era su defensa y baluarte y acompañaba a sus jefes y reyes para destruir con eficacia, y a veces de manera dramática -hasta la aniquilación incluso de mujeres y niños-, a todos los pueblos contra los que luchaba Israel.
Pero Jesús, que tiene una relación única y exclusiva con Dios, su Padre, nos revela que Dios va a reinar como padre y que ningún pueblo escapa a su amor y misericordia. Echa abajo todas las barreras existentes: étnico-culturales y religioso-sociales. De manera especial, acaba con el predominio del poder sagrado, que tanta división, sometimiento, marginación y sufrimiento ha causado durante siglos a los seres humanos. Los creyentes en Jesús, siguiendo sus huellas, no inician una nueva religión con carácter sagrado, sino un nuevo estilo de vida laico, profano, asimilando los principales criterios del reinado de Dios, que Jesús nos ha ido dejando en los evangelios.
2. En pasajes privilegiados de los evangelios, los pobres, los marginados y oprimidos constituyen el núcleo de la predilección divina, porque Dios lo ha querido así (Lucas 2,8-12; 4,18-21; 7,18-23). El Padre no quiere que sus hijos sufran innecesariamente por el hambre, por falta de techo, por la opresión y dominio de los poderosos, por la ansiedad de no tener trabajo y no poder encontrarlo, por encontrarse en una sociedad donde son ignorados, porque no son nadie; en una palabra, Dios quiere que todos sus hijos disfruten de esos derechos humanos, inherentes a su condición de hijos, que causan alegría y felicidad. Esos derechos son constantemente conculcados por los ricos y poderosos de este mundo.
3. Por eso Jesús puso al ser humano en el centro de su mensaje, por encima de las principales Instituciones de Israel por sagradas que fueran: la Ley mosaica, las tradiciones de los mayores, el precepto del sábado, el templo... A la vida humana no se le puede poner precio; hay que defenderla y preservarla como lo más preciado: "He venido para que tengan vida, y les rebose" (Juan 10,10).
4. En nuestro tiempo el poder sagrado sigue causando un daño incalculable a la causa de Jesús; incapacita a gran parte de la Jerarquía para entender adecuadamente el Evangelio, porque esas estructuras de poder y dominio sobre la gente son la antítesis de la fraternidad, de la solidaridad y del servicio inculcados por Jesús a sus discípulos. En general, la gente pasa de la Iglesia oficial porque no puede reconocer a Jesús en esa inmensa pirámide secular y patriarcal que ostenta y administra un poder sagrado omnímodo e intocable. Por la experiencia, también secular, los cristianos de a pie constatamos que el poder sagrado divide, discrimina y subordina, mientras que el servicio y la solidaridad crean hermandad e igualdad. La Iglesia jerárquica lleva siglos anatematizando a personas que piensan o viven de manera distinta a sus leyes, normas y preceptos. Además han creado una teología del temor, que nada tiene que ver con los principios básicos del Evangelio, y cuyo apoyo se encuentra en el Derecho Canónico y en sus propias tradiciones humanas de poder.
5. Jesús recibió la plenitud del Espíritu de Dios; siempre estuvo bajo su influjo, sobre todo, en los momentos más cruciales e importantes de su vida. Una vez resucitado, lo sigue enviando a creyentes y no creyentes para realizar la liberación de los pobres y oprimidos, como algo esencial de su misión liberadora. En las comunidades cristianas, el Espíritu Santo crea fraternidad e igualdad entre sus miembros; es decir, alcanza a hombres y mujeres por igual; por eso no tiene sentido que la mujer siga postergada y discriminada en la Iglesia oficial.
6. Por otra parte, lo perdido, lo desechado y lo despreciado es objeto de la predilección de Dios y de Jesús: El hijo pródigo, la oveja y la moneda perdidas, las mujeres acogidas y rehabilitadas por Jesús, Zaqueo, el jefe de recaudadores... Si Jesús se siente cómodo con los pecadores públicos, sale a su encuentro, se hospeda y come con ellos, contraviniendo normas y tradiciones seculares, no tiene ningún sentido que la Iglesia jerárquica niegue la eucaristía (encuentro por excelencia con Jesús) a este tipo de pecadores. El Derecho Canónico, una vez más, se encuentra en oposición con el Evangelio.
7. Jesús invita al servicio y a la solidaridad como novedad radical; opone este servicio al poder y dominio que ejercen los jefes y grandes de este mundo para someter y subyugar a la gente. Estos pasajes del Evangelio son confirmados por el lavatorio de los pies y por el mandamiento nuevo en el Evangelio de Juan (Juan 13), y por el juicio de las naciones en el Evangelio de Mateo (Mateo 25,34-40). Nuestro amor a Dios se mide por el amor y ayuda que prestamos al prójimo (parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37). Estos pasajes tienen un valor excepcional, ya que forman parte del testamento de Jesús. A pesar de todo esto, la Iglesia jerárquica, en general, lleva siglos establecida en estructuras de poder, lo que le impide entender y practicar correctamente el Evangelio.
8. Por último, la Iglesia oficial lleva siglos olvidando la novedad radical del cristianismo en relación con el judaísmo. Es un verdadero pecado histórico. El libro de Hechos de los Apóstoles, en los primeros capítulos, sobre todo en el 10, 11 y 15, nos narra con profusión y detalles el cisma, vivido en la iglesia de Jerusalén, presidida por Santiago, hermano de Jesús. Esta iglesia exigía a los paganos, que querían hacerse cristianos, la obligación de circuncidarse y observar la Ley mosaica. Es decir, para ser cristiano había que pasar por el judaísmo. El mismo Pedro no tenía las ideas muy claras y necesitó que el Espíritu Santo le echara una mano. En la narración de Cornelio el Centurión (Hechos 10-11) Dios, a través de su propio Espíritu, puso de manifiesto que la salvación de Jesús nada tenía que ver con el judaísmo, sus instituciones sagradas, sus leyes y sus ritos.
El libro de Hechos es un cántico continuo a la actividad del Espíritu. Con él se inaugura una nueva etapa, que es la definitiva. Su irrupción y actividad no pueden ser controladas por ninguna institución ni autoridad. Pedro lo expresa magistralmente: "Si Dios quiso darles a ellos (a los gentiles) el mismo don (el Espíritu) que a nosotros, por haber creído en el Señor, Jesús, Masías, ¿cómo podría yo impedírselo a Dios" (Hechos 11,17). Con la masiva venida del Espíritu han terminado las instituciones sagradas de Israel, sus leyes y sus normas que dividen, separan y distinguen a unas personas por encima de otras.
Esto vale también para la Iglesia jerárquica de nuestro tiempo: El Espíritu de Dios nos pone a todos al mismo nivel, y esto constituye el hecho esencial o fundacional de las comunidades cristianas. Este don del Espíritu escapa totalmente al control de lo sagrado: jerarquía, templos, ritos y ceremonias. El tema del Espíritu suprime toda ley externa que pretenda regular la vida y actividad de los creyentes, como sucede con el Código de Derecho Canónico. Si Dios no aguantó estar recluido en las estrechas fronteras de Israel y ser manipulado por los dirigentes religiosos de ese pueblo, tampoco tiene por qué seguir aguantando estar recluido entre las murallas del Vaticano, y ser manipulado por el poder sagrado de la Alta jerarquía eclesiástica. El tema de lo sagrado nunca nos marcará como discípulos de Jesús.
Carlos Escudero Freire
Licenciado en Ciencias Bíblicas (Pontificio Instituto Bíblico de Roma).
Doctor en Teología - Cristología de la Anunciación (Pontificia Universidad Gregoriana de Roma)
No hay comentarios:
Publicar un comentario