Pbro. Diego Fenoglio
Domingo I de
Adviento – Ciclo C 2012
“(...) Anímense y levanten
la
cabeza,
porque muy pronto
serán libertados”
El texto del evangelio de hoy es un texto difícil: la liberación llega. En
los versículos anteriores Lucas nos hablaba del asedio a Jerusalén (21,20-23).
Ahora, alude a la segunda venida de Jesús: es decir a lo que llamamos la
parusía. El discurso de Jesús es apocalíptico y adaptado a la cultura de su
tiempo (apocalipsis no significa catástrofe, como tendemos a pensar, sino
revelación), y nosotros tenemos que releer esas señales del mundo natural en el
mundo de la historia, que es el lugar en que el Espíritu se manifiesta. La
segunda venida del Señor revelará la historia a sí misma. La verdad que estaba
oculta aparecerá a plena luz. Todos llegaremos a conocernos mejor (1Cor
13,12b).
En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, causadas por las
crisis económicas, por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la
falta de pan y trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas,
que solo podrán ser removidas por el paso -del amor de Dios y su justicia- en
el corazón del ser humano.
El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos
enseña cómo afrontarlos. Ser cristiano consiste en una actitud y en una
reacción diferente: lo propio de la esperanza que mantiene nuestra fe en las
promesas del Dios liberador y que nos permite descubrir el paso de ese Dios en
el drama de la historia. La actitud de vigilancia a que nos lleva el adviento
es estar alerta a descubrir el “Cristo que viene” en las situaciones actuales,
y a afrontarlas como proceso necesario de una liberación total que pasa por la
cruz.
La Esperanza cristiana se hace por nuestra entrega a trabajar para que las
promesas se verifiquen en nuestras vidas.
El adviento
es tiempo de preparación de espera. Jesús cumplió las promesas del Antiguo
Testamento con su vida y predicación. No esperamos su nuevo nacimiento.
Esperamos que él vuelva a juzgar la creación. Es ese momento el que esperamos,
y para ese momento en que creemos que la justicia, que la igualdad, que la
solidaridad se impondrán.
Cuentan la historia de un soldado que se
acerca a su jefe inmediato y le dice: “–Uno de nuestros compañeros no ha
regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”.
“–Permiso denegado –replicó el oficial–. No quiero que arriesgue usted su vida
por un hombre que probablemente ha muerto”. Haciendo caso omiso de la
prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido,
transportando el cadáver de su amigo. El oficial, furioso, le gritó: ”–¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame, ¿valía la
pena ir allí para traer un cadáver arriesgando su propia vida?” Y el soldado
moribundo respondió: “–¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba
vivo y pudo decirme: ‘¡Estaba seguro que vendrías!". En estos casos es
cuando se entiende que un amigo es aquel que se queda cuando todo el mundo se
ha ido. Los verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota
su propia entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en
la generosidad. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”
(Juan 15, 31), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte
de cruz.
Lo que
realmente hace novedosa nuestra fe, con respecto a otras religiones, es que
nuestro Dios se encarnó, se hizo hombre, compartió nuestra condición humana. No
nos dejó abandonados al poder de nuestras limitaciones, sino que vino a
rescatarnos de nuestras miserias personales y sociales. Esta es la esperanza
que nos anima y por la cual tenemos que estar despiertos para saber reconocerla
y recibirla el día que se acerque…
En el
evangelio se nos invita precisamente a no sentir miedo, sino a llenarse de
alegría por lo que va a suceder: “Cuando comiencen a suceder estas cosas,
anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados”.
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