viernes, 16 de agosto de 2013

¿Sólo caben el turbante o los cascos?
Jesús Espeja



1.En la Biblia y en los evangelios el fuego es signo del Espíritu. Es el ardor que anima la voz de los profetas. Lenguas de fuego es el símbolo para expresar lo sucedido en Pentecostés. El simbolismo evoca tanmbién al amor que da calor a nuestra vida y fuerza para tomar decisiones arriesgadas. Nada tiene de particular que Jesucristo compare su mensaje de amor con el fuego que anima nuestra existencia humana: “He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá! Estuviera ya ardiendo” 


2. Al tomar carne y aterrizar en la historia este amor provoca también el conflicto. Lo experimentamos cada uno en nuestra propia interioridad: mientras en un momento de compasión ante los sufrimientos del otro ,nos sentimos conmovidos y dispuestos a prestarle nuestra ayuda, otra tendencia nos cierra sobre nosotros mismos que obsesivamente buscamos sólo nuestra propia seguridad y el dominio sobre los otros. Esto, ya en el entramado social, y más ferozmente si cabe dentro de la mismas religiones, genera descalabros terribles. Quiere decir que si queremos construir la paz en nuestro interior y si queremos ser constructores de la paz en nuestras familias, en la sociedad, y en el diálogo interrreligioso, debemos procesar bien el conflicto que todos llevamos dentro ¿Cómo? Trabajando cada día por pasar de una afectividad deformada por el narcisismo, a una efectividad oblativa capaz de aceptar, comprender y acoger al diferente. La existencia de Jesús fue la realización de este paso. Por eso comparó su muerte, momento cumbre de su entrega total pensando en los otros, con una bautismo de fuego.


3. Hago esta reflexión mientras leo en los periódicos cómo nuestros hermanos se matan brutalmente y sin control en Egipto. Y estamos viendo que la religión no es ajena tampoco a esta violencia que nada tiene que ver con la guerra implicada, según el evangelio, para construir la paz. Ayer uno de los mejores especialistas españoles sobre el mundo árabe y sobre la religión musulmana, se planteaba un interrogante: ¿por qué esos pueblos tienen que moverse sólo entre el turbante o los cascos? Ha ocurrido también algo parecido a veces en la historia de cristianismo. Ya es hora de que comprendamos y tratemos de poner en práctica la inspiración evangélica: la verdadera paz se construye primero en la interioridad de cada uno, aceptando y encauzando desde el amor a los demás, incluidos los enemigos, que nadie somos absolutos, que la dignidad de toda persona humana es inviolable y que nuestra realización plena es la fraternidad. Si no damos y ganamos esta batalla en el dinamismo de nuestro corazón, prostituiremos hasta las mismas religiones y no construiremos la paz que todos tanto anhelamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario