domingo, 25 de agosto de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
Pan del cuerpo y pan de Dios 


Estaba públicamente razonando de esta guisa: la Iglesia debe ofrecer el pan de la Eucaristía y el pan de la Palabra de Dios. Pero para que los seres humanos puedan convencerse de que este es el único pan necesario, a veces, será preciso llenarles antes del pan material. Y así, cuando hayan visto por propia experiencia que este pan no les llena y que, tras comerlo, siguen teniendo hambre, tendrá sentido decirles: “lo ves, ya te lo decía yo, este pan material no te llena, por eso te invito a que pruebes otro que sacia, llena la vida de alegría y sentido, y cuando se ha probado nunca más se pasa hambre”. Y en eso, uno de mis oyentes dijo: el llenar los estómagos de pan, no garantiza que vayan a pedir el pan de Dios.



Observación totalmente pertinente. El estar hambriento o el estar saciado no asegura la conversión, ni facilita, por sí mismo, la escucha del Evangelio. Pero, por una parte, los cristianos no damos pan para que la gente se convierta. Debemos dar pan porque este dar, forma parte de nuestra identidad. Los tres pilares de la vida cristiana son la acogida de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y la caridad. Una caridad efectiva. Si falta la caridad, la Palabra y la Eucaristía se quedan vacías. Además, al llenar el estómago de pan damos a entender algo decisivo para la credibilidad del Evangelio, a saber: el Evangelio no viene a remediar las carencias materiales, sino a ofrecer una vida más abundante y mejor. Y si bien esto es posible acogerlo y comprenderlo con el estómago vacío, cuando se acoge con el estómago lleno resulta más evidente. El Evangelio no es el remedio de la falta de bienes mundanos, sino la alegría desbordante del que ha encontrado una vida nueva.



El Evangelio puede y debe acogerse en cualquier situación. Pero los testigos del Evangelio debemos facilitar la acogida y remover los obstáculos que la dificultan. La riqueza, ya lo decía Jesús, es un serio obstáculo para entrar en el Reino. Pero el que vive miserablemente (que no es lo mismo que pobre, sencilla, sobria, austera y dignamente), el que se está muriendo de hambre, tampoco está en condiciones de escuchar el Evangelio. Bastante tiene con buscar comida. En este sentido me parece que debe entenderse esta palabra de Jesús: “No sólo de pan vive el hombre”. No sólo. O sea, también vive de pan. De ahí mi convicción: para que el ser humano pueda convencerse de cuál es el único pan necesario, a veces será preciso darle antes el pan que llena su estómago.

No hay comentarios:

Publicar un comentario