La historia de una inglesa
que se convirtió al Islam
y organizó el rescate de la niña
que fue llevada a Egipto
Mauro Pianta
No hay que subestimar a una madre herida. Botón de muestra es la historia de Alex Abou-El-Ella, joven inglesa de origen polaco, residente en Slough en el condado de Berkshire. En los primeros meses de 2009 conoció a un joven egipcio que vendía alimentos en un mercado. Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y en septiembre de ese año se casaron. Justo tres meses antes de que naciera su hija Mona. Mientras tanto, Alex se convirtió al Islam, aunque, como cuentan los periódicos ingleses, no habría participado en los ritos ni seguido las prácticas de su nueva religión. Cuando la niña cumplió un año, Mustafa (el nombre del marido) desapareció con ella. Decidió dejar el país y volver a Egipto con su hija. Sin avisar, sin dar explciaciones. Porque esa niña era “suya”.
Pasaron algunos años y Alex logró hablar por teléfono algunas veces con la niña, que vive con los parientes de su marido y comienza a expresarse solo en árabe. «Estaba desesperada –dijo la mujer al “Sunday People”–, porque él me amenazaba diciendo cada vez que esa habría sido la última llamada. Fui a la policía inglesa y siempre me dijeron que no podían intervenir».
Parecía un callejón sin salida. Pero Alex conoció a Donya Al-Nahi, una escritora de origen escocés que se convirtió al Islam. Esta mujer ha ayudado a muchas madres a encontrar a sus hijos secuestrados por padres musulmanes. La escritora logró seguir el rastro de la niña y descubrió que se encontraba en la ciudad de Kafr el-Dawwar. Alex, entonces, decidió partir sin escuchar las advertencias de la Foreign Office, en la que le recordaban constantemente que Egipto, en estos momentos, es uno de los países menos seguros del mundo. Pero lo único que quería Alex era que su hija volviera a casa. Para lograrlo, recurrió a un disfraz. Se vistió con uno de esos vestidos largos de la tradición islámica con todo y burka. En compañía de la escritora y de un chofer de confianza, esperó durante horas delante de un condominio. «La vi salir con un chico y una tía. Los seguí, caminando detrás de ellos. Cuando llegué a un metro de distancia, la niña extendió el brazo por casualidad; entonces, la cargué y me puse a correr, mientras me perseguían sus parientes gritando». Alex se tropezó con el vestido, porque no estaba acostumbrada a usarlo. Se levantó y finalmente pudo llegar al coche, que salió disparado por la calle en dirección al aeropuerto de El Cairo.
«La niña gritaba –recordó Alex–, estaba asustadísima. Tuvo que pasar algún tiempo para convencerla de que esa especie de momia envuelta en el burka era su mamá...». El último obstáculo eran las autoridades del aeropuerto de El Cairo. «Levaba el pasaporte de mi primera hija, de seis años; fue suficiente, porque corrompí a un funcionario con dinero. Pero sin Donya Al-Nahi nunca lo habría logrado». «No –respondió la escritora–, la verdadera heroína fue Alex».
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