viernes, 30 de agosto de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
La alegría de la mesa compartida 


Según cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, la primera comunidad cristiana gozaba de la simpatía de todo el pueblo. ¿Qué es lo que hacía que la gente les mirase con tan buenos ojos? Entre otras cosas la alegría con la que vivían. Esta alegría se manifestaba, fundamentalmente, en el momento en el que compartían el pan, el que alimenta la vida temporal y el que alimenta la vida espiritual. En la primera comunidad cristiana todos los creyentes estaban de acuerdo y compartían lo que tenían, de modo que nadie pasaba necesidad. Este compartir tenía dos momentos muy significativos y relacionados: la celebración de la Eucaristía y la comida en común. Compartían el pan del cuerpo y el pan del espíritu. Su vida se organizaba en torno a una mesa. En esta mesa se realiza la unión de los creyentes con Cristo, por la eucaristía, y la unión de los hermanos entre ellos, por el pan partido, repartido y compartido. En una mesa así se anticipa la alegría del Reino de los cielos.



La mesa compartida era uno de los temas recurrentes de las parábolas de Jesús. El reino de los cielos se parece a un banquete, a una mesa en la que hay comida buena y abundante para todos, donde todos se sienten alegres y solidarios, donde la risa se contagia, donde nadie se siente solo. Estas parábolas no remitían a un mundo futuro, sino al mundo presente, a otra manera de organizar este mundo. Si el reino de los cielos se parece a un banquete, en el que hay sitio para todos, sólo si en este mundo organizamos banquetes así comprenderemos lo que es el Reino. Más aún, lo anticiparemos. Si no organizamos comidas de este tipo, no entenderemos nada del Reino, no anticiparemos nada, ni tendremos futuro alguno.



A este respecto hay una palabra dicha por uno de los que estaban presentes en las comidas a las que asistía Jesús. Dirigiéndose al que le había invitado, le dijo: “Cuando des un banquete llama a los pobres, a los lisiados, a los ciegos. Y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos”. Al oír esto uno de los comensales le dijo: “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!” (Lc 14,15). ¡Significativa reacción! Si esto puede ocurrir ya en este mundo, si en este mundo puede haber mesas así, en las que se sienten los pobres, desamparados y necesitados, una mesa repleta de manjares para los desgraciados de la tierra, ¡cómo será la mesa del Reino de los cielos! Ahora bien, si no podemos enseñar aquí mesas así, no tendremos ningún elemento con el que compara el Reino y, por tanto, no tendremos modo de hacerlo comprender ni desear.

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