25 aniversario de la muerte
del obispo de los indios
Leónidas Proaño,
pilar de la Iglesia de los pobres del Ecuador
Soledad Monroy
"Por qué buscan entre los muertos a aquel que está vivo" (Lucas 24,5). Hoy, 31 de agosto, a los 25 años de la pascua de monseñor Leonidas Proaño, recordamos su partida y celebramos su presencia. Los que conocimos a monseñor Proaño lo recordamos como un maestro que sabía escuchar y animar, un pastor cercano que estaba convencido de que "son los pobres quienes nos evangelizan".
Organizó las comunidades y la Iglesia de Riobamba a partir de la satisfacción de las necesidades de los más pobres. ¿Quiénes eran estos organizadores? Los mismos pobres. Para que puedan lograrlo hizo la casa de Santa Cruz un Centro de formación de alcance internacional e intercontinental, donde nos formamos miles de cristianos sencillos. Los Indígenas del Chimborazo se formaban en su propio idioma. Todo esto se concretizaba, para él, en un plan de pastoral diocesana cuya meta era el Reino.
Proaño buscaba una Iglesia viva y una nueva sociedad. Al escribir su autobiografía diseñó su proyecto de vida y de fe, como obispo: "Creo en el hombre y la comunidad". Supo devolver la voz a los silenciados de la historia durante los 500 años de la conquista. Permitió a los Indígenas retomaran su voz y empezaran a ser una Iglesia indígena. Logró también que se organizaran a partir de su propia cosmovisión para superar la injusticia y dominación: les ayudó a recobrar su dignidad, con una conciencia nueva, con su proyecto ancestral de sociedad. Pasaba su tiempo a recibirlos y los acompañaba en sus grandes luchas por todo el país. Dos años antes de su muerte, después de haber visto nacer la organización de los Indígenas de la sierra en la ECUARUNARI, presenció la unión de los Indígenas de la sierra, del oriente y de la costa en la CONAIE (Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador).
Otra característica de monseñor Proaño fue su solidaridad nacional e internacional. Visitaba los grupos y las Comunidades que lo llamaban para conversar con él, para evaluar el trabajo pastoral, entender la coyuntura nacional, proyectarse como la Iglesia de los pobres...
No sólo recordamos su testimonio; sobre todo celebramos su presencia. Proaño nos dejó contagiado de vivir el Evangelio a la manera de Jesús, construir la Iglesia de los Pobres desde la realidad latinoamericana, dar como cristianos nuestro aporte en la sociedad. Sus criterios nos siguen orientando para comprometernos a ser la Iglesia de los Pobres que él soñó, a construir el Ecuador que vislumbró desde la sabiduría indígena.
Proaño quería una Iglesia distinta: este compromiso buscamos hacerlo realidad a partir de las necesidades de hoy. El mismo, en su diócesis, construyó una Iglesia renovada. Por él somos evangelizadores desde nuestra solidaridad con las causas de los pobres: anunciamos un Iglesia más humana, más centrada en Jesús y la realidad, con signos que hablan a las generaciones actuales. Continuamos siendo como el testigos proféticos del Reino de Dios, denunciando todo lo que nos destruye y anunciando en palabras y hechos un Reino, no solo lo espiritual sino también transformador de la Iglesia y de la sociedad.
Nos enseñó a organizar el compartir y la equidad desde una visión política participativa, a no quedarnos en la caridad que paraliza sino dar la mano para que los agobiados se levanten y caminen con sus propio pies. Monseñor Proaño no nos deja quietos: nos anima a ser una luz, que nuestra fe no que se quede en los altares y las iglesias, sino que brille en las calles, los barrios, las casas, las fábricas... Nos pide conservar la ternura hecha de rebeldía y de esperanza, a imagen de María, la madre de Jesús, que vemos como nuestra compañera de fe, de dolor y de lucha.
A Proaño no se lo celebra en las grandes catedrales -es demasiado cuestionador de las estructuras eclesiales y políticas conservadoras- sino en miles de pobres capillas de campo y de suburbios, por todos los continentes. Su poema "Solidaridad" se ha hecho el himno de las Comunidades Eclesiales de Base.
"Mantener siempre atentos los oídos al grito del dolor de los demás,
y escuchar su pedido de socorro, es solidaridad, solidaridad, solidaridad.
Sentir como algo propio el sufrimiento del hermano de aquí y del de allá,
hacer propia la angustia de los pobres, es solidaridad, solidaridad, solidaridad.
Entregar por amor hasta la vida es la prueba mayor de la mistad,
es vivir y morir con Jesucristo: la solidaridad, solidaridad, solidaridad.
Llegar a ser la voz de los humildes, descubrir la injusticia y la maldad,
denunciar al injusto y al malvado: es solidaridad, solidaridad, solidaridad.
Dejarse transportar por un mensaje cargado de esperanza, amor y paz
hasta apretar la mano de hermano: es solidaridad, solidaridad, solidaridad."
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