La Biblia en su contexto:
“La paz que trae Jesús
no se consigue sin lucha”
(Lc 12, 49-53)
Orlando Segundo Carmona
La pericopa de Lc 12,49-53 presenta unas reflexiones sobre el carácter de la misión de Jesús y de su ministerio. Los versículos 49-50 de Lucas son propios, mientras que los otros tienen un paralelo en Mateo. Los presentes versículos se interpretan de diversas maneras. “En los pasajes precedentes (vv. 36-40.43.45-46) ha sonado con relativa frecuencia la temática de una «venida»: cuando «llegue» el amo (kyrios), cuando «llegue» el ladrón, cuando «llegue» el Hijo de hombre. Esta serie de referencias ha inducido probablemente al evangelista a añadir, en este momento, las reflexiones de Jesús sobre el carácter de su propia «venida» («he venido»: vv. 49.51)”1.
En el contexto actual, el sentido del “fuego” que Jesús trajo hay que buscarlo necesariamente en los versículos 51-53; consiste en esas luchas y divisiones que inevitablemente se forman alrededor de su persona y de su mensaje. Desde el primer momento de su aparición, Jesús provocó divisiones en la sociedad judía, incluso en los estratos dirigentes del judaísmo, sabemos que está es una realidad hecha resaltar especialmente por el cuarto evangelio. Con Jesús, el “fuego”(gr. pyr) está presente, no como instrumento de venganza, sino como un bautismo en el “Espíritu y el fuego” (cf Lc 3,16). En Pentecostés, es el fuego del Espíritu que se hace oír de todas las naciones (Hch 2,3).
Para el evangelista, la venida de Jesús significa el inevitable fuego de división para el mundo. Sin embargo, su misión de salvación con esto no está acabada, todavía le queda un “bautismo” con el cual ha de ser bautizado, una total sumersión en el dolor y la muerte (cf. Mc 10,38), que significará la liberación definitiva para el hombre.
En opinión de Alois Stoger “Jesús aportó el tiempo de salvación. ¿Qué se puede percibir de esto? El tiempo de salvación se anuncia como tiempo de paz; el Mesías es portador de paz. ¿Qué se ha producido en realidad? Falta de paz, discordia hasta en las mismas familias. Los discípulos no deben, sin embargo, perder la cabeza. El tiempo que se ha inaugurado con Jesús es en primer lugar tiempo de decisión. Jesús tiene que cumplir una misión que le ha sido confiada por Dios. La misión reza así: Echar juego sobre la tierra, traer el Espíritu Santo con su fuerza purificadora y renovadora. Jesús tiene ardiente deseo de que se verifique este envío del Espíritu. Pero antes debe él ser bautizado con un bautismo, debe pasar por sufrimientos que lo azoten como oleadas de agua. Está penetrado de angustia hasta que se cumpla la pasión mortal. La agonía de Getsemaní envía ya por delante sus mensajeros. La salvación del tiempo final no viene sin los trabajos de la pasión. El ansia por salvarse debe infundir ánimos para soportar las angustias de la pasión. La elevación al cielo se efectúa a través de la cruz. Jesús está en camino hacia Jerusalén, donde le aguarda la gloria que seguirá a la muerte. El Mesías es anunciado y esperado como portador de paz. Es el príncipe de la paz; su nacimiento trae paz a los hombres en la tierra. La paz es salvación, orden, unidad. Ahora bien, antes de que se inicie el tiempo de paz y de salvación hay falta de paz, división y discordia, incluso donde la paz debería tener principalmente su asienta El profeta Miqueas se expresó con las palabras siguientes acerca del tiempo de infortunios y discordias que ha de preceder al tiempo de salvación: «El hijo deshonra al padre, la hija se alza contra la madre, la nuera contra la suegra, y los enemigos son sus mismos domésticos. Mas yo esperaré en Yahveh, esperaré en el Dios de mi salvación, y mi Dios me oirá» (Miq 7,6s). Ahora tiene lugar la división. Acerca de Jesús se dividen las familias, acerca de él deben decidirse los hombres (2,34). Esta división y separación es señal de que han comenzado los acontecimientos finales, que a cada cual exigen decisión”2.
La verdadera paz (gr. eirènè) que Jesús trae al mundo no se consigue sin lucha, la paz es la profunda reconciliación consigo mismo, con los hombres y con Dios, a la cual no se llega sin fuerte oposiciones. “Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios” (Mt 5,9).
Bibliografía:
1. FITZMEYER, Joseph, El Evangelio Según San Lucas, Tomo 3, Cristiandad, Madrid 1987, 1ª Edición, pag. 495.
2. STORGER, Alois, El Evangelio Según San Lucas, Herder, Tomo1, cap 3. Herder, Barcelona 1979, 1ª Edición, pp. 365-366.
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