domingo, 18 de agosto de 2013

Etiopía: 
el Corán 
en el imperio del León de Judá 
 Davide Demichelis






Mohammed Hussein Al Amoudi es uno de los cien hombres más ricos del planeta. Vive entre Addis Abeba y Riyadh, nació en Etiopía pero tiene nacionalidad saudita. Se ocupa de minas, hospitales, finanzas, agricultura, pertóleo, y solamente otro hombre de color es más rico que él. 



Etiopía es así: desigualdad hasta las nubes. Ochenta millones de habitantes con una esperanza de vida que no va más allá de los 50 años. Una élite pequeñísima y muy pudiente. Países vecinos mucho más potentes. Como los Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudita, naciones que, gracias al petróleo, disponen ingentes capitales. Países musulmanes que pretenden que aumenten los seguidores del Corán incluso en la tierra de la Reina de Saba, en donde Mahoma encontró refugio cuando huyó de la Meca. 



"El desafío se juega también en el terreno de la pobreza de nuestra gente -comenta el arzobispo metropolitano católico de Addis Abeba, Abune Berhaneyesus Dermerew Souraphiel-; los sauditas ayudan a nuestros pobres con tal de que se conviertan al Islam. Saben que estos no serán buenos musulmanes, pero sus hijos sí. El wahabismo saudita, de esta manera, está poniendo en riesgo la pacífica coexistencia en Etiopía". 



El nueve de agosto diez mil musulmanes desfilaron por las calles de la capital, en ocasión del fin del Ramadán. Pedían la liberación de los imanes arrestados hace más de un año y medio por sus vínculos con grupos fundamentalistas y por los sermones que pronunciaron al final de las oraciones. Los líderes religiosos fueron acusados de conspirar en contra del estado. La manifestación terminó en enfrentamientos violentos, con muchos heridos y algunos muertos. La comunidad islámica tiene relaciones muy tensas con el gobierno, aunque forman parte de él muchos ministros musulmanes. La economía del país está creciendo, pero el respeto de los derechos humanos deja mucho que desear. Hace un año, por ejemplo, veinte periodistas fueron condenados por conspirar en contra del gobierno. Las penas son muy duras: de ocho años hasta la cadena perpetua. 



En agosto del año pasado fallecieron el Patriarca Ortodoxo Abuna Paulos y Melles Zenawi, el hombre que depuso al viejo dictador, Menghistu, y que gobernó el país desde el fin de la guerra en 1991. La muerte de estas dos figuras importantes provocó un desequilibrio entre la política y la religión. Según el último censo gubernamental, el 34% de los etíopes practica el islam, mientras que el 62% practica el cristianismo (44% de ellos son ortodoxos; 17%, protestantes y solo el 1%, alrededor de 800 mil personas, son católicas) y se ocupa de la mayor parte de los servicios sociales. Cristianos y musulmanes colaboran desde hace tiempo en diferentes obras sociales, e incluso se creó un Consejo Interreligioso para facilitar el diálogo y la gestión de los servicios conjuntos. 



"El gobierno nos confía muchos servicios porque nosotros no hacemos ninguna discriminación". El arzobispo de Addis Abeba y presidente de la Conferencia Episcopal de Etiopía subraya que tampoco el estado debería discriminar a nadie, a partir de su ley fundamental: "Nuestra Constitución está abierta a todos los grupos religiosos. Los musulmanes querrían imponer la sharia, pero los Tribunales públicos no aplican leyes religiosas". 



 Muchos en Etiopía observan con atención el desarrollo de las crisis nordafricanas, sobre todo lo que sucede en Egipto y Siria. Una victoria de la Hermandad Musulmana podría dar nuevo ímpetu a las corrientes islámicas salafitas, que pretenden la imposición de la sharia y una mayor presencia de los musulmanes en la vida pública.

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