Martín Gelabert Ballester, OP
En cuerpo y alma:
el buen modo de estar en el cielo
Alrededor del 15 de agosto se instalan en casi todas las Iglesias de Mallorca los catafalcos y lechos que representan la Asunción de la Virgen María. Estas escenografías, juntamente con algunas procesiones, novenas, canciones y otras manifestaciones populares son los restos de un ritual que conoció, en la época del Barroco, su máximo esplendor. La imagen de María yacente, que velan los ángeles y los apóstoles, recuerda la tradición, declarada dogma de fe por la Iglesia, que dice que la mujer que dio a luz a Cristo subió al cielo en cuerpo y alma, después de su muerte, imitando así el episodio de la muerte y la resurrección de su Hijo.
En el misterio de su Asunción, María puede ser considerada icono y modelo de la vida cristiana. Pues en este misterio contemplamos realizado aquello mismo que todo cristiano espera encontrar cuando termine su peregrinación en este mundo. María está en la gloria celeste en “cuerpo y alma”, según la antropología con la que se expresa la fe. Este es el buen modo de estar en el cielo: “en cuerpo y alma”. Dicho de otra manera: la salvación, ese proyecto de felicidad estable y completa que todos los cristianos aguardamos, integra todas las dimensiones de lo humano. Primero las individuales: la salvación alcanza a la persona toda entera, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad.
La salvación integra también las dimensiones sociales de la persona. Sin los demás, no estaríamos completos. Ahí es donde el cuerpo cobra toda su importancia. Pues la corporalidad posibilita la relación con los otros y con el mundo. Este aspecto relacional, esencial a la persona, lo realizaremos en el cielo de forma nueva, acorde con nuestra situación de personas que han alcanzado ya la meta y viven para siempre con Dios. Nuestra corporalidad estará totalmente modulada por el Espíritu Santo. Ya no será posible el disimulo ni el engaño (en esta vida nuestro rostro puede aparentar o mentir). Todo será limpio y transparente en nosotros.
Precisamente porque la dimensión relacional es esencial a nuestra vida, celebrar la fiesta de la Asunción es una invitación a relacionarnos como María, visitando a quienes nos necesitan (como ella hizo con Isabel), cuidando de la familia (como ella hizo con José y Jesús) y solidarizándonos con los crucificados de la tierra. Pues al llegar a la meta volveremos a encontrar todos los bienes de nuestro esfuerzo. Estos bienes transfigurados se integrarán en la vida salvada. ¡Sería una pena que no tuviéramos bienes para integrar!
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