jueves, 1 de agosto de 2013

  Martín Gelabert Ballester, OP 
El mal en una creación inacabada 



A las reflexiones que, en otros momentos, he ofrecido sobre el problema del mal, añado ahora una idea sugerida por la lectura de unas páginas de Juan A. Estrada. El mal forma parte de la creación. Ahora bien, para conocer a fondo la creación, sería necesario conocer su causa última, a saber, Dios mismo. Pero Dios, por su propia naturaleza, nos es desconocido. Dios no es parte de la experiencia y la razón no alcanza a conocer lo que está más allá de la experiencia. En este sentido, el mal forma parte del misterio de la creación. Ahora bien, el universo está inacabado, todavía está en proceso (afirmación, por cierto, coherente con los datos que nos ofrece la ciencia: el universo está en expansión). No sabemos hacia dónde va ni si tiene una finalidad última.
  

Una lectura superficial del Génesis puede dar la impresión de que esté universo está acabado. Sin embargo, en la Biblia se encuentran indicios en otra dirección: hay textos que muestran a Dios luchando contra las fuerzas del mal, como si todavía no hubiera logrado su proyecto. El Creador tiene planes de futuro para esta creación. Vivimos en una creación incompleta. Dios todavía no ha logrado su objetivo de ser todo en todas las cosas, el mundo no le está del todo sometido (Heb 2,8). Por eso, el cristiano espera la redención final del hombre y del cosmos, con dolores de parto. Mientras tanto, la creación sigue sometida a la servidumbre de la corrupción (Rm 8,18-25).
  

El mal es un componente de nuestra realidad. Más que darle la culpa a Dios del mal, lo que debemos preguntarnos es por nuestra responsabilidad ante los males provocados por el hombre. En vez de imaginarnos a un Dios “permisivo” con el mal y preguntarnos por los motivos de esta permisión, lo que debemos que hacer es preguntarnos cómo luchamos nosotros contra el mal y por qué permitimos tanto sufrimiento remediable que, al menos, podemos mitigar. Todos los seres humanos deberíamos estar comprometidos en esta lucha contra el mal. Los cristianos, en el seguimiento de Cristo, tenemos un motivo más para este compromiso. Jesús no hizo elucubraciones sobre el mal; se hizo presente en el sufrimiento de la gente. Los cristianos esperamos el cumplimiento de la promesa divina de una superación definitiva del mal. Mientras tanto, movidos por el Espíritu divino, estamos llamados a sacar bien del mal, a vencer al mal con el bien. ¿De qué modo? Haciendo que el amor se haga presente en todas las experiencias humanas.




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