Lutero en los mercados
Francisco J. SANCHO
Si es cierta la leyenda, es algo que al menos conmueve. En su intento por traducir la Biblia a lengua vulgar alemana, se dice que Lutero acudió a los mercados para anotar todo tipo de expresiones populares. Con ese arsenal y con el de la tradición literaria escrita y oral, Lutero no solo tradujo la Biblia con las palabras de su pueblo, sino que unificó, sin pretenderlo, el alemán como idioma, hasta entonces dividido en multitud de dialectos sin regulación.
Con aquel gesto, despojó también a las autoridades eclesiásticas del monopolio de interpretación de la Biblia. Es decir hermanó las palabras escritas por hombres que se inspiraban en Dios con la forma de decir de los hombres y mujeres de su tiempo. Una osadía que causó un cisma profundo en el cristianismo.
En un interesante texto de Félix de Azúa leo otros detalles que desconocía. Después de la traducción de Lutero, editada en 1522, le sigue la edición de Ginebra, en inglés, realizada por Tyndale y sus discípulos en 1560. Por supuesto, la invención de la imprenta, un siglo antes, hizo posible que estas versiones corrieran como la pólvora. En Inglaterra, el rey Jacobo I encargó una nueva versión (la edición King James de 1611) que traduce del hebreo el Antiguo Testamento, y del griego el Nuevo Testamento. Esta edición tuvo una gran influencia en la manera de escribir de los autores literarios posteriores.
En España y en los territorios de habla hispana, se prohíbe leer directamente la Biblia hasta el siglo XIX. ¡Pueden creerlo! Sospecho que parte del clamor por su lectura directa tuvo que provenir de las tierras levantiscas de América que empiezan a desembarazarse del yugo colonial y mirar a otros modelos como los de las revoluciones liberales de Estados Unidos y de Francia, país este último que exporta, muchas veces clandestinamente, miles de libros hacia el continente, que guardan en ellos miles de nuevas ideas para la revolución.
La Biblia más conocida en español es la edición de Reina-Valera. Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, eran dos monjes de la ciudad andaluza de Sevilla, adonde la reforma luterana llegaba también en barcos y libros que podían encontrarse en los mercados. Estos monjes tuvieron que huir de la hoguera de la Inquisición (donde acabaron 40 de sus compañeros) y se refugiaron en varios países europeos. Reina compone en el exilio la Biblia del Oso en 1469, llamada así por la ilustración de la portada. Valera hará una segunda edición en 1602. En ambas, el lenguaje de la calle, literario y popular, se combinan. Se trata de biblias protestantes que siguen el canon católico.
En la Salamanca del siglo XVI asistimos a las disputas por la traducción y la conveniencia o sacrilegio de una lectura directa de la Biblia en lengua vulgar. Esto lleva a importantes humanistas y religiosos a la cárcel, como Fray Luis de León, quien se atrevió a traducir obras tan peligrosas como El cantar de los cantares.
Ha llovido mucho desde entonces, y hoy, en cualquier mercado de América Latina, un hombre (habitualmente un hombre, aunque hay también algunas mujeres) recita en voz alta y con altoparlante versículos del Nuevo Testamento, alzando una Biblia por todo lo alto. Hoy hay tantas iglesias como lecturas diferentes de la Biblia, y muy pocas escapan a la tentación de proclamarse como “la iglesia verdadera”, y su traducción e interpretación, la correcta.
La historia no ha terminado todavía, y es posible que nunca termine, pero lo que conmueve es que alguien tenga la valentía de enfrentarse al poder de su tiempo convencido de ver las cosas desde una perspectiva diferente. Lutero no se fue a enseñar la Biblia a los mercados, sino a aprender en ellos cómo se traduce la palabra de Dios. Si es cierta la leyenda.
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