sábado, 31 de agosto de 2013

La Biblia en su contexto: 
“En el Reino de Dios nadie ocupa los primeros puestos” (Lc 14, 1.7-14)
Ciclo "C". XXII Domingo del Tiempo Ordinario. 
Orlando Segundo Carmona


El presente texto lo podemos dividir en dos partes bien definidas que componen una sola enseñanza;  1. La elección de los puestos (Lc 14,1.7-11) y 2. La elección de los invitados (Lc 14,12-14). 



Para el estudio del texto nos vamos a valer de la exégesis hecha por Josef Schmid, en su libro El Evangelio de San Lucas (1968) y en el cual relata lo peculiar del pasaje profano que es transpuesto al dominio de lo religioso.



“La elección de los puestos (Lc 14,7-12): Para este primer discurso dirigido a los comensales, lo mismo que el siguiente, de construcción exactamente igual a él y dirigido a la persona del anfitrión, surge de la situación presupuesta del banquete; Lucas lo llama una «parábola», esto es, una instrucción en forma figurada; por la situación en que se apoyan estas palabras de Jesús, no pueden, sin embargo, ser entendidas como parábola en sentido corriente; se trata en ellas, en efecto, de un ejemplo tomado de la vida de sociedad, en el que, por otra parte, se manifiesta también la actitud ética interior de los que en él intervienen o al menos de algunos de ellos, su afán de honras y su vanidad. En cuanto al sentido del ejemplo hay que tener también presente que la historia profana no se concibe desde el principio como figurada y sólo figurada, como en otras parábolas en sentido estricto. Lo peculiar del presente pasaje más bien es que un proceso de la vida cotidiana profana, observado por Jesús mismo en un momento dado, queda interpretado parabólicamente y transpuesto al dominio de lo religioso. Lo que sucede en el dominio de lo profano se convierte así en imagen de lo que le sucederá al hombre con Dios. 



Según opinión de muchos exegetas modernos, aquí la tradición habría transformado en una regla de sociedad en la mesa lo que en su origen era una parábola escatológica, al igual que la parábola de Lc 12,57s aparece en Mt 5,25 transformada en una exhortación al espíritu de conciliación. Tal hipótesis es inaceptable por el motivo de ser, de suyo, totalmente inverosímil una tal profanación secundaria de un texto religioso en su origen y que privado de tal carácter no encajaría en el evangelio, si fuera entendido como simple regla de prudencia humana, tal como las que se encuentran en los libros sapienciales del AT y en textos de las literaturas rabínica y griega. Según 20,46 ( = Mc 12,39), sobre todo los escribas conscientes de su dignidad y significación, mostraban el afán de ocupar los primeros puestos en los banquetes, uso que tenía que tener en cuenta el anfitrión, para evitar que, por ejemplo, el de más categoría no recibiera el puesto de más honor. Así, podía darse en la realidad el caso que Jesús toma como punto de partida de su instrucción. Hasta el v. 10 se mantienen sus palabras aún en el dominio del ambiente profano, burgués, y los conceptos del honor que en él rigen, que quedan elevados a una consideración de tipo religioso en la sentencia final del v. 11, ofrecida también en 18,14, así como en Mt 18,4 y 23,12, pero que parece estar aquí en su contexto originario. En ella se da expresión al principio según el cual Dios trata a los hombres. Sus miras, las miras de Dios, son las que quedan expresadas con el final «para que» del v. 10, no las del que se sienta humildemente en el último puesto. Sólo así corresponde la sentencia a la doctrina de Jesús, y no, en cambio, si con ella se exigiera una humildad que sólo se abajara con el fin de ser después elevada. La conexión con el v. 11 es lo que convierte la vergüenza del ambicioso y la honra del humilde del banquete en una parábola.



La elección de los invitados (Lc 14, 13-14): La presente admonición dirigida al señor de la casa corresponde, tanto por su forma como por su sentido, a la que ha dirigido a los demás comensales. Tampoco en ella es posible una interpretación puramente literal. La invitación de los amigos, o sea, un hecho corriente en las relaciones humanas de la vida profana y que sirve en primera línea al cultivo de la vida de sociedad, queda mencionado por Jesús como ejemplo de un amor egoísta, basado en la reciprocidad y, por ello, desprovisto de valor moral (cf. 6, 32-34). A él contrapone Jesús en la invitación de los pobres y miserables, que no pueden corresponder a lo recibido, un amor verdadero, que puede estar seguro de ser recompensado por Dios en la vida eterna (cf. Prov 18,17). 



Así como Jesús no pretendía, en el pasaje precedente, dar una instrucción sobre la elección de los puestos en un banquete, así tampoco discute aquí el hecho de la invitación a las personas más allegadas; sólo toma ocasión de un uso de la vida cotidiana para mostrar que un amor que se extiende sólo a aquellos que corresponden a él en igual manera, no tiene valor alguno ante Dios. La «resurrección de los justos» referida como comienzo de la vida eterna no tiene que ser entendida aquí, con la antigua creencia judía, en sentido restringido, como si fueran sólo los justos quienes han de resucitar. Sólo para ellos es una promesa la resurrección, ya que son los únicos que entrarán en la «vida». La continuación de la existencia de los que, para siempre, están alejados de Dios no puede, en cambio, llamarse «vida» y, por tanto, no se ha tomado en cuenta”.



Actualización:



En el reino de Dios nadie ocupa el primer puesto, solamente aquellos que han optado por el servicio a los demás, por la entrega sin ningún tipo de interés a la proclamación de la Buena Noticia y por haber renunciado a la forma de pensar del mundo para sentir como el Maestro, son los que tienen ganados los primeros puestos sin distinción en el reino. 



La escala de valores que tiene vigencia en este mundo es totalmente cambiada en el reino, en el que son preferidos los sencillos, los humildes, los pobres, los ignorantes. Ante Dios no cabe otra actitud que humillarse, Él es tan grande y nosotros tan pequeños, tan santo Él y tan pecadores nosotros, tan sabio Él y nosotros tan ignorantes, ninguna posición tan justa y razonable delante de Dios como la de una profunda y sincera humildad. 



Para nuestra sociedad sería tan provechoso que los hombres no busquen una recompensa de orden terrena o material, ya quedará pagada cuando reciba lo que pretendía, pero si en lo que hace busca siempre a Dios, su recompensa será Dios.



En nuestra familia los primeros deben ser nuestra esposa, hijos, padres y demás personas. Nuestros intereses deben ser del común de todos, debemos anteponer a nuestros egoísmos y rencores el amor que es el único que puede formar relaciones estables y duraderas.

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