lunes, 5 de agosto de 2013

 Martín Gelabert Ballester, OP 
La "fuerza del varón", 
criptograma del misterio 



Un criptograma es un mensaje cifrado, un texto o figura que remite a un original y permite a los que conocen el patrón seguido en el cifrado comprender el significado original. En la actualidad es utilizado generalmente como entretenimiento en revistas y diarios (por ejemplo cuando se trata de encontrar una palabra, en la que las letras han sido sustituidas por números). Pero en sus orígenes el criptograma tenía aplicaciones más serias, por ejemplo en el campo militar o en el del espionaje. Digo esto porque Juan Pablo II, tras afirmar que la Iglesia necesita del arte, la literatura, la música, la pintura, la escultura y la arquitectura, porque ellas hacen más perceptible y fascinante el mundo del espíritu, de lo invisible de Dios, llega a decir que “la belleza artística, como un reflejo del Espíritu de Dios, es un criptograma del misterio, una invitación a buscar el rostro de Dios hecho visible en Jesús de Nazaret”.
  

Las palabras de Juan Pablo II quieren servir de introducción y justificación a la poesía que les ofrezco. Una poesía que utiliza una imagen que en otras ocasiones ha sido empleada de forma grosera para escandalizar y falsificar la humanidad de Cristo. Me refiero a su sexualidad. No hace falta poner ejemplos del mal uso de esta realidad propia de lo humano y, por tanto, de Jesús de Nazaret. Miguel de Unamuno, en un poema valiente y lleno de delicadeza, se fija en el miembro viril del Crucificado, el órgano con el que engendramos, y ve en él como un sacramento del nacimiento que interesa:
  

“Debajo de este velo de misterio
 que luminoso tus riñones ciñe…
 la fuerza del varón, Señor, se esconde…
 Y engendraste al morir, Cristo, tu muerte
 fue lo que te hizo padre de la vida
 de la gracia, tu muerte la primicia
 de tu virilidad; con ella al cabo
 la Humanidad esposa conociste
 y su esposo de sangre te obligaste.
 ¡Sin Ti, Jesús, nacemos solamente
 para morir; contigo nos morimos
 para nacer; y así nos engendraste”.



Es difícil encontrar una maravilla similar en la poesía religiosa. Recuerdo, al respecto, que San Juan habla del “esperma” de Dios que nos engendra a una nueva vida (1Jn 3,9), y según una posible exégesis este “esperma” de Dios pudiera ser Cristo. Lo aduzco como ejemplo de que ni la poesía, ni la predicación, ni la catequesis, es cuestión de palabras sublimes. Mal utilizadas, las más sublimes palabras (amor de los amores, corazón traspasado, lirios y flores a porfía) pueden resultar ridículas. Y las palabras más inesperadas y denigradas, bien utilizadas, pueden transmitir el Misterio.

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