jueves, 28 de febrero de 2013


Martín Gelabert Ballester, OP 
La cruz de Cristo, reflejo de Dios 



Desde el presupuesto creyente de que quién ha visto a Jesús ha visto al Padre, surge la pregunta por el Dios que se revela en la Crucifixión de Cristo. Una respuesta bastante corriente dice que en la cruz de Cristo se revela un Dios que, para salvar a la humanidad pecadora, necesita una satisfacción. La cruz forma parte del plan de Dios que, si no ha enviado él mismo a su Hijo a la cruz, al menos ha previsto este tipo de muerte, que él acepta como reparación por los pecados del mundo. Algunos han visto ahí la imagen de un Dios sádico, que mata a su Hijo más querido para aplacar su cólera.
  

Otra respuesta es posible: Jesús acepta su muerte ignominiosa porque es el mejor, sino el único modo de revelar, quién es su Padre. No un Dios que castiga, pide cuentas y exige reparaciones, sino un Dios todo Amor, solo Amor y nada más que Amor. La cruz de Cristo cambia la imagen de un Dios todo-poder por la de un Dios todo-amor. El Dios que su Hijo crucificado revela no es un Dios que todo lo controla y pide sacrificios, sino un Dios que todo lo perdona y se manifiesta impotente frente a la violencia, porque ella es la negación del amor. Dios es el que se sacrifica, se despoja, se vacía para que el hombre viva.
  

El poder de Dios no se manifiesta donde piensa el mundo, en el prestigio, el honor y la fuerza, sino en aquellos lugares donde nadie esperaría encontrarle: en la pobreza, la humillación, la impotencia, la vulnerabilidad. Y lo hace en primer lugar solidarizándose con las víctimas, y luego ofreciendo su perdón y su amistad a los verdugos. Dios estaba en la cruz de Jesús sosteniéndole para que manifestase su verdadero poder. Este poder crucificado cuestiona el orden del mundo y nos llama a buscar un orden nuevo basado en la solidaridad, el perdón y el amor.
  

Los hombres, como Adán, llevamos dentro el deseo de ser como dioses. De ser dioses desde la prepotencia y la codicia. De ser dioses, en definitiva, imitando una falsa imagen de Dios. Jesús, según la carta a los filipenses, siendo imagen de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se vació, se humilló hasta la muerte de cruz. Mostró así como es la verdadera imagen de Dios: vaciarse para que otros se llenen, entregarse para que otros vivan. Jesús, con sus palabras y obras, había ofrecido una primera imagen de Dios. En la cruz esta imagen encontró su perfección, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Y sus amados son todos los seres humanos.

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